lunes, 25 de enero de 2010

Los anuncios de la tele


Con el objeto de ser lo más objetivo y espontáneo posible, y de paso desconectar un poco, a lo largo de la semana no he pensado en anuncio alguno, de manera que sea en este preciso momento cuando de vía libre a mi memoria y recupere los anuncios que por la circunstancia que fuese, quedaron más grabados en ella.
Lo primero que recuerdo no es exactamente un anuncio, era el spot de la “Familia Telerín” en la que a los peques de la casa nos invitaban a irnos a la cama. Aunque la familia Telerín era encantadora, la labor que realizaban era bastante odiosa: nos obligaba a irnos a dormir. Por lo que a mi respecta, además de resultarme insufrible ir a la cama a una hora tan temprana, lo hacía con la convicción de que era justo en ese momento cuando empezarían a emitir todas las cosas interesantes de la tele: los hombres de Harrelson, Starsky y Hutch, Ironside, las calles de San Francisco… y tantas otras.
El primer anuncio como tal que me viene a la mente es el de las célebres muñecas de Famosa en el que cantando “las muñecas de Famosa se dirigen al portal…” y andando a un paso de tortuga desesperante(realmente me enfermaba ver lo lentas que eran), se dirigían a ver al niño Jesús, al que seguro que iba a encantar la visita de unas muñecas enormes con problemas de movilidad. Paradojas de la vida: a mi hermana, ese mismo año, los Reyes Magos le trajeron una.
También me viene a la mente el spot de Coca-Cola, en el que un grupo de personas de todas las culturas y etnias (aunque no recuerdo que hubiese tíos con barba larga y turbantes en él), se unían para cantar aquella canción de “…al mundo entero quiero dar, un mensaje de paz y junto al árbol tatatá, la alegre Navidad, la chispa de la vida…” Y aquí estamos, casi cuarenta años después y aún recuerdo todo el jingle, salvo la parte de “tatatá”.
Y si de Coca-Cola hemos hablado, no podía faltar otra gran marca, Cola-Cao, en el que se oía lo de “…yo soy aquel negrito, del África tropical, que alegre cantaba la canción del Cola-Cao…” Enorme anuncio y enorme canción que años después nos sigue sonando y evocando unos tiempos felices en los que no existía Hacienda y nuestra única obligación era fastidiar a nuestra madre y hermanos; noble dedicación injustamente denostada, por cierto.
Muy repetitivo fue el anuncio en el que el Icona nos invitaba a cuidar el monte diciéndonos aquello de “cuándo el monte se quema, algo tuyo se quema…”. Desgraciadamente aquella campaña no debió calar muy hondo en los españolitos de a pie, basta echar un vistazo a cualquier telediario estival para comprobarlo.
También recuerdo con especial cariño a Manuel Luque, el director general de Camp, al que para incitarnos a comprar su detergente le encantaba reunir a toda la plantilla de la fábrica y aconsejarnos aquello de “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”. Y como doy por hecho que todos lo que tengáis una cierta edad recordáis perfectamente el eslogan, os haré una pregunta fácil: ¿qué detergente es el que anunciaba?
También está aquel otro en el que un personaje abordaba a un ama de casa en un hipermercado y le ofrecía dos envases de otra marca de detergente a cambio de la que ella ya había elegido, pensad que en aquella época aún no se había inventado lo del 2x1. Por supuesto el ama de casa muy ofendida afirmaba que ella no era tonta (pese a que no existía aún Media Markt) y que de ninguna manera le iba a cambiar nada de nada. La verdad es que nunca entendí muy bien porqué nunca nadie aceptó el cambio; yo, por eso de ponerme al lado del más débil, lo hubiese aceptado sin pensarlo (soy un gran amante del invento de 2x1 y de hecho estoy a la espera de que alguien invente el 6x1, que imagino será ya la leche). He de aceptar que además de caerme genial aquel pobre hombre, desarrollé un odio visceral por la histérica aquella que se ponía como una energúmena contra el incomprendido individuo, que al fin y al cabo lo único que pretendía era ofrecerle un cambio ventajoso. Huelga decir que si por mi hubiese sido sólo habría adquirido detergente de la marca rechazada, lástima que fuese una marca inexistente porque conmigo se hubiesen forrado. Y no os creáis, tardé muchos años en superar esa enconada animadversión contra la trastornada aquella, y duró hasta que el huequecito que ocupaba aquella individua en mi corazón fue ocupado por otro personaje muy especial: doña Adelaida... Pero eso es otra historia; otro día con más tiempo os hablaré de ella, he de estar mentalmente muy preparado para poder hacerlo.
