lunes, 20 de diciembre de 2010

Mentirijillas


Aprovechando que en el penúltimo blog mencioné por encima la cuestión de las mentiras, he decidido que éstas tienen la suficiente entidad como para dedicarles una entrada propia y profundizar un poco más en el tema. Todos sabemos perfectamente lo que es una mentira, que no es otra cosa que una manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.
La mentira es inherente al hombre, aprendemos a mentir mucho antes que a andar y es que queramos o no, la mentira es en muchos casos nuestra aliada y nos ha ayudado a llegar donde hemos llegado, con todas sus cosas positivas y negativas. Siendo sinceros, pensad una cosa, en el mundo que conocemos hoy en día, ¿podríamos sobrevivir sin mentir? Yo pienso que no, o cuanto menos, las cosas serían mucho más complicadas…
El primer mentiroso conocido, como no podía ser de otra manera, fue Caín, que tras cepillarse vilmente a su hermano, cuando el Señor le preguntó sobre si sabía dónde se hallaba éste, le respondió: "¿Quién? ¿Yo...? Ni idea…” Que digo yo que un poco de mala leche sí tenía, porque siendo omnipotente y sabiéndolo todo, ¿para qué pregunta? Caín debía ser muy malo, pero desde luego no era tonto…
Las mentiras no son malas "per se", de hecho nos ayudan a ejercitar la inventiva y la memoria, lo que no es poca cosa, nos ayudan además a ser imaginativos y tirar de recursos propios, en una palabra, nos convierten en personas mejor preparadas. Incluso nos puede ayudar a abrirnos nuevas puertas profesionales, ¿a quién no le gustaría ser actor? Y de hecho hay trabajos que solo pueden ser ejercitados por mentirosos profesionales, porque decidme, ¿contrataríais a algún espía que no supiese mentir? Sin campañas en las que mentir, ¿podrían existir los políticos? ¿Y qué me decís de los banqueros? Sería el caos, sin políticos, sin espías, sin banqueros... el fin de la sociedad tal y como la conocemos, no quiero ni imaginármelo. Así las cosas queda claro que las mentiras son imprescindibles, de hecho las mentiras son solo palabras, solo eso, palabras. Lo malo que tienen las mentiras es cuando nos percatamos que nos han mentido, es cuando caemos en la cuenta que hemos sido unos pardillos y que nos la han clavado hasta el fondo… A título de ejemplo, pensad en la cara de panolis que se les debió quedar a todos aquellos que se creyeron a pies juntillas eso de “tenemos pruebas de que en Irak existen armas de destrucción masiva…”; de hecho, por increíble que pueda parecer, todavía quedan algunos individuos que por no parecer lo que son, unos panolis, siguen manteniendo a capa y espada que sí, que Irak está atiborrado de armas de destrucción masiva… la cuestión es que deben ser invisibles, porque de lo contrario, ya me diréis…
Para no ponernos serios ni transcendentes, dado que la naturaleza del blog es hacernos pasar un buen rato (que para ponernos de mala leche ya tenemos bastante con los telediarios y con Iberdrola), dejaremos las grandes mentiras a un lado y nos centraremos en las mentirijillas, que son esas pequeñas mentiras domésticas que utilizamos los mortales de a pie para hacernos un poco más llevadero esto de sobrellevar el día a día.
Atendiendo a los distintos tipos de mentirijillas que podemos encontrarnos, he elaborado la siguiente clasificación:

- MENTIRIJILLAS FAMILIARES: Son aquellas que hemos oído en casa desde que éramos tiernos infantes y que se van transmitiendo de generación en generación, sin que nadie parezca preocuparse por desvelar su veracidad. Cabe destacar que este tipo de mentiras las hemos sufridos todos en mayor o menor medida y que en muchas ocasiones nos han hecho la vida un poco más difícil, por utilizar un eufemismo. Como peculiaridad destaca que ninguna de ellas tiene ninguna base científica, lo cual no impide nos las hayamos creído a pies juntillas. Algunas de las que me vienen a la cabeza son:

  • Pepito, tienes que esperar dos horas hasta poder bañarte, de lo contrario te puede dar un corte de digestión y te morirás. Aquello sí que era un suplicio, las dos horas se hacían eternas… Y lo peor no era eso, lo peor es que en mi caso, con los años debí desarrollar torpeza digestiva, porque de repente pasamos de las dos horas de rigor a las dos horas y media; en fin, misterios de aquellos entonces…
  • Pepito, si lees a oscuras te quedarás ciego. Madre mía, aquello si que me creó una fuente de preocupación constante, porque yo ya apuntaba maneras, usaba gafas y claro, no era cuestión de jugármela. Cuánto comic dejé sin leer por culpa de aquella dichosa mentira…
  • Pepito, si no duermes siesta, no crecerás y te quedarás enano de por vida. Otro castigo bíblico, el tiempo se eternizaba. No podía hacer nada, tan solo fingir que dormía y como además, tal como he apuntado antes, no podía leer porque me quedaría ciego, pues nada, a aburrirse como una ostra la horita de vigor…
  • Pepito, ni se te ocurra masturbarte o te quedarás ciego. Pues sí que… la de afiliados que hubiese tenido la O.N.C.E. de haber sido eso cierto. Lo bueno es que además admitía toda clase de variaciones: no te masturbes o te quedarás sifilítico, no te masturbes o irás al infierno, no te masturbes o se te derretirá el cerebro… Imaginaos las siestas, sin sueño, sin poder leer y sin poder… en fin, un rollo se mirase por donde se mirase.
  • Pepito, si te portas mal los Reyes Magos te traerán carbón. ¡Anda ya! Pero si a Tomás, el del décimo, le traían mogollón de cosas y era un auténtico cafre con patas… Yo en cambio, que era un bendito, jamás me trajeron el dichoso escalextric, menudo camelo…
  • Pepito, tienes que acabarte todas las espinacas, así te pondrás igual de fuerte que Popeye. Pero vamos a ver, ¿quién en su sano juicio querría parecerse a Popeye? Un tío más feo que Picio, vestido de marinero, con unos antebrazos deformes y que tenía una pipa que pitaba, ¿quién narices querría parecer eso? Y no quiero hablar de su novia, Olivia, una tía fea hasta decir basta, esquelética y que además llevaba un moño horrible. ¡Menuda vida la de Popeye! ¡Un suertudo el tío...! Así que entre eso y que andaba todo el día dándose de leches con un tío enorme que se llamaba Brutus, ¿para qué demonios me iba yo a comer las insufribles espinacas? Ya me imaginaba en el cole, como si las gafas no fueran de por sí motivo más que suficiente para que se metiesen conmigo, solo me faltaba aparecer como Popeye... y ser francés.
  • Pepito, ni se te ocurra levantarte para nada, de lo contrario vendrá el hombre del saco y se te llevará. Esa sí que era buena. Resulta que si me levantaba, venía un tío con un saco, que digo yo que debía ser de la CIA, porque ya me diréis sino cómo leches se iba a enterar que me había levantado, y se me llevaba a Dios sabe dónde. Siempre me quedé con ganas de preguntar a mi madre cómo era que si llevaba tanto tiempo haciéndolo, cómo era que todavía no lo habían pillado y lo que era más importante, ¿por qué un saco? Porque digo yo, ¿no sería mejor un baúl...?
  • A ver pepito, ésta por papá, ésta por mamá, ésta por el hermanito… Vamos, que la salud de la familia dependía de que me acabase todo el plato y no os creáis, que encima he llegado a tener bises, es lo que tiene pertenecer a una familia pequeña…
  • Pepito, ponte los calcetines no vayas a coger un resfriado. También existe la variante de "sécate bien el pelo no vayas a coger una pulmonía", lo que ya era mucho más grave. Estas frases son todo un clásico y lo peor de todo es que es exactamente igual que todas las demás, no tiene base científica alguna. Lo del pelo me daba más igual, pero con lo que molaba eso de andar descalzo… Por cierto, que he comprobado que el uso de estas frases es una manía de género, en este caso referido en exclusiva al género femenino; en mi caso concreto, mi madre me la repitió hasta que me fui de casa y ni aún así me libré, ahora me la dice de manera constante mi pareja Lo que es la vida, estoy deseando quedarme solo un momento para poder darme el gusto de andar descalzo...
  • Pepito, ponte el gorro que el 75% del calor se pierde por la cabeza. ¿Pero cómo me veía mi madre? Para que eso me pasase realmente debería haber tenido la cabeza como un portaaviones, poco más o menos...
  • Pepito, no hagas el tonto bizqueando o te quedarás bizco de verdad. ¿Y si me pongo las orejas soplillo se me quedan así también? Ya sabéis, bizcos del mundo, no haber hecho tanto el tonto… Por cierto, y los que tienen chepa, ¿qué hicieron?
  • Pepito, si dices mentiras te crecerá la nariz como a Pinocho. Esta era encantadora, me gustaba tanto y la decían tan serios…
MENTIRIJILLAS HISTÓRICAS: Corresponde con aquellas relacionadas con la historia y que gracias al boca a boca, terminaron por convertirse en leyendas. Decía Goebbels,  jefe de la propaganda nazi, que si dices una mentira muchas veces acaba siendo verdad y eso es poco más o menos, lo que ha terminado sucediendo con alguna de las mentiras comentadas a continuación:

