lunes, 31 de mayo de 2010

Los adorables niños


Lo cierto es que por más que nos preguntemos cómo narices ciertas cosas pueden gustar a alguien, el gusto es personal e intransferible. Prueba irrebatible de ello es que hay gente a la que le gusta Bisbal…
Y es que en cuestión de gustos no hay ni puede haber disputas, que nos cantaba hace unas décadas Serrat; de cualquier manera lo que me resulta curioso es la facilidad que tenemos para catalogar todo en base a nuestro propio criterio, de manera que tildamos de “raro” todo aquello que no entendemos o nos es ajeno; y no es que me importe demasiado, por suerte o por desgracia siempre he estado al otro lado, englobado en ese submundo de los “raritos simpáticos” y en mi caso concreto, ha sido siempre más motivo de orgullo que de deshonor. Valga toda esta introducción para justificar mi desapego emocional hacia ciertos convencionalismos sociales generalmente aceptados; especialmente en lo que se refiere a niños y perros. En este caso y dado que el blog trata sobre los adorables niños, dejaré los perros al margen, aunque eso sí, me comprometo a dedicarles un blog un poco más adelante, que también tengo cosas que decir sobre ellos.
Antes de seguir por derroteros que pueden granjearme enemistades eternas (hay mucho incondicional de perros y niños -en ese orden concreto además-), querría comentar que lo que trato de comentar en este blog no es hablar sobre mi gusto particular acerca de los niños, sino desmontar el mito de que son seres poco menos que celestiales.
No osaría afirmar que en la vida de todo infante hay algunos momentos (demasiado escasos por desgracia) en que los niños se comportan y parecen angelitos caídos del cielo… pero no, no os engañéis, el 99% del tiempo restante se comportan como unos auténticos demonios con rabo concebidos en las profundas entrañas del Averno. Entiendo que esta opinión pueda parecer un tanto cruel, pero por propia experiencia estoy en disposición de afirmar que por regla general los únicos que son de este parecer son sus sufridos y amorosos padres.
Reconozcámoslo, tener hijos es la segunda mejor cosa que puede pasarnos en la vida (efectivamente, no tenerlos sería la primera), pero seamos consecuentes y concedamos que este pensamiento optimista pertenece en exclusiva a los propios padres. Sí, es así, salvo honrosas excepciones (que no dudo debe haberlas) los niños, para todos aquellos que no son sus padres, son molestos, tremendamente molestos; de hecho hay algunos que no es que sean más o menos insoportables, es que ni siquiera los aguantan sus propios padres… y si esto es así, ¿cómo pueden pretender que los aguantemos los demás…?
Vamos a hacer un ejercicio de extrapolación corpórea e imaginémonos que somos otra persona, por poner un ejemplo imaginémonos que somos una persona feliz (que ya es un suponer complicado), que vivimos en un pisito coqueto de una ciudad de tipo medio (no mencionaré nada de si el piso es en propiedad porque no quiero complicar aún más el esfuerzo de imaginación necesario), con un trabajo en el que nos valoran (esto no es que sea difícil de imaginar, es que es prácticamente ciencia-ficción) y con un salario interesante que nos permite tener un cochecito de esos que salen en los anuncios (uno normal, no os emocionéis, nada de Ferraris, ¿vale?) y hacer un par de viajecitos al año, ¿no parece mala cosa, verdad? Sigamos imaginando que la noche anterior hemos estado cenando sushi con unos amigotes de la universidad y que nos hemos acostado algo cansados y achispados. ¡Qué gozada, la cama al fin…! Y cuando estamos en lo mejor del sueño nos despierta un llanto desgarrador, nos incorporamos sobresaltados y nos lleva unos segundos intentar comprender qué es lo que está pasando (bueno, en realidad nos lleva unos segundos intentar comprender qué está pasando porque lo cierto es que comprender, lo que se dice comprender, no comprendemos absolutamente nada). El fuerte llanto nos impide concentrarnos y la cosa empeora cuando descubrimos que además hay "algo" a nuestro lado, y por el bulto parece ser una persona (¡Dios mío! ¿Pero qué