martes, 12 de enero de 2010

El lastre de la Navidad


Una vez que por fin han terminado las fiestas navideñas me enfrento con dos pequeños retos que vistos desde la perspectiva del que observa la montaña desde abajo, se me antojan, valga el símil, muy cuesta arriba. De una parte se trata de afrontar el primer tema oficial del blog y de otra el inicio del enésimo régimen de adelgazamiento para intentar deshacerme del lastre acumulado en estos días.
Aprovechando que el régimen ya lo he comenzado esta misma mañana y para continuar con la tónica de buenos propósitos con los que he comenzado el día, he decidido comenzar también el blog. A tal fin se me ocurre que ya que he mencionado el tema de perder peso voy a extenderme un poco más con él y así soluciono esta primera entrega.
En general, salvo un conocido que está tan orondo como orgulloso de serlo, todas las personas con las que alguna vez he conversado sobre este tema me han expresado lo mismo: nadie está conforme tal y como es. También es cierto que algunos de ellos tienen un problema que ya quisiera yo para mí y es que no consiguen coger unos kilos ni a tiros. Y mira que los pobres lo intentan, comen de todo y cuando digo de todo me refiero a que comen todas esas cosas que son apetitosas de comer, lo siento, aquí se queda fuera la dichosa coliflor, y además lo hacen en cantidades industriales. Como podéis imaginaros y por eso de la compensación divina, no todo es tan perfecto, son gente que tarde o temprano terminan por caer mal y aunque en un momento dado puedes llevarte más o menos bien con ellos, al final, a poco que intimas, terminan cayéndote un poco “gordos”. De cualquier manera no es de esa parte de la que quería hablar, sino todo lo contrario, quería extenderme sobre los que tendemos a engordar con cierta facilidad y a adelgazar con cierta dificultad.
Hagamos un ejercicio de introspección y pensemos en la causa de nuestro sobrepeso. La razón resulta evidente, comemos poco sano y además lo hacemos en mayor medida de lo que necesitamos. Hablemos primero sobre lo de comer sano, ¿qué es comer sano? No sé vosotros pero a mi lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en eso de comer sano es una coliflor enorme y descomunal. Y si la cosa se acabara ahí no habría demasiado problema, pero lo cierto es que a poco que miremos detrás de tan gigantesca verdura, encontramos que detrás de ella se escondían muchas más: nabos, puerros, acelgas... y lo que no son verduras, que a veces es peor. No nos engañemos, ¿a quién si le dan a elegir entre una estupenda coliflor al vapor y con poca sal, que es más sano, o un insano y crujiente cochinillo asado, elige la coliflor? Efectivamente, los raros. Y ahora llevemos ese razonamiento un poco más allá, ¿a quién le agrada ser el “raro” del grupo? Está claro, a los raros. Los raros son así, muchos de ellos ya nacieron de ese modo y creedme, contra eso es mejor no luchar porque hagamos lo que hagamos, por más que nos esforcemos, el raro no va a cambiar, va a seguir siendo el rarito de siempre.
No quiero perder el hilo, estábamos en que los que no somos raros engordamos por dos motivos:
  • Porque con los trabajos existentes, los sueldos que tenemos y los vecinos que nos han tocado en gracia, ¡algún placer tendremos que sacar a la vida…!
  • Porque la comida insana es muuuuuuuuucho más apetitosa que la cocina sana.
Así las cosas y a poco que nos guste comer, encontramos una satisfacción enorme en engullir comida insana pero apetitosa, máxime cuando la otra gran satisfacción que podemos tener, el sexo, es mucho más complicado de conseguir que ir y abrir una nevera. De este modo llegamos al segundo punto que quería tocar: comemos de más. En este punto y para repartir responsabilidades, querría mencionar que parte de la culpa de que nos veamos como nos vemos, la tienen las madres. El día que alguien invente un mecanismo que se pueda implantar en el brazo y que sea capaz de detener el movimiento del mismo ante frases del tipo “ya no quiero más”, se hace de oro. Por experiencia personal os puedo decir que desde que se emite esa frase hasta que realmente para el movimiento de servirnos comida, es fácil que caigan cuanto menos un par de cucharones extra. Y claro, entre lo bueno que está y que ya está ahí, pues eso, que al final terminamos engulléndolo todo. Y si una gota tras otra es capaz de horadar la piedra más dura, imaginaos lo que es capaz de hacer en nuestro organismo ese par de cucharones extra durante treinta años… es demoledor. Así que entre la acción del "brazo echador" sufrida desde que éramos bebés y la costumbre de empeorarlo aún más con patatas fritas, bollería industrial, alimentos precocinados y la famosa fast food, hemos conseguido entrar a formar parte del grupo que reclama asientos más anchos en el metro. Y lo peor de todo es que mientras nos estamos comiendo ese bolsón de patatas fritas o ese par de onzas de chocolate nos sentimos geniales, pero ¿qué pasa después? ¿Quién no tiene unos insufribles remordimientos instantes después? “Dios mío, ¿qué he hecho?” Si nos ponemos casi bíblicos: “Perdóname, Padre, porque no sabía lo que hacía”…
En definitiva, que voy a intentar por enésima vez poner algo de mi parte, hacer un poco más de deporte (eso lo tengo fácil porque con el que hago ahora, con levantar una silla dos veces ya lo habré superado), comer un poco más sano (si igual la coliflor no es tan mala como parece) y un poco menos (salvo cuando vaya a casa de mi madre o de mi suegra).

¿Os apuntáis? Ya os contaré.


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