  • Walt Disney está criogenizado. Pero alma de cántaro, si a ese hombre lo que le hicieron fue incinerarlo; ya me contaréis, de congelarlo a achicharrarlo, menuda diferencia va…
  • Los seres humanos solo usan el 10% del cerebro. No fastidies. ¡¡Tanto...!! A poco que nos fijemos un poco nos percataremos que la mayoría de los seres humanos no llegamos a utilizar ni siquiera el 0,1%. Y en algunos casos es aún peor, dudo que dispongan siquiera de dicho órgano, véase sino el caso de algunos políticos, futbolistas, presentadores de magazines, famosos...
  • Calígula nombró cónsul a su caballo. Totalmente falso. por más que mostrase más capacidades que muchos de los patricios de aquella época, no lo nombraron cónsul. Aunque seguro que de haber existido en esta época, cuanto menos alguna alcaldía le habría caído...
  • Napoleón era muy bajito. Falso también, tenía la estatura media de aquella época, 1,68 cm. y de hecho incluso superaba por 4 cm. al duque de Wellington, su gran enemigo. Por cierto, tampoco era cierta la habladuría de que la tenía muy pequeña, ya sabéis lo mala que es la envidia…
  • La guillotina la inventaron los franceses. Pues no, de hecho la inventó Titus Manlius, un cónsul romano que posteriormente hizo buen uso de ella, le ejecutaron de esa manera, cosas de la historia… Y por cierto, Juana de Arco, por más que les pese también a los franceses, no era francesa, nació en el Ducado de Lorena, que por aquella época era independiente. 
  • Adán y Eva comieron una manzana. Incierto también, en la Biblia solo se menciona que comieron una fruta, lo de la manzana ni idea de dónde salió, debía ser que estaba de oferta…
  • Las carabelas de Colón fueron tres. En realidad no eran tres, sino dos; la tercera nave era un Nao, un barco bastante más grande y de más calado.
  • Van Gogh se cortó una oreja. En realidad el muchacho debió pensárselo bien y finalmente no llegó la sangre al río y tan solo se cortó un pedacito del lóbulo izquierdo.
  • Bin Laden fue el primero en atacar a EEUU en su propio territorio nacional. Nada más falso, el "mérito" le corresponde a Pancho Villa, que ya en 1916 cruzo Río Grande y atacó la ciudad de Columbis, en Texas, donde mató a siete personas. Eso sí, la invasión no duró mucho, menos de diez horas.
  • Las brujas de Salem fueron quemadas en la hoguera. Otra que nos hemos creído. Lo cierto es que en realidad fueron ahorcadas, que era la pena que las comunidades protestantes y calvinistas solían dictar para los casos de hechicería.
  • Los vikingos llevaban cascos con cuernos. En realidad también es falso, lo de los cuernos fue una invención del pintor sueco Gustav Malstrom, cuya invención trataba de retratar a los feroces guerreros del Norte como seres casi demoníacos.
  • El "estrangulador de Boston" estrangulaba a sus víctimas. Con éste pasó eso de que para una vez que mato un gato, me llaman "mata-gatos". Lo cierto es que Albert de Salvo, que así se llamaba el individuo, no estrangulaba a sus víctimas; únicamente lo hizo con la primera, a las otras doce las mato a golpes o puñaladas, por lo que hubiese sido mucho más acertado haberle llamado "el apuñalador de Boston" o "el golpeador de Boston".
  • Hernán Cortés quemó sus naves. También es falso, según relató el cronista que le acompañaba, Bernal Díaz del Castillo, lo que hizo fue embarrancarlas y barrenarlas para abrir vías de agua. Es más, Cortés dejó una intacta, para que fuera a Cuba a solicitar el envió de mas víveres y tropas.
  • Siempre se ha circulado por la derecha. Por raro que pueda parecer, lo habitual era circular por la izquierda. Ya en el imperio romano se circulaba por la izquierda, costumbre que se mantuvo en toda Europa hasta la Revolución Francesa. Como los franceses son así, decidieron que a partir de ese momento lo harían por la derecha, que para eso habían hecho una Revolución, y fue Napoleón el que lo impuso en el resto de Europa, menudo era él, salvo en Inglaterra, Suecia y los países que no pudo conquistar. Así que parece que los que circulan al revés no son los ingleses...
  • Arturo fue rey de Inglaterra. De hecho, aunque se hable del rey Arturo en tropecientas películas, nunca fue rey. En realidad el rey fue un general romano llamado Lucio Artorius Casto, nombrado prefecto para defender Berta de los bárbaros.
  • El general Custer dijo aquello de: "El único indio bueno es el indio muerto". Hombre, el general Custer tenía mal carácter y aunque no mostraba una gran simpatía por los "pieles rojas", como le gustaba llamarlos, no fue el autor de la frasecita. El verdadero autor de esa joya fue el general Philip O. Sheridan.
  • Robin Hood robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Nada que ver, en realidad era un nombre llamado Robert Hood, que se sublevó contra el rey Ricardo II (y no contra Juan Sin Tierra) para no pagar impuestos, algo que le gustaría hacer a más de uno aquí también.
  • Los piratas enterraban sus tesoros. Pues de ser así, debieron hacerlo muy bien porque nunca apareció ninguno y eso que con la especulación inmobiliaria no se ha dejado un palmo de tierra sin remover... En realidad lo normal era que dilapidaran el botín en tabernas, burdeles y casas de juego de isla Tortuga, como tiene que ser.
MENTIRIJILLAS SIMPÁTICAS: Dentro de este grupo están aquellas mentiras que se dicen con el único afán de ayudar a superar una situación tensa o comprometida y no existe ánimo alguna de que nos crean, más que nada porque sabemos que son difíciles de creer). Podría definirse como una mentira útil y a priori, no deberíamos sentirnos especialmente molestos por ellas. Algunos ejemplos serían:

  • Solo la puntita, te lo prometo. Notad que el “lo prometo” sirve únicamente para dotar de mayor veracidad a la frase, pero no significa que el individuo esté prometiendo nada…
  • Justo en este mismo momento te iba a llamar. ¿Curioso, verdad? Me maravilla que algo tan simple todavía siga funcionando, pero es así, aún hay gente que la sigue creyendo… Existe una variante que también se utiliza mucho y que dice: “Justo en este momento estaba pensando en ti...”, quedar bien cuesta tan poco...
  • Ya verás cómo no va a doler nada. ¡Mal rollito! Si alguna vez os sueltanesa frase, echaos a temblad porque os asegura que sea lo que sea lo que os van a hacer, os va a doler de narices....
  • ¡Ah! ¿Pero no te lo había devuelto ya? Esta frasecita sí que molesta un poco. Primero pasamos un mal trago teniendo que pedir al individuo en cuestión que nos devuelva algo, lo que ya de por sí es suficientemente incómodo, pero el colmo es cuando nos sueltan la frasecita de marras... ¡¡Es que encima nos toman por tontos! No me digáis que no es para soltarle un "pues no, mamoncete, de habérmelo devuelto no estaría aquí pidiéndotelo, ¿no te parece?". En fin, prefiero no hacer más comentarios al respecto, ya me he puesto de mala leche...
  • Esto no es lo que parece. Mi favorita. Todo un clásico, es una frase de uso obligado y no admite variación alguna, hay que citarla textualmente (que tampoco es difícil, son seis palabras). Eso sí, nos arriesgamos a que nos contesten un “Pues fíjate tú, parecía talmente que te estabas cepillando a la asistenta en nuestra cama…”. Si admites un consejo, no hagas nunca cosas por las que necesites decir esta frase, pero de necesitarlo, no dudes soltarla, no pierdes nada. Eso sí, no seas panoli, NUNCA reconozcas nada, niégalo hasta la muerte, es otro consejo que te doy, jajajaja.
  • Te queda genial. Esta frase hacedla totalmente vuestra, es im-pres-cin-di-ble. No experimentéis, ceñíos a la frase, cualquier variación que hagáis va a tener resultados poco deseados (hablo desde la experiencia). Olvidaos de la sinceridad y de todas esas pamplinas que nos han soltado desde pequeño, "te queda genial", no necesitáis más. Porque decidme si no, ¿qué otra cosa se puede decir…?
  • Me quedo a dormir en casa de una amiga. Otro clásico que aún sigue funcionando y que es muy utilizada por hijas adolescentes. No os fieis…
  • Sigue, sigue, que yo te aviso. ¿Pero aún queda alguna incauta que se lo crea...?
  • Cuando llegué ya estaba roto, o yo no lo he tocado. Yo esa frase la escucho a diario, en casa es el pan nuestro de cada día. Lavabos que se rompen solos, baldosas que se auto inmolan, vasos que aprenden a volar, etc. Es lo que tienen ciertos objetos, que poco a poco pierden las ganas de vivir y al final, van y se suicidan…
  • ¿A ti no te huele mal? Sí, a cuesco y has sido tú jodío cínico…
  • No te preocupes que yo te llamo. Otro clásico que por más que pasen los años no pierde ni un gramo de vigencia. Esta frase tenía que figurar por derecho propio en el libro Guinness de los records...
  • Pues no lo entiendo, le juro que solo me he tomado una cervecita. Cuántas veces habrán escuchado esta frase, con todas sus variantes, nuestros nobles amigos los beneméritos…
  • Te juro que yo lo dejé ahí o te juro que te di las llaves. Funciona casi siempre y es que ya se sabe, la mejor defensa es un buen ataque...
  • Para nada, solo somos amigos. Y suele ser verdad, cada cual se puede acostar con quien quiera, faltaría más…
  • Me duele un montón la espalda, hoy no voy a poder ir a trabajar. Vamos a ver, el que no haya utilizado alguna vez esta frase que tire la primera piedra… Lo sabía, a todos os ha dolido alguna vez la espalda...
  • ¿Porno, yo? En absoluto, a mi no me gusta el porno. ¡Venga hombre…!
  • A ella solo la veo como una amiga. Con esta frasecita es como suelen empezar la mayoría de los follones…
  • ¿Seguimos siendo amigos? Vamos a ver, esta frase ya nos la podíamos ahorrar, ¿no? Porque vamos a ver ¿para qué sirve…? Si ya sabemos que no...
  • ¿Enfadado yo? ¡Para nada! Vamos si ya se ve, esos ojos rojos, esos espumarajos por la boca, esos puños apretados… te creo, te creo.
  • ¿Qué qué me ha parecido tu novia? Pues muy simpática, la verdad. Consejo importante: no os salgáis de aquí, si lo hacéis, metéis la pata seguro, vosotros mismos. A alguien que te pregunta semejante estupidez no le puedes bajo ningún concepto decir la verdad. No le puedes decir que su novia tiene un polvo, porque no le va a gustar; y si le decís lo contrario, que su novia es un cazo malayo, tampoco lo va a apreciar. Así que lo mejor es que una vez más, os ciñáis a lo expuesto.
- MENTIRIJILLAS JOCOSAS: En este grupo cabe englobar tanto a las mentiras que se exageran adrede para dejar claro que es una mentira, como a las verdades que soltamos en broma con el único propósito de colarlas y que parezcan mentira. Con este truco nadie nos podrá acusar jamás de no ser sinceros. Por regla general, las mentiras aquí englobadas, suelen ser divertidas o en el peor de los casos, resultar totalmente obvias.
Como anécdota personal comentaros que hace unos años me dio por ir a trabajar en bici, eso me servía para estar en forma y de paso ahorrarme un dinerillo en combustible. La parte negativa estaba en que para acudir a mi lugar de trabajo tenía que circular por una autovía, lo que entrañable un cierto riesgo, ya que hoy, al igual que ayer, la educación vial existente es prácticamente nula. El caso es que a mí todo aquello me daba bastante igual y salvo que lloviese o granizase, allá que marchaba ten inconsciente y feliz con mi bicicleta del alma. Mi única preocupación consistía en que no me pillase la que por aquella época era mi chica, pero claro, tanto va el cántaro a la fuente... que me terminaron pillando. Menos mal que al menos no lo hizo con el arma del crimen en la mano; de hecho me sorprendieron cuando estaba cerrando la puerta del cuarto trastero, que era el lugar donde guardaba la bici, y claro, en ese trance poco podía hacer, llevaba el equipamiento completo de montar en bici de la Srta. Pepis: casco, gafas, guantes, maillot, culote, mochila... vamos, que todo apuntaba a que se me iba a caer el pelo.
- ¿No habrás ido a trabajar en bici?–. Me preguntaron con un tono amenazante que no auguraba nada bueno
- ¿Quién? ¿Yo...? -contesté yo con sorpresa e inocencia-. En absoluto, llegué hace unos minutos y pensé darme una vuelta con la bici a la Casa de Campo, justamente iba a por ella ahora -. Mi tono no rebelaba duda alguna-. Pero ya que estás aquí, daré la vuelta otro día.
Y ahí acabó todo, ella satisfecha, pese a que no se creyese ni por asomo toda aquella patraña, y yo feliz porque había salvado la situación y lo había negado todo, aunque daba por hecho que ella no era tonta y sabía perfectamente que había ido a trabajar en bici. Pero es lo que tienen estas cosas, tú niegas lo evidente y el otro hace que se cree, era genial, todos contentos...

Algunas de las mentirijillas jocosas que me vienen a la mente son:
  • Hola, corazón. Te llamaba para comentarte que esta noche no podré ir a casa, ha habido un brote de condiloma acuminado muy virulento y estamos todos en cuarentena. Ya te llamo yo en cuanto sepa algo. ¡Chapeau! Un crack el que la soltó, aunque también es cierto que no le valió de mucho...
  • Nada, que no encuentro el coche, juraría que lo dejé aparcado en la calle de arriba y no hay manera. Si acaso, tú vete yendo a casa de tu madre que cuando encuentre el coche ya paso yo a recogerte. Eso es saber librarse con estilo de una cena con la suegra y lo demás tonterías. Y encima lo que quedó es la suerte que había tenido el tío por haber encontrado el coche tres horas más tarde...
  • Pues nada, que venía para acá cuando de repente un platillo volante se ha parado justo delante de mí y se han bajado dos marcianos con escafandras y me han metido en su nave. Entonces me han llevado a su planeta y me han invitado a desayunar unas cosas verdes que no me han gustado nada. Luego me han paseado por su planeta y al final me han traído de vuelta a la Tierra y me han dejado en la puerta del colegio, y por eso es por lo que he llegado tarde, señorita. La prodigiosa imaginación de los niños…
  • ¿Qué dónde estuve anoche...? Pues nada, al final quedé con Rafa y fuimos a un garito de esos de stripers. Estuvimos allí tomándonos unas cervezas hasta que se nos apalancaron un par de rubias que no estaban mal. Al final entre risas y jajas, terminamos en casa de Rafa con las rubias y claro, así estoy yo, que no me tengo. Pues no es coña, esto se lo soltó hace tiempo un conocido mío a su novia (estaba yo delante) y lo increíble es que ésta se rió pensando que se lo decía en broma... En fin, cada uno es libre de creerse lo que quiera, pero lo que no se puede negar es que el hombre era sincero...
  • Pues sí, doctor, estaba duchándome tranquilamente cuando he resbalado, con tan mala fortuna que he caído justo encima del jabón, de manera que sin saber cómo el jabón se me ha introducido tontamente por el ano. Frase verídica que me ha trasladado como cierta una amiga que trabaja en urgencias. Ni que decir tiene que los médicos no pudieron contener la risa, menos mal que parece ser que el hombre no pareció tomárselo a mal... Yo he aprendido la lección y como no quiero que me pase, he empezado a usar gel...
Podría seguir contando alguna más, pero ya sabéis que el tiempo es finito y vuestra paciencia limitada, por lo que no es conveniente abusar ni de vuestra paciencia ni de mi tiempo. Lo que estaría bien es que alguno de los tres que leéis el blog, os animaseis y trasladaseis alguna de las mentirijillas que habéis oído o que habéis llevado a la práctica, malandrines.
Nos encontramos de nuevo en un par de lunes. Sed buenos, santificad las fiestas y ¡qué narices! ¡Pasad una fantástica Navidad!