bebí yo anoche…?). Saltamos como una exhalación de la cama y aterrados nos lanzamos hacia la puerta al tiempo que buscamos torpemente el interruptor de la luz. Lo pulsamos y la luz nos ciega; no vemos nada, no comprendemos nada, tan solo oímos el insistente lloro y una voz somnolienta que se alza por encima de éste y nos dice: “¿Pero qué narices estás haciendo? ¿Quieres apagar la luz y ver qué le pasa al niño? Anda, pichurri, que yo estoy que no me tengo.” Ahora sí que sí, salimos corriendo de la habitación con la mala fortuna que al hacerlo, nos estampamos contra la puerta del pasillo y caemos semiinconscientes. Parecemos estar flotando, está todo oscuro y lo único que podemos ver es una pequeña luz que parece acercarse hacia nosotros. La luz es cada vez está más cerca y debemos guiñar los ojos para poder seguir observándola, es muy potente; cuando al fin lo ocupa todo aparece una especie de Darth Vader vestido de amarillo chillón con lentejuelas que dirigiéndose a nosotros nos dice que por haber sido una buena persona ha tenido a bien concedernos un premio que espera sepamos apreciar: una familia. Tras decir esto y sin darnos tiempo a replicar, desaparece. Nos incorporamos de nuevo y tanteando las paredes del pasillo y el chichón que nos hemos hecho, nos dirigimos a la habitación sin entender nada de nada y maldiciendo nuestra fantástica suerte, nos acercamos a la cuna que se encuentra al otro lado de la cama, tanteamos el bulto y al final cogemos el angelical niño-regalo que se encuentra en ella y que no para de obsequiarnos con su celestial llanto. “Menudo premio” –pensamos. A continuación nos dirigimos hacia la cocina, le olisqueamos (huele como a azufre), intentamos infructuosamente darle agua con un vaso de chupito (sin ningún resultado, por cierto, salvo el de empaparle todo el pecho), comprobamos el pañal por si estuviese sucio (nada, impecable), no parece tener hambre ni fiebre, por lo que una vez descartadas todas las posibles causas del lloro, optamos por ponérnoslo en el hombro al tiempo que le damos palmaditas en la espalda y le cantamos "estaba el señor don gato", a ver si con un poco de suerte son gases y los va largando poco a poco. Una hora más tarde la situación no ha cambiado en absoluto, el niño sigue llorando desconsoladamente, nosotros nos queremos morir y ya ni siquiera intentamos comprender nada, sólo queremos que la cosa esa con cuernos se calle de una vez y poder descansar un segundo... Mientras el milagro ocurre y por matar el tiempo en algo, nos dedicamos a idear y descartar todas las soluciones posibles: pegarle el chupete con superglú, llamar a la puerta del vecino y dejarlo allí, abandonarlo en una gasolinera, enviarlo a las Maldivas por SEUR Express, cerrarle la boca con tiritas infantiles, atar varios preservativos y ahorcarme con ellos… ¡La de tonterías que se nos pueden pasar por la cabeza en esos momentos extremos! Hasta que finalmente no podemos más, nos arrodillamos en el suelo y con lágrimas en los ojos gimoteamos: “por favor, Darth Vader o quien quiera que seas, perdona mis pecados, me haré misionero si lo estimas necesario, haré todo lo que tú quieras, pero por favor, haz que se calle de una vez, no puedo más, necesito dormir aunque solo sean un par de minutos…”, al tiempo que seguimos dando palmaditas en la espalda a la angelical criatura. Ahora imaginemos que la cosa con cuernos sigue y sigue a lo Duracell durante casi una hora más. Agotados, vencidos y desesperanzados nos arrastramos a la cama, ya ni siquiera nos interesa quién es el bulto de al lado, sólo queremos dormir un poco, descansar, tanta felicidad nos está matando… Al fin en la cama..., cerramos los ojos y nos hundimos en los brazos de Morfeo al tiempo que lanzamos una pregunta que no llegamos a terminar: "¿Por qué a mí, por qué…?" Segundos después (aunque en realidad ha trascurrido casi una hora), el ser angelical vuelve a regalarnos su canción, parece ser que le toca su bibe, ¡qué felices nos sentimos en ese preciso instante! ¡Qué suerte la nuestra de disfrutar de este regalo del cielo, de nuestro angelito celestial…!