Volviendo de nuevo a nuestro tema cabe destacar el célebre anuncio que Stevie Wonder protagonizó para nuestra amada DGT, la cual decidió que la persona más indicada para protagonizarlo era una persona invidente que partiéndose de risa nos dejaba caer aquello de “si bebes no conduzcas…”. Traté de averiguar qué era lo que le hacía tanta gracia, pero como en aquella época no había Internet, foros ni nada, no pude hacerlo, así que concluí que se debía reir de la pasta que debía reportale el susodicho anuncio.
Me encantaba también el anuncio de la margarina Natacha (¿o era Tulipán?) que apelaba a la "cotidianeidad" aterrizando un helicóptero en el patio de un colegio (los que por aquella época íbais al cole recordaréis que lo del helicóptero aterrizando en el patio sucedía prácticamente a diario) para ofrecer a los retoños una rebanada de pan untada con jugosa margarina. Perdonadme que insista pero de verdad que la razón para utilizar un helicóptero en el anuncio es como lo de que la energía ni se crea ni se destruye, que estudié años después: un verdadero misterio. Continuando con los anuncios recuerdo también el anuncio en el que aquella locución amenazante decía “las cucarachas nacen, se reproducen y con Fogo matacucarachas mueren y desaparecen…” La voz daba tanto miedo que lo único que consiguió por lo que a mi respecta, fue sentir una enorme empatía por la pobre cucaracha, que al fin y al cabo no nos había hecho nada… aunque para anuncios de ese tipo, el de Raid, simplemente magistral. ¿Quién me puede afirmar sin faltar a la verdad que no sentía cierto cariño por los mosquitos aquellos? También recuerdo con cariño la publicidad del fiel Rexona, que pasase lo que pasase, no te abandonaba (y es que en aquella época aún no existía el divorcio).
En un apartado algo más picante, en mayúsculas y con negrita, mencionaré el anuncio de . Todavía me emociono pensando en aquellos limones salvajes del Caribe que jamás, jamás, jamás olvidaré. Otra chica que me cautivó era Farala, la divina protagonista del de “tenemos chica nueva en la oficina, se llama Farala y es divina…” y por cierto, ¿quién no querría haber sido el famoso Jacques al que buscaba la tetona esa mientras se iba bajando la cremallera de su ajustada chaqueta y nos dejaba a todos hipnotizados ante la pantalla…? ¡Yo desde luego sí! Y es que al final a todos, en mayor o menor medida, nos habría encantado tomarnos una buena rebanada de leche, cacao, avellanas y azúcar, acompañados de una refrescante Schwepees servida por el gafitas ese tan majo; para acto seguido hincarle el diente a un trozo de El lobo, que gran turrón, o hacerle caso a nuestra amiga la Jijonenca, que tampoco los hacía nada mal. Lo mejor del día era tomarnos un respiro con un Kit-Kat o lo que es mejor, cantar aquello de “Chimos es, es un agujero, rodeado de rico caramelo, cinco gustos, gustos diferentes…” Ir a abrir porque Avon llamaba a nuestra puerta o decir aquello de “…hola, soy Edu, feliz Navidad” y es que al final, nos pongamos como nos pongamos, somos seres sensibleros a los que les encanta eso de volver a casa por Navidad
Aprovecharé el punto y aparte, y que los anuncios que recuerdo en este momento son más modernos para ir finalizando el tema, aunque antes de hacerlo quiero destacar uno más moderno que mencionaré por motivos sentimentales me impactó enormemente. Se trataba de un anuncio de Renault en el que el conductor se ve amenazado por un mono enorme apuntándole con una ballesta, glorioso, me he sentido así tantas veces…
Y ahora interrumpimos nuestro blog para poner unas cuñas publicitarias.