martes, 7 de diciembre de 2010

Nuestros amigos los controladores


Aunque inicialmente el tema previsto para el blog de hoy era otro, la actualidad manda y en el último momento no me ha quedado más remedio que dedicarle la entrada a ese entrañable y querido colectivo que conforman los controladores aéreos.
Dado el carácter amable que suele tener este blog, no se me ocurre mejor manera de empezar el mismo que contándoos un chiste aeroportuario muy oído estos días en la terminal T-4 del Aeropuerto de Barajas, que es el lugar al que como sabéis, he ido a pasar estos días de vacaciones. El chiste dice así:
- ¿Qué son mil controladores con una piedra a los pies en el fondo del mar?
- ¡¡Un buen principio...!!
La cuestión es que no sé muy bien si el chiste tiene mucha gracia o no, pero lo que os puedo asegurar es que sobraban voluntarios para ir a buscar las piedras... ¡¡Cosas de aeropuertos!! ¿Qué os voy a decir...?

He de reconocer que en esta ocasión me va a costar mucho más mostrarme tan conciliador con el colectivo de los controladores aéreos como con otros admirados colectivos de los que he hablado en ocasiones anteriores (SGAEnianos, políticos, banqueros, promotores inmobiliarios, etc.), pero en esta ocasión el cariño que siento por ellos es tan abrumadoramente grande que me es muy difícil sustraerme a la imperiosa necesidad que siento de abrazar a todos y cada uno de ellos, y es que ¡¡tengo tanto amor para dar...!!

Apartado fotos. Como todo buen blog de viajes que se precie, antes de nada y para que os hagáis una idea más clara de las bondades de Amsterdam, quería mostraros unas fotos que he hecho a lo largo de estos días que os darán una idea de la belleza de los parajes visitados.


Plaza de Waterloo: Lugar donde los judíos organizaban su mercadillo.

Museo Van Gogh: Uno de los museos más completos del mundo.

Palacio Real: Impresionante construcción que os dejará sin habla.
 
Barrio Rojo: Es el barrio más conocido de Amsterdam.
 
Plaza Damn: Plaza emblemática de la ciudad.