Vale, no quiero seguir machacándoos, volvamos a la realidad de nuevo y empecemos a plantearnos cuestiones sobre el tema. Yo lo hice y llegué a ciertas conclusiones que ahora os traslado:
  • Los niños NO son seres celestiales, más bien al contrario, son pequeños cabrxxxetes que parecen disfrutar mortificándonos y haciendo justo lo contrario que esperamos de ellos (y las cosas empeoran cuando crecen).
  • Los niños dan alguna satisfacción (a sus padres), muchas preocupaciones (a sus padres y a los demás) y causan muchísimas molestias (a los demás).
  • Los niños no difieren de los adultos, la mayoría son feos y antipáticos. No es bueno andar preguntando eso de “¿Qué…? ¿Qué te parece mi niño? ¿A que es guapo el jodío? ¡Se parece a mí pero en miniatura!” Por favor, si es que dan ganas de decir la verdad: "Sí, sí que es mono, la verdad. De hecho le pones en un árbol, le das un plátano y ni Félix Rodríguez de la Fuente se daría cuenta de la diferencia, daría el pego total…”
  • Por más que pueda parecer lo contrario, mentalizaos, las encuestas del CIS no mienten: las cacas de los niños no figuran entre las principales preocupaciones de la sociedad, por favor, no necesitamos saber cómo son las caquitas de vuestros retoños.
  • Aunque pueda parecer una proeza genética, no lo es; efectivamente, el 99% de los niños usa una talla mayor que la que marca su edad, no nos lo contéis más veces, por favor ¿podríamos cambiar ya de tema?
  • Muy importante: ver cómo el niño se mea en el sillón de nuestra casa no nos hace gracia alguna y mucho menos ver cómo nos llena de chocolate toda la silla, la alfombra, la chaqueta y la pared… En vuestra casa quizás sea divertido, en la de los demás, no ¿Podríais darle de comer en la bañera, por favor?
  • No es emocionante tampoco coger al niño todo sudadito y estar ahí sonriendo como un tonto mientras aguantamos estoicamente que la criatura nos machaque los testículos a patadas al tiempo que nos babea toda la camisa. De verdad, entiendo que a sus padres les parezca lo más emocionante del mundo, pero es que veréis, este tipo de sentimientos son exclusivos e intransferibles, no nos obliguéis a pasar por ello.
  • Es un hecho científicamente demostrado que dormir es una necesidad fisiológica para el ser humano. El sueño del bebé es algo mágico, de hecho es uno de esos escasos momentos que los hacen parecer ángeles; por favor, disfrutadlos de manera intima, son momentos inolvidables. Ahora, eso sí, sufrid también íntimamente los momentos en que no lo hagan, no es necesario compartir esos momentos con personas ajenas a la familia, no los valoran de la misma manera…
  • Los niños tienen un sexto sentido para identificar de manera inequívoca la manera en que más pueden tocar los testículos al personal; por favor, controladlos, no es bueno andar tocando zona tan sensible a personas que nada tienen que ver con vosotros, al fin y al cabo ellos no tienen culpa alguna de que se os olvidase poneros el preservativo aquella noche…
  • Todos los niños eructan, se tiran pedos, gatean, andan, sonríen, miran fijamente, lloran y hacen monadas, no es necesario contar cada una de ellas (insisto en lo de las encuestas del CIS, son temas que hoy por hoy no interesan demasiado a la opinión pública).
  • Y lo peor de todo, no olvidéis que los niños nacen, crecen y se convierten en algo mucho peor: adolescentes insoportables. Por favor, no nos llenéis el mundo de adolescentes con bigotillo…
Y una vez visto lo visto, ¿no pensáis hacer nada al respecto? Os lo ruego, usad medios anticonceptivos...

Hasta la semana que viene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te apetece exponer tu punto de vista o opinar sobre lo que has leído, por favor, no dejes de hacerlo, todos los comentarios son bienvenidos.
Si lo prefieres también puedes dejarlos en facebook: www.facebook.com/vampx1