Hasta la próxima semana.

lunes, 18 de enero de 2010

El cole


Me lleva mucho más tiempo pensar sobre el tema a desarrollar que escribirlo. Hoy mismo, mientras me desplazaba en metro a mi puesto de trabajo y pensando una vez más sobre el tema del próximo blog, empecé a rememorar los tiempos en que era un colegial imberbe allá por el pleistoceno (eso sí, en su época final), cuando acudir a clase era una aventura, los días estaban llenos de horas y las horas eran prolijas en acontecimientos. ¡Qué diferente de los tiempos que vives cuando te haces adulto! Ahora acudir al trabajo suele ser cuanto menos complicado, los días están llenos de horas y las horas de minutos, incluso algunos de ellos están llenos de segundos, y lo único que ya nos parece una aventura es conseguir que no se nos cuele nadie en la cola de la frutería y que no nos den un pelotazo jugando al paddle…
He de reconocer que hay ocasiones en las que hasta yo mismo me sorprendo cuando empiezo a divagar y termino llegando a confines lejanos y remotos... Y esta ocasión no iba a ser menos, pensando y pensando he concluido en un “cómo molaría que fuese como en el cole, el profe te ponía el tema de la redacción y lo único que había que hacer era escribirla”. En fin, cosas de la edad, ¿qué os voy a decir…? De cualquier manera, ya que he llegado hasta aquí aprovecharé a divertirme un rato rememorando mis tiempos de colegial.
Recuerdo que el cole era un colegio Nacional de los de antes, con uniformes, banderitas y director con bigote. Como venía de un colegio más pequeño, el nuevo se me antojaba enorme aunque no debía serlo tanto, porque recuerdo que el curso lo impartimos en un pasillo. Fue un año de continuas peleas porque me sentaba en un pupitre que estaba situado justo debajo de la pizarra y cada vez que alguien la utilizaba me llenaba de restos de tiza por completo, lo que incluía pelo, chaqueta, pupitre, cuadernos, cartera y yo creo que incluso hasta el alma. Ese año lo recuerdo como el año del “blanco y morado”; blanco por la tiza y morado por los moratones causados en las peleas contra los que consideraba que manchaban más de la cuenta. Afortunadamente un año más tarde terminaron al fin el nuevo pabellón, momento que aprovecharon mis padres para cambiar de colegio (no sé cómo hubiese llegado a desenvolverme en un aula en el que hubiese estado alejado de la pizarra).
De allí fui a parar a un cole más pequeño y aunque tuve la suerte de sentarme en un pupitre bastante alejado de la pizarra, mi fortuna no mejoró gran cosa porque a duras penas conseguía distinguir lo que en ella escribían, lo que me obligó a estar copiando de manera permanente lo que mi compañero escribía en su cuaderno. Amigos nuevos, recreo nuevo y profesora de francés nueva. Lo que más recuerdo de aquél otro cole es que al finalizar las clases siempre tenía que quedarme una hora a permanencias (en muchos casos motivado por el hecho de "mirar" tanto al cuaderno de vecino), que era una especie de castigo que consistía básicamente en no hacer nada haciendo que hacías algo y entretener el tiempo observando a través de la puerta entreabierta a las chicas que iban a clase de taquigrafía, que para mi entrañaba una dificultad comparable a la de aprender chino. Hasta muchos años más tarde no conseguí saber para qué demonios servía eso de la taquigrafía y por desgracia, para cuando lo aprendí, ya no servía para nada. De la profesora de francés recuerdo que tenía su alumna favorita, una tal Marie Rose, toda repipi y francesita ella, y lo era porque se sabía siempre la lección al dedillo. El caso es que salvo Marie Rose, el resto de los presentes no nos sabíamos la lección casi nunca (y dejo el “casi” por ser magnánimo y otorgar el beneficio de que alguna vez alguno nos la hubiésemos sabido), motivo por el que terminábamos con las manos extendidas vueltas hacia arriba y la profesora imponiéndonos el merecido castigo, que consistía en golpearnos uno a uno con su bienamada regla de madera. Por raro que parezca, ese era justamente el momento más divertido de la clase porque la profesora era muy pequeña y muy mayor (dicho esto por un niño de siete u ocho años, por lo que haceros idea del tamaño la pobre mujer), y como resulta lógico pensar, daño, lo que se dice daño, no nos hacía; aunque para alguien ajeno que nos observase desde fuera debería parecer que poco menos que nos rompía la mano con cada golpe que propinaba. Era increíble la mímica y expresividad que desarrollamos aquel curso porque pensad que había