Una de las cosas buenas que ha tenido todo esto (y ahora estoy hablando en serio, sin ningún tipo de ironía ni segunda intención), es que he tenido la oportunidad de conocer un montón de gente estupenda (por cierto, siento deciros que no había ningún controlador en ese grupo), que en otra situación jamás hubiese tenido la oportunidad de conocer (gracias, controladores). Y sí, es cierto, se conoce mucha gente cuando uno se pasa más de diez horas en una cola, esperando al menos (ya que no se viaja), poder poner una bonita reclamación que apenas servirá para nada. Por cierto, aprovecho aquí para hacer un inciso y felicitar a esa gran compañía tan nuestra que es Iberia, por la estupenda gestión y el enorme despliegue de medios que ha llevado a cabo para solventar esta crisis (gracias, Iberia). Y es que de tropecientos stands de atención al público que Iberia tiene en la T-4, sólo dos abiertos, ¿para qué iban a abrir más? Pensad que si abren más, la gente igual se anima y reclama más... En cada uno de los stands atendían dos señoritas, que estoy absolutamente convencido que fueron especialmente seleccionadas y adiestradas por la compañía para este tipo de situaciones, transmitían una paz... era como si toda la agitación, malestar y crispación que les rodeaba no fuera con ellas; eran todo relajación, tranquilidad y serenidad (gracias de nuevo, Iberia) y eso creo que es bueno, porque ya sabéis que dicen que el estrés quita años de vida. Para resumir, tropecientos stands, sólo dos abiertos, dos señoritas "anti-estrés" en cada uno de ellos que atendían a un pasajero cada 20/25 minutos (no son datos dados al azar, han sido comprobados y contrastados en repetidas ocasiones); así las cosas, haciendo una sencilla operación aritmética, observamos que la media de atención a pasajeros dada por Iberia en esta situación de crisis, ascendía a una media de 12 pasajeros a la hora (gracias una vez más, Iberia). Teniendo en cuenta que las colas superaban con creces las mil personas, imaginaos la de horas y paciencia que había que echar para lograr que te atendiesen las "anti-estrés". En mi caso concreto, habida cuenta de que era uno de los privilegiados a los que el "plante controladorístico" pilló en su ciudad de origen (un número incalculable de personas no tuvieron esa suerte), decidí parar la juerga a las doce de la noche (uno ya va teniendo sus años y no aguanta la fiesta igual que antes), tras más de ocho horas de disfrutar como un loco en la cola, coger mis bártulos e irme a casa a dormir, ya continuaría la juerga al día siguiente, quedaba tanta gente aún por conocer (gracias, controladores).
Otra de las cosas divertidas que uno podía hacer allí, era dejarse entrevistar por alguno de los cientos de periodistas que se desplazaron hasta allí para cubrir el evento. Resultaba curioso como en determinados momentos se formaban pequeñas colas de periodistas esperando poder entrevistar a un mismo viajero, cosa que resultaba bastante inexplicable porque otra cosa no, pero viajeros... En fin, cosas de los periodistas. De cuando en cuando las colas se amenizaban con lo que llamamos "procesiones aeroportuarias" y en las horas que estuve en las distintas colas, tuve la fortuna de verlas de todo tipo: pro-lucha saharaui, pro-pena de muerte para ciertos colectivos de trabajadores de Aena, pro-experimentos médicos para cierto colectivo de trabajadores de Aena e incluso una pequeña procesión de Hare Krishna que fue lo que faltaba para que las "anti-estrés" se estresasen menos todavía... Y cómo no, si  a uno le entraba el gusanillo podía disfrutar también de la estupenda, asequible y amplia restauración del aeropuerto, que permitía elegir entre hamburguesa, bocadillo, sándwich, hamburguesa, bocadillo y sándwich, lo que no está nada mal (gracias, Aena). Eso sí, había que tener un poco de paciencia, cada lugar tenía sus correspondientes colas. Respecto a esto, tuve la ocasión de charlar con un señor de Murcia que me comentó que eran cinco de familia y que cada uno estaba en una cola. Mientras él permanecía en la cola de Iberia (gracias otra vez, Iberia), el hijo mayor estaba con el pequeño en la cola de los servicios, la hija mediana estaba en la cola de Aena y la mujer en la de McDonald's, eso era saber organizarse. Los que parecían no llevarlo tan bien eran las parejas y familias poco numerosas, había que multiplicarse...
Ni que decir tiene que no todo fue diversión, como en todo viaje que se precie existieron también malos momentos; momentos en los que se sucedieron escenas desafortunadas, como la imagen de los niños pequeños durmiendo en los servicios, el matrimonio de muy avanzada edad que no encontraban lugar alguno en el que sentarse, las personas que acurrucadas que tiritaban de frío bajo alguno de los paneles informativos ahora vacíos, las escenas de personas que trataban de explicar a algún empleado de Aena que precisaban tomar su medicación, que se encontraba en las maletas que fueron facturadas y nunca devueltas; la imagen de familias enteras (con perro incluido) dormitando amontonadas junto a los puestos de facturación ahora vacíos, adolescentes llorosas que explicaban a sus parientes lejanos que no sabía cuándo podrían regresar y que ya no les quedaba ni dinero ni saldo en el móvil; y lo peor de todo, la estampa de desconsuelo que ofrecía el ver a miles de personas desorientadas, cansadas, desesperanzadas, que ante la desinformación existente (allí nadie daba la cara ni informaba de nada), se preguntaban sin descanso unas a otras... Es cierto, en aquellos momentos había que ser fuerte y hacer de tripas corazón, para no dejarse llevar por las emociones y dar rienda suelta a lo que todos, en mayor o menor medida, desearían hacer: arrasar el aeropuerto, asaltar la torre de control y colgar a todos los controladores de la antena mayor, expropiar las confortables sillas de los empleados de Aena para ofrecérselas a los matrimonios de muy avanzada edad que las imploraban; entrar en la tienda de telefonía y tomar prestados móviles con saldo, de manera que las adolescentes llorosas y asustadas pudiesen al menos contactar con sus familias; entrar sin miramientos en las lujosas salas Vips para poder ofrecer a las pobres criaturas que dormitaban en los servicios, un lugar un poco más cálido y acogedor en el que pudiesen pasar la noche, y lo más importante, ocupar las lujosas casas de todos y cada uno de los controladores, y ofrecérsela a todos aquellos viajeros a los que debido a su avanzada edad o condición física, no les fuese viable pasar la noche en vela sentados sobre su maleta, o intentar dormir algo tirados como trapos en el frío suelo de un aeropuerto (gracias, controladores. Gracias, Aena)...
Pero por desgracia para muchos y suerte para unos pocos, rara vez las cosas acontecen como deberían acontecer, y así es que los "pocos", los generadores de todo aquel caos, terminada su jornada laboral (o debería decir "terminada su jornada no-laboral"), se retiraron tranquilamente a dormir en sus confortables y cálidas camas; mientras que los "muchos", las víctimas inocentes de todo aquel caos, debieron acomodarse en el frío suelo, pensando que algún día ellos también podrían volver a dormir en su apacible lecho (gracias una vez más, controladores)...
No sé si será por nuestra historia, por la ineptitud de nuestros dirigentes, por la ineficacia de nuestros funcionarios o porque simplemente somos así, pero el caso es que aquí nunca pasa nada. No importa si nos roba el político de turno, no importa si nos estafa el presidente de la patronal, no importa si nos mangonea el conserje de cualquier Ministerio o el controlador de cualquier torre de control, aquí nunca pasa nada, nos resignamos con todo. De verdad, estoy seguro que si esto que ha pasado pasa en un país del primer mundo, pongamos a Francia por ejemplo, ¿creéis que hubiese sucedido lo mismo que aquí? ¿Pensáis que no hubieran arrasado el aeropuerto? ¿Pensáis que no hubiesen rodado cabezas...? Ya lo hicieron una vez y creedme, por cuestiones muchos más triviales que ésta...
Como muestra un botón. En el año 1.981, al inicio de la era Reagan, aunque por motivos distintos, 11.345 controladores aéreos de los 17.500 que trabajaban en los aeropuertos de Estados Unidos, realizaron un paro ilegal el 3 de agosto, en plena campaña estival, provocando un caos muy similar al ocurrido aquí. El conflicto se solucionó rápidamente (es lo que tiene tener dirigentes de verdad y eso dicho de un personaje tan nefasto como Ronald Reagan, que ya tiene miga la cosa...), se lanzó un ultimátum a los huelguistas: en 48 horas debían estar incorporados a sus puestos de trabajo. Sólo lo hicieron 1.300, pero fueron suficientes. Con los que se opusieron a la huelga, más los que se reincorporaron, otros 3.000 controladores con categoría de supervisores y 900 militares, se consiguió que en tiempo récord el 80 por ciento de los vuelos operase con normalidad. Ni que decir tiene que Reagan cumplió su amenaza y no sólo despidió a los más de 11.000 huelguistas, sino que impidió legalmente que pudieran volver a ser contratados en el sector aéreo y se impusieron cuantiosas indemnizaciones. Fin del conflicto. Veremos en qué termina aquí todo...
A fecha de hoy, cuando el Gobierno afirma que todo ha vuelto a la normalidad, un comandante de vuelo ha afirmado lo siguiente:
  • Los controladores están trabajando, pero lo están haciendo con suma desidia y lentitud, de manera que no están dando salida a los vuelos que deberían dar salida.
  • Los controladores aéreos españoles son los controladores mejor pagados de toda la Comunidad Europea (y pensad cómo están los salarios en Europa...).
  • Los controladores aéreos españoles poseen los mejores medios técnicos de toda Europa (y en Europa existen países como Alemania, Francia, Gran Bretaña...).
  • Los controladores aéreos españoles son los menos productivos de toda Europa.
  • Bruselas asigna a los distintos países el número de vuelos solicitado por los controladores y casualmente, en España, es inferior al de otros países.
Con estos datos (que son totalmente contrastables) y sabiendo que hay un montón de controladores formados en paro, con unas ganas enormes de trabajar aún con sueldos considerablemente menores que los existentes, ¡dónde estriba la dificultad de emplear políticas "Reagan"? Es que lo que ha ocurrido es muy gordo, hasta el punto que como sabéis se ha decretado el "Estado de Emergencia". Hay 600.000 personas afectadas, cada una de esas 600.000 personas tiene una historia detrás, lo que implica que existen más de 600.000 problemas, muchos de los cuales no pasan por una simple pérdida de unos días de vacaciones (lo que no significa que no sea importante, que lo es, una alegría en un país tan carente de ellas, no es tema baladí), es que tras muchas de esas 600.000 historias hay un número considerablemente elevado de auténticos dramas: órganos para trasplantes que no llegan y se pierden, alimentos perecederos que se estropean en las bodegas de los aviones, medicamentos que no llegan, enfermos que no pueden desplazarse para recibir tratamientos, personas que no pueden acudir a un entierro de un ser querido, bodas que quedan canceladas porque los novios no pueden trasladarse a tiempo; encuentros familiares largamente planeados abortados, enfermos que fallecen sin haber tenido la oportunidad de despedirnos de ellos... 600.000 historias, 600.000 dramas, pérdidas económicas incalculables, pérdidas morales incuantificables... y aún así, hemos de soportar que algunos controladores afirmen que ellos también sufren y que es duro aguantar tanta presión en el trabajo. Había una pobre que afirmaba: "nosotros también sufrimos y lo pasamos mal, yo por ejemplo, tengo que estar tomándome ansiolíticos..." ¡Pobre! ¡Cuánta pena me da! ¡Si es que mira que hablar mal de ellos! Lo triste no es que la individua esa lo piense (que ya está mal), lo triste es que lo diga... Ante declaraciones de esta índole (y no está entre las peores que hemos oído y que oiremos) solo se puede decir una cosa: nada. Permitidme que en mi caso me refugie en mi filosofía particular y que me ciña una vez más a eso de: "Nunca enseñes a cantar a un cerdo, se pierde el tiempo y se molesta al cerdo". Y esto es exactamente lo que hay que aplicar a tan estupendos seres humanos, porque cualquier otra cosa que podamos decir no solo no va a servir de nada, es que además vamos a ofenderles y se van a molestar, y todos hemos visto de lo que son capaces cuando se molestan...
Ignoro la justificación que los controladores puedan dar a lo que han hecho, aunque la verdad es que no me interesa en lo más mínimo, porque por justificados que pudiesen ser sus motivos, perdieron toda legitimidad cuando decidieron actuar como lo hicieron. ¡No, amigos controladores! El fin no justifica los medios y si aún no habéis aprendido eso, no me extraña que actuéis en el modo en que lo hacéis; vuestro racionamiento es universal, ya sabéis, cinco mil millones de moscas no pueden estar equivocadas...
En estos días que he tenido la fortuna de pasar en el aeropuerto he oído de todo, algunas cosas dichas con mucho tino y otras tantas muy viscerales, producto de la ofuscación y de la desesperación; pero entre todas ellas subyace una: "os merecéis pasar por lo mismo que han pasado todas y cada una de las 600.000 personas, como un infierno eternamente repetido". Y es entonces, cuando los afectados podríamos empezar a escuchar vuestras infantiles justificaciones. Pero, ¿qué os creéis? ¿Que la gente tiene trabajos estupendos y maravillosos...? Abrid los ojos, madurad un poquito, el mundo no es de color rosa. Quién más, quién menos, se siente maltratado en su trabajo, soporta grandes presiones, trabaja mucho más de lo que debería y aún así, con la que está cayendo en este nuestro país, da gracias de poder hacerlo. Es lícito luchar por nuestros derechos pero me remito a lo dicho anteriormente, hay que saber hacerlo. ¿Sabéis cuál es la diferencia entre la mayoría de los afectados y vosotros? Que ninguno de ellos tiene ni tendrá jamás vuestro sueldo y por raro que os parezca, sí, hay gente que se deja la piel por menos de mil euros al mes y en muchos casos, creedme, su preparación no tiene nada que envidiar a la vuestra (lo digo porque es otra de las infantiladas reiterativas que soléis soltar en cuanto se os presenta la ocasión). Las cosas no sucederán como deberían suceder, ya quedó claro antes, pero ojala que por esta vez nuestro presidente hubiese sido el señor Ronald, que os hubiese puesto a todos de patitas en la calle y que con toda vuestra preparación y prepotencia, hubieseis tenido que pelearos con cuatro millones de parados para buscaros la vida y con suerte, encontrar un trabajo de mileurista. ¿Quién sabe? Tal vez encontraseis uno en el que tuvieseis que trabajar poco y en el que no necesitaseis soportar presión alguna, eso sí, quizás precisaseis apretaros un poco el cinturón...