que escenificarlo exagerado pero con medida, sumando a todo ello el sobreesfuerzo que había que realizar para aguantar la risa que nos producía observar las representaciones de los demás, teniendo muy cuidado no nos fuera a pillar la señorita Rottenmeier (que era sí como la llamábamos). Pobre Marie Rose, nunca pudo disfrutar de esos maravillosos momentos aunque con lo boba y repipi que era, seguro que gozaría como una loca pensando en lo afortunada que era por ser tan lista y haber nacido en Francia. Volviendo a pensar en todo aquello me resulta curiosa la manera que tenía de castigar la señorita Rottenmeier, si alguien no sabía responder a la pregunta que hacía, en vez de golpear al errador, golpeaba con la regla a toda la clase, así que podéis concluir que no había clase en la que no recibiésemos nuestra ración tres o cuatro castigos, y es que a más, la pobre Rottenmeier, no llegaba, debía quedar exhausta por el esfuerzo.
Y el último recuerdo que me queda de aquél curso es que me enamoré por primera vez. Se llamaba Silvia, era una chica morena, media melena, delgada y con unos ojos enormes. Como buen cobardica, nunca me atreví a confesarle el secreto amor que me embargaba, contentándome con escribir su nombre en la casilla “novia” de mi carné de agente secreto y observarla a hurtadillas de cuando en cuando, no fuese que fuera a darse cuenta... En fin, mis amores secretos nunca han llegado a gran cosa.
Resulta curiosa la manera en que han cambiado los tiempos, recuerdo que en cada clase había siempre uno o dos gordos, cuestión que ya por entonces me maravillaba porque pensaba que cómo era posible aquella casualidad, ¿por qué no podía haber en una clase cuatro gordos y en otra ninguna? ¿O tres y uno? Nunca llegué a saberlo. Bueno, estábamos en lo diferentes que eran los tiempos; antes en cada clase había un par de gordos y ahora lo que hay es un par de delgados… ¡curioso! Pero lo más extraño de todo es que con todos los que éramos en aquella clase, solo recuerdo el nombre de la chica que me gustaba y el de los dos gordos, del resto no recuerdo ninguno. Perdonadme los demás, es lo que tiene no estar gordo, que no se acuerdan de ti, jajajaja
Como no quiero extenderme más, solo apuntaré un par de momentos que recuerdo con cariño y nostalgia. Uno de ellos era el día de la Lotería de Navidad, la mañana del 22 de diciembre. Me encantaba el soniquete musical de los niños de San Idelfonso cantando los números, era un momento mágico, era el inicio de las navidades con todo lo que eso significaba: turrón, villancicos, pelis de romanos en la tele (en eso las cosas no han cambiado), el árbol de navidad, las luces de colores en la ciudad, la visita a sus majestades los Reyes Magos, el chocolate con churros en el centro, las uvas de nochevieja y montañas de alegría, ilusión y diversión. Adoraba ese día.
El otro gran recuerdo es el de las “carreras de caballos” que organizaba a la hora del recreo. Os explico, cogía un folio y con ayuda de una regla dibujaba diez calles que discurran de lado a lado, las numeraba del 2 al 11 y dividía cada calle en doce o dieciséis casillas. Una vez dibujado plastificaba el folio. Para esa labor había que tener maña y paciencia; maña porque se hacía poniendo tiras de papel celo de lado a lado, procurando que no se arrugase ni torciese demasiado y paciencia porque se tardaba muuuuuuucho tiempo en hacerlo. Una vez hecho, hacía diez fichas del tamaño de cada casilla, las numeraba del 2 al 11 y las plastificaba siguiendo el mismo sistema. Con eso y dos dados ya estaba hecha la timba, y consistía en que todo el que quisiese participar en la carrera tenía que apostar cinco folios (y como era sensato admitía todo tipo de hojas: folios en blanco, de cuaderno, de dibujo, de anillas…). Una vez completado el cupo empezaba la carrera. La regla consistía en lanzar los dados y avanzar una casilla la ficha que coincida con la suma de los mismos, continuando así turno tras turno, hasta que una de las fichas alcanzase la meta, momento en el que el júbilo del que ganaba, que se llevaba la mitad de lo acumulado (la otra mitad como podéis suponer me la quedaba yo) contrastaba con el rencor de los que perdían. La verdad es que fue emocionante y divertido, y lo cierto es que vi perder muchas fortunas en cuadernos allí…
Como apunte final y ya que he rememorado tiempos pasados, aprovecharé esta semana para hacer ejercicio de memoria y recordar los anuncios que nos cautivaban en aquella época. ¿Os apuntáis a recordar conmigo?

Hasta la semana que viene.

martes, 12 de enero de 2010

El lastre de la Navidad


Una vez que por fin han terminado las fiestas navideñas me enfrento con dos pequeños retos que vistos desde la perspectiva del que observa la montaña desde abajo, se me antojan, valga el símil, muy cuesta arriba. De una parte se trata de afrontar el primer tema oficial del blog y de otra el inicio del enésimo régimen de adelgazamiento para intentar deshacerme del lastre acumulado en estos días.
Aprovechando que el régimen ya lo he comenzado esta misma mañana y para continuar con la tónica de buenos propósitos con los que he comenzado el día, he decidido comenzar también el blog. A tal fin se me ocurre que ya que he mencionado el tema de perder peso voy a extenderme un poco más con él y así soluciono esta primera entrega.
En general, salvo un conocido que está tan orondo como orgulloso de serlo, todas las personas con las que alguna vez he conversado sobre este tema me han expresado lo mismo: nadie está conforme tal y como es. También es cierto que algunos de ellos tienen un problema que ya quisiera yo para mí y es que no consiguen coger unos kilos ni a tiros. Y mira que los pobres lo intentan, comen de todo y cuando digo de todo me refiero a que comen todas esas cosas que son apetitosas de comer, lo siento, aquí se queda fuera la dichosa coliflor, y además lo hacen en cantidades industriales. Como podéis imaginaros y por eso de la compensación divina, no todo es tan perfecto, son gente que tarde o temprano terminan por caer mal y aunque en un momento dado puedes llevarte más o menos bien con ellos, al final, a poco que intimas, terminan cayéndote un poco “gordos”. De cualquier manera no es de esa parte de la que quería hablar, sino todo lo contrario, quería extenderme sobre los que tendemos a engordar con cierta facilidad y a adelgazar con cierta dificultad.
Hagamos un ejercicio de introspección y pensemos en la causa de nuestro sobrepeso. La razón resulta evidente, comemos poco sano y además lo hacemos en mayor medida de lo que necesitamos. Hablemos primero sobre lo de comer sano, ¿qué es comer sano? No sé vosotros pero a mi lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en eso de comer sano es una coliflor enorme y descomunal. Y si la cosa se acabara ahí no habría demasiado problema, pero lo cierto es que a poco que miremos detrás de tan gigantesca verdura, encontramos que detrás de ella se escondían muchas más: nabos, puerros, acelgas... y lo que no son verduras, que a veces es peor. No nos engañemos, ¿a quién si le dan a elegir entre una estupenda coliflor al vapor y con poca sal, que es más sano, o un insano y crujiente cochinillo asado, elige la coliflor? Efectivamente, los raros. Y ahora llevemos ese razonamiento un poco más allá, ¿a quién le agrada ser el “raro” del grupo? Está claro, a los raros. Los raros son así, muchos de ellos ya nacieron de ese modo y creedme, contra eso es mejor no luchar porque hagamos lo que hagamos, por más que nos esforcemos, el raro no va a cambiar, va a seguir siendo el rarito de siempre.
No quiero perder el hilo, estábamos en que los que no somos raros engordamos por dos motivos:
  • Porque con los trabajos existentes, los sueldos que tenemos y los vecinos que nos han tocado en gracia, ¡algún placer tendremos que sacar a la vida…!
  • Porque la comida insana es muuuuuuuuucho más apetitosa que la cocina sana.
Así las cosas y a poco que nos guste comer, encontramos una satisfacción enorme en engullir comida insana pero apetitosa, máxime cuando la otra gran satisfacción que podemos tener, el sexo, es mucho más complicado de conseguir que ir y abrir una nevera. De este modo llegamos al segundo punto que quería tocar: comemos de más. En este punto y para repartir responsabilidades, querría mencionar que parte de la culpa de que nos veamos como nos vemos, la tienen las madres. El día que alguien invente un mecanismo que se pueda implantar en el brazo y que sea capaz de detener el movimiento del mismo ante frases del tipo “ya no quiero más”, se hace de oro. Por experiencia personal os puedo decir que desde que se emite esa frase hasta que realmente para el movimiento de servirnos comida, es fácil que caigan cuanto menos un par de cucharones extra. Y claro, entre lo bueno que está y que ya está ahí, pues eso, que al final terminamos engulléndolo todo. Y si una gota tras otra es capaz de horadar la piedra más dura, imaginaos lo que es capaz de hacer en nuestro organismo ese par de cucharones extra durante treinta años… es demoledor. Así que entre la acción del "brazo echador" sufrida desde que éramos bebés y la costumbre de empeorarlo aún más con patatas fritas, bollería industrial, alimentos precocinados y la famosa fast food, hemos conseguido entrar a formar parte del grupo que reclama asientos más anchos en el metro. Y lo peor de todo es que mientras nos estamos comiendo ese bolsón de patatas fritas o ese par de onzas de chocolate nos sentimos geniales, pero ¿qué pasa después? ¿Quién no tiene unos insufribles remordimientos instantes después? “Dios mío, ¿qué he hecho?” Si nos ponemos casi bíblicos: “Perdóname, Padre, porque no sabía lo que hacía”…
En definitiva, que voy a intentar por enésima vez poner algo de mi parte, hacer un poco más de deporte (eso lo tengo fácil porque con el que hago ahora, con levantar una silla dos veces ya lo habré superado), comer un poco más sano (si igual la coliflor no es tan mala como parece) y un poco menos (salvo cuando vaya a casa de mi madre o de mi suegra).

¿Os apuntáis? Ya os contaré.


lunes, 4 de enero de 2010

La primera entrada, la de prueba


Antes de ponerme en serio con la primera entrada "oficial", he querido realizar una primera prueba por eso de ver cómo queda la cosa realmente.
Y como algo hay que poner aunque sea una entrada de prueba, no vaya a se que quede muy pobre y cause mala impresión, aprovecharé este primer blog para ponerme los deberes para el futuro, consistiendo estos en el compromiso para desarrollar un tema con una periodicidad semanal. La entrada tendrá carácter libre y variará en función de los acontecimientos o experiencias vividas en los días anteriores.
Así las cosas, en el contenido habrá opiniones, se contarán experiencias (personales y ajenas), se realizarán comentarios (sobre la última película, el último libro, el penúltimo viaje), se expresarán opiniones (sobre el tiempo, la política, el último gadget...) y por supuesto se hablará de sentimientos (porque los seres humanos tenemos la capacidad de poder expresar lo que sentimos y ya que la tenemos sería una pena desperdiciarla: utilicémosla).
En definitiva, que por posibilidades no será; el cielo es el límite, que dijo un optimista.
Lo dicho, que me pongo desde ya a desarrollar el tema de la semana que viene.

Hasta pronto.