Volviendo al tema del blog y por eso de echar una mano a los guionistas de cine (que parecen estar tan escasos de ideas últimamente), tengo dos guiones para una película, que a modo de resumen os expongo a continuación:

SAW IX: Siete controladores aéreos despiertan en la bodega de un avión de carga sin comprender cómo han llegado hasta allí. Durante hora y media habrán de sortear trampas e ir pasando las típicas pruebas a las que nos ha acostumbrado la saga. Película realizada con mucho plano corto, de manera que permita trasmitir de manera verosímil el sufrimiento y terror a que son sometidos los personajes. Mucho gore y terror filmado en 3D. Huelga decir que no se salva nadie, ningún controlador supera las distintas pruebas.

QUIRÓFANO ABANDONADO: Tras someterse durante meses a distintas pruebas médicas, un controlador con una dolorosa afección testicular degenerativa, es citado al fin para una costosa intervención quirúrgica, para lo cual el controlador ha necesitado hipotecar su casa y solicitar un crédito personal. Ya en el quirófano, una vez anestesiado y empezada la operación, es abandonado en la mesa de operaciones debido a un paro no comunicado de todos los cirujanos de España en protesta por un decreto del Ministerio de Sanidad. La película recoge la angustia del controlador, cuando una vez ha despertado de la anestesia descubre que el hospital ha sido temporalmente cerrado y que nadie se va a hacer cargo de cerrar la herida abierta. Película dura, no apta para menores con un final sobrecogedor. En los títulos de crédito finales aparecería la voz en off de un cirujano, explicando los motivos que justifican tan drástica situación.

Y se me ocurren muchas más, así que si algún director leyese el blog y estuviese interesado en que le hiciese llegar el guión completo de alguna de estas películas o ideas para nuevos proyectos, por favor, no dejes de contactar conmigo a través de este mismo blog.

Nos vemos en dos semanas si Dios y los controladores quieren.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Las dichosas apariencias

Resulta penoso observar el gusto que muestran ciertas personas por llevar a la práctica eso tan humano de aparentar, llegándose a convertir en muchos casos en toda una forma de vida. Entiendo que aparentar consiste en dar a entender que se es lo que no se es, que existe lo que no existe o que se tiene lo que no se tiene; así las cosas, si nos paramos a analizar la cantidad de tiempo y esfuerzo que exige aparentar, es fácil concluir que de invertir todo ese tiempo y esfuerzo en fines más racionales, podríamos mejorar nuestra calidad de vida, aunque solo fuese porque rebajaríamos de manera notable nuestro nivel de estrés... Y la pregunta surge sola, ¿tanto lío y esfuerzo merecerá realmente la pena?
En mi modesta opinión creo que aparentar por el puro placer de aparentar, no merece la pena en absoluto; otra cosa es aparentar cuando se persigue un fin concreto, cuestión sobre la que me extenderé más adelante. En mi caso concreto ya tengo bastantes ocupaciones tontas como para procurarme una más todavía...
Por desgracia para mi, a lo largo de mi vida he tenido el infortunio de tropezarme con algunos "SUSANA" (Seres hUmanos Sin Actividad Neuronal Aparente), que además de crisparme los nervios con sus comentarios estúpidos, me han ayudado a desarrollar otra de mis teorías, concretamente la "teoría de la inversión evolutiva" que propone que cuanto más alejado se encuentre un individuo de la parte superior de la pirámide evolutiva, mayor será la necesidad de éste por aparentar que está más cerca. Es decir, que cuanto más primario sea un individuo y menor actividad cognitiva y cerebral desarrolle, más necesitará aparentar lo contrario.
Los frecuentes contactos que he mantenido con estos individuos me han hecho observar que existen diferencias notables entre este tipo de individuos, lo que permite englobarles en dos subgrupos bien diferenciados:
  • Grupo Lomana: Llamado así en honor al representante más destacado de la misma. Este grupo se encuentra situado en la base de la pirámide evolutiva, compartiendo nicho con amebas, trilobites y algunas especies de babosas. Algunos científicos también han definido a este grupo como "grupo patata", dado que los individuos que lo componen no muestran ningún tipo de actividad cerebral compleja, de ahí viene lo de "patata". No se aconseja intentar conversar con ellos, es imposible seguirles: sus frases resultan incomprensibles, la estructura gramatical es chirriante y los conceptos son cuanto menos, ilógicos e irracionales. Parecen  tener una única ocupación: aparentar... Realmente es un grupo muy difícil de digerir y es recomendable evitarlo en lo posible. Aviso a navegantes: nunca menciones los años que aparentan, puede tener consecuencias imprevisibles...
  • Grupo Obregón: Están situados un escalafón por encima del grupo Lomana y se diferencian de estos en que muestran una actividad cerebral básica, lo que les permite hacer de cuando en cuando alguna apreciación con cierta gracia. Conviene evitarlos también en lo posible, aunque en números reducidos, amenizan ciertas reuniones festivas. Como nota al margen conviene comentar que no es recomendable darles alimentos picantes ni hablar de botox en su presencia.
Una de las frases que más huella me dejó, me la dijo siendo yo muy joven, una mujer bastante entrada en años, en arrugas y en joyas, que sin venir a cuento (o al menos eso creo yo) y como la cosa más natural del mundo me espetó: “…pues te digo una cosa, Juanin, en mi casa muchos días no tenemos para cenar, pero lo que nunca ha faltado es un buen perfume francés para oler bien, porque oler bien es lo que nos diferencia de las bestias, que lo sepas...”. Y se quedó tan ancha la cacatúa, perdón, quise decir la señora. Lo que no puedo negar es que la cosa no debía irle tan mal porque la mujer aparentaba cien años y allí seguía, tan bienoliente y delgadita...
Quisiera también hablaros de los padres del que por aquella época era mi mejor amigo, Pepín. En esto caso y por fortuna para mi amigo, la familia tenía bien surtida la nevera, aunque eso sí, seguramente no olían tan bien como la Sra. Cacatúa; a ellos les dio por otra cosa bien distinta, la que definiremos como el síndrome del "salón piso piloto" y que consistía en dedicar a la cultura la estancia más importante de la casa: el salón. Dicha patología les llevó a sacrificar el salón y convertirlo en una especia de altar-museo, cuya única finalidad era mostrarlo y deslumbrar a las visitas, y llegado el caso, si la visita era de muy alto rango, servir de marco incomparable para la cena de Nochebuena, que era el único día al año que el salón-piloto podía ser mancillado. Como quiera que el piso era muy pequeño y que consistía en tres pequeños dormitorios, el salón-piloto, la cocina y un minúsculo baño, decidieron tener tres varones, que quieras que no, se entretienen en el baño bastante menos. Así las cosas, decidieron colocar a dos de ellos en el dormitorio más grande (en cualquiera de los otros dos no hubiesen cogido), quedarse los padres con el mediano (cogía la cama de matrimonio y poco más) y utilizar el más pequeño como comedor de uso cotidiano, de manera que le colocaron un pequeño sofá-cama, una mesa redonda diminuta, un mueble para la tele y tres sillas plegables. Dado que el único momento es que estaban todos juntos era a la hora de comer y cenar, lo tenían todo milimétricamente previsto; el padre se sentaba en el sofá junto al hermano mayor, y en las tres banquetas plegables se sentaban la madre, el hermano pequeño y mi amigo, por este orden. No puedo imaginarme como comían porque cinco platos normales no cogían en aquella mini mesa, doy por hecho que comerían en platos de postre y repetirían unas cuantas veces porque lo que resultaba innegable a cualquier observador, era que bien criados estaban... Ni que decir tiene que lo de ver la tele en familia era inviable, se colocasen como se colocasen, sobraba un hijo. A mi amigo y a mí aquello nos vino de perlas; fue la excusa perfecta para que Pepín y yo estuviésemos siempre en mi casa o en la calle. Hasta aquí todo hubiese sido más o menos normal, el problema radicaba en que los padres le tenían una gran aficción a la televisión, de manera que jamás se iban a la cama hasta que terminaba la emisión, sin olvidar escuchar el correspondiente himno nacional al completo. Eso implicaba que el pobre Pepín se dormía por todas partes, de hecho no había día que no se quedase dormido en el clase, lo cual era un problema porque los curas que impartían las clases tenían muy poca tolerancia para con esas cosas...
Otra señora que destacaba en eso de aparentar era la "loca del perro". Era una señora viuda, que debió darle el pecho a Matusalén y que tenía la costumbre (o necesidad, según supe más tarde) de hurgar todas las noches en las bolsas de basura y hacerlo además en zapatillas floreadas, bata de guatiné y rulos, cosa que contrastaba con el primoroso aspecto que lucía en cambio cada mañana. Se rumoreaba que las cosas rapiñadas en sus cacerías nocturnas le servían para completar su dieta, ya que con la escasa pensión de viudedad que tenía, la mujer no tenía ni para pipas. La cuestión es que fuere como fuese, cada mañana amanecía repleta de joyas y de maquillaje (el dineral que se tenía que dejar esa mujer en maquillaje y pintalabios...), con su perrito pequinés bajo el brazo. Como anécdota curiosa comentaros que jamás observé que nunca vi caminar a aquel perro, es más, nunca vi las patas a aquel bicho, podía no tener patas y jamás nos hubiésemos enterado. Volviendo a la señora, la cosa era que quizás no tuviese para comer por culpa de la escasa pensión, pero puedo aseguraros que todos los domingos y fiestas de guardar, la mujer acudía a misa de doce para acto seguido ir al bar de Emilio con su Casimiro (así se llamaba el perro-engendro ese) y pedir lo de siempre, un mosto para ella y una ración de gambas a la plancha para el perro. Sí, habéis leído bien, ella no cataba ni una gamba (quizás fuese alérgica al marisco, que sé yo), todas se las daba al jodío Casimiro, que se relamía glotonamente tras cada pequeño bocado. ¿Qué decir de la pobre mujer? Así estuvo un par de años más hasta que falleció de inanición creo, intentaron hacerle la prueba del carbono 14 pero al final se traspapeló un papel y no pudieron hacérsela...
Uno de los pocos comentarios que me arrancaron una sonora carcajada fue realizado por una conocida cuya peculiaridad era que tenía obsesión por los abrigos de visón. Entre su pequeño sueldo de dependienta y un par de créditos que solicitó, logró comprarse un par de abrigos que lucía con garbo y orgullo cuando iba al cine con su novio de toda la vida. Hablando un día del tema de las apariencias, le preguntamos que cómo era que en vez de ahorrar para comprarse un piso e independizarse, se gastase un fortunón en dos abrigos de visón, que a la postre tenían la misma utilidad que un buen plumas por ejemplo. A la atrevida pregunta nos respondió que ella se compraba abrigos de visón porque era ecologista, a lo que añadió que como bien sabríamos la piel era un producto natural y biodegradable, mientras que las pieles sintéticas o el nailon de los plumas, no lo eran. Nos dio tal ataque de risa que no tuvimos fuerzas para contestar aquél argumento.
También recuerdo a la vecina del quinto, una gorda obsesa de la limpieza y la pulcritud, que explotó a su pobre marido, un señor encantador que siempre nos saludaba y nos contaba chistes, y que trabajaba de taxista dieciséis horas al día para pagar los desvaríos de su señora. Imaginaos lo pavo real que se debía sentir aquella mujer teniendo asistenta, lavavajillas y un abrigo de piel en una barriada del extrarradio de Madrid, debía ser "la más"... Con el tiempo el pobre hombre reventó (imagino que por no seguir aguantando a aquella mujer), de manera que la gorda obsesa, la asistenta y el abrigo de piel desaparecieron, no volvimos a saber nada de ellos...
Recuerdo también a los Cuenca, un matrimonio que subsistía a base de préstamos familiares, créditos bancarios, rehipotecas y refinanciaciones, aunque eso sí, iban en coche a todas partes (cada uno en el suyo, por supuesto) y los hijos iban a uno de los colegios más megaexclusivos de Madrid (haciendo énfasis en lo de "mega", según lo decían ellos). Al final lo de los hijos no fue una idea tan descabellada, porque uno de ellos se hizo un brillante abogado y pleiteó para evitar que a sus padres les metiesen en la cárcel, donde les quisieron meter cuando no quedaron cosas por embargar y aún no se habían cubierto las deudas. Una de las joyas con las que amenizaban las reuniones era afirmar que cómo iban a ir ellos en transporte público a trabajar, que eso estaba todo lleno de obreros e inmigrantes. Sin comentarios...
Lo que os voy a contar ahora os va a sonar a broma, pero os prometo que sucedió tal cual os cuento. Hace unos años estaba tomándome una copa con un amigo en una terracita cuando aparcó el típico capullo con gafas y un BMW descapotable, acelerando de manera ostentosa para que todos se fijasen que acababa de llegar. El cachondeo fue cuando el capullo se bajó de su BMW, ¿o debería decir capullín? Porque el fulano debía medir 1,60 y además era feo con avaricia, el equivalente a Rosi de Palma en hombre, para que os hagáis una idea. El caso es que se acercó a dos chicas monísimas con bolsos Loewe de mercadillo que estaban en la mesa contigua a la nuestra y les dijo: "Hola, me llamo Albert y ese es mi coche, ¿os apetece venir a daros una vuelta conmigo, tengo un equipo Pionner que suena de la leche?" Y lo flipante es que las dos chicas, que repito eran monísimas, entre risas y bromas se fueron con él sin pensárselo, ¡¡alucinante!! Ver para creer...
Claro, que hay casos en los que aparentar no solo está plenamente justificado, sino que además es absolutamente necesario. Imaginaos si en una entrevista de trabajo no intentásemos aparentar que somos la leche:

- ¿Alberto Pérez?
- Sí, soy yo.
- Adelante, siéntese por favor. Me llamo Carlos Arrepantxena y soy el director de expansión de la empresa. Permítame que eche un vistazo a su currículo... Uhmmm, según veo estudió en la Complutense...
- Sí, efectivamente, me costó doce años acabar la carrera pero al final lo conseguí.
-¿Doce años dice?
- Sí, doce y gracias a que copié como un descosido.
- Bueno, al menos imagino que le habrá servido para asentar conceptos.
- No se crea, ya le digo que copié a mansalva y además no tengo nada de memoria, será por los botellones que he hecho.
- ¿Qué pasa? ¿Ha hecho muchos botellones...?
- No, lo normal, cuatro a la semana, desde los trece años...
- Bueno, dejemos esto y vayamos a otra cosa. ¿Alguna práctica durante la carrera?
- No, ninguna. Jamás he trabajado, me he escaqueado con éxito siempre, tengo un sexto sentido para eso, en cuanto detecto que me puede caer curro, desaparezco sin dejar rastro, como si nunca hubiese existido...
- Ya veo, ya veo... Y dígame, ¿por qué nos envió el currículo?¿Conocía nuestra empresa?
- No, que va, no la había oído jamás. Pero vamos si la suya ni ninguna otra, yo sólo leo prensa deportiva y en cuanto me sacan de ahí...
- ¿Y entonces cómo fue...?
- Envió el currículo mi tío, que es un crack para estas cosas.
- ¿Idiomas? Veo que habla de manera fluida el inglés y el alemán...
- ¿Quién? ¿Yo? Se habrá equivocado mi tío, yo no hablo nada más que español y no se crea que muy bien, según me dicen tengo un montón de faltas, pero no es problema, sé manejar Word y como lleva corrector ortográfico...
- ¿Y qué expectativas salariales tiene?
- Pues todas, las tengo todas. Espero tener un buen puesto acorde con mi capacidad, que no haya que madrugar mucho y que me permita tener un sueldo europeo, tres o cuatro mil euros más o menos..., brutos, eso sí.
- Pues muy bien, Alberto, no se apure que ya intentaremos encontrarle algo. Cuando lo encontremos ya le avisaremos, no se preocupe, tenemos su teléfono...
- Perfecto, pues muchas gracias, señor Arrapena, esperaré su llamada. Si no le importa llámeme preferiblemente por las tardes, que como me acuesto tarde no suelo madrugar demasiado...

Con este ejemplo queda claro que para las entrevistas de trabajo es conveniente adornar un poco las cosas y aparentar que estamos mucho más cualificados de lo que en realidad estamos, estas cosas funcionan así. Vaaaaaaaaaaale, tenéis razón, ¿quién no ha echado alguna mentirijilla en el noble campo del amor? ¿Quién dijo que ligar era fácil...?
No quería despedir el blog sin mencionar otra frase que me llegó al alma. Me la dijo una conocida que acaba de encontrar al enésimo amor de su vida y la conversación fue más o menos así: "Pues sí, estoy encantada, llevo unas semanas saliendo con Carlos, es arquitecto..." Me resultó curiosa aquella manera de describir a su nuevo novio, me quedé con la duda de si de haber sido basurero municipal, me hubiera dicho: "Pues sí, estoy encantada, llevo un par de semanas saliendo con Carlos, es basurero municipal..." En fin, cosas de las apariencias...

Nos vemos en dos semanas, que la fuerza y las apariencias os acompañen.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los desafortunados días


Por más que nos pese es ley de vida que de cuando en cuando, todos tengamos algún día llamémosle “desafortunado”. Como el rango es amplia, a fin de acotarlo un poco más, me centraré en contaros algunos de esos desafortunados días vividos practicando deporte, aunque por suerte para mi, han sido bastante escasos.
Se me escapa una sonrisa al caer en la cuenta que en casi todos esos días desafortunados he estado acompañado, y en casi todas las ocasiones lo estaba de lo que en aquella época me gustaba llamar "mi mejor amigo”. Y como siempre he sido un tío con suerte con los amigos y con las novias, siempre han sido mucho mejores de lo que me merecía, éste no iba a ser menos y era un amigo extraordinario. Buena gente, generoso, inteligente, solidario y lo mejor de todo: fiel, a pesar de alguna que otra "putadita" que le hecho a lo largo de nuestra ya larga amistad, eso sí, con la mejor intención, jajajajaja. Como quiera que no deseo continuar haciéndoselas y se da el caso que además tiene una hija preciosa que aún piensa que su papá es una versión 2.0 de Superman, omitiré su nombre y le llamaremos “señor Ploff”, en homenaje al recital de pequeños encontronazos que ha tenido con todo tipo de objetos a lo largo de su vida, entre los que destacan paredes y suelos. De hecho, el blog de esta semana será una mezcla de los días desafortunados del señor Ploff y los míos, al menos de los que tuvimos la fortuna de compartir juntos.
Antes de empezar quisiera dejar constancia que siempre le he tenido gran afición al deporte, es una de las cosas buenas que tiene el ligar poco, que al final le hace a uno dedicarse a actividades menos frustrantes. También cabría puntualizar que aunque practicaba deporte con cierta asiduidad, nunca he sido un gran atleta, no he pulverizado ningún tipo de record ni nada por el estilo; simplemente me gustaba y lo practicaba con la mejor de las intenciones, como buenamente podía, poniendo más entusiasmo que técnica y más corazón que cabeza...
Resulta curioso que siendo el ciclismo de montaña el deporte que más practicaba y haciéndolo además de una manera un tanto “arriesgada”, ha sido el deporte en el que menos percances he tenido; de hecho, que yo recuerde, solo he tenido uno. Fue en la Casa Campo de Madrid, había quedado para jugar un partido de tenis con una amiga y decidí equivocadamente ir hasta allí con la bicicleta híbrida, en vez de elegir la bicicleta de montaña que hubiese sido una decisión mucho más sensata. No sé vosotros, pero yo siempre he tenido cierta tendencia insana a utilizar el material menos adecuado en cada momento, a fin de preservar en buen estado el material que hubiese sido más adecuado; para que podáis llegar a haceros una idea de mi retorcida forma de pensar, imaginaos que vais mucho a la montaña y por ello os compráis un buenas botas: cómodas, resistentes a agua, con su suela Vibram, su puntera reforzada..., vamos,  unas botas de la leche. La verdad es que una vez que las tenéis (¡son tan bonitas...!), decidís que esas botas hay que reservarlas para ocasiones excepcionales, no las vais a utilizar para una excursioncillas del tres al cuarto, sería una pena estropearlas, así que dicho y hecho, para las ocasiones normales (que son el 99% de los casos), os compráis unas botas "guarripés" de esas de a tres euros el kilo de bota. Y dicho y hecho, a destrozarse los pies y los tobillos con unas botas pedorras "made in China" mientras en casa acumulan polvo las botas "chachipiruli". En fin, de locos... Pues eso es más o menos lo que ocurría con la bici, no iba a coger la bicicleta de montaña para ir por la Casa Campo, qué desvarío, si con la híbrida había más que de sobra. Para los que no estéis familiarizados con lo que es una bicicleta híbrida os comentaré que era un engendro de utilidad más bien escasa y que consistía en coger una bicicleta de carreras, cambiarle el manillar por uno recto, poner unos cambios como los que usaban las bicicletas de montaña y por último, cambiarle las ruedas por unas un poco más gruesas con tacos y ya está, el milagro de crear una bicicleta mixta. La función de la misma estaba bien clara: no valían para nada. Mo iban bien por carretera (el manillar recto y las ruedas gruesas lo impedían) y eran la peor opción para montaña (el cuadro alto era un elevado handicap), por lo que imagino que la única función que les quedaba era la “imaginativa”, que cada cual pensase para qué podía servir aquel engendro inútil.
En fin, estábamos en que decidí coger mi bicicleta híbrida y ya que estaba, ir por el camino más impracticable, la aventura era la aventura y ya que estaba con el día tonto, para qué remediarlo... La cuestión es que estaba disfrutando como un loco mientras descendía a toda leche por un camino de tierra, cuando me encontré una torrentera que atravesaba el camino, así que la única solución que vi fue la de tirar de manillar e intentar saltarla. Resulta paradójico que me haya tirado media vida encima de una bici y que nunca haya aprendido a saltar como Dios manda sobre este tipo de obstáculos. El resultado fue que me puse nervioso (estaba empezando a darme cuenta del error cometido) y me precipité al tirar del manillar, lo hice demasiado pronto. Lo que suele suceder cuando uno salta demasiado pronto, es que el salto se da antes de llegar al obstáculo, de manera que en vez de evitar el obstáculo, lo que se hace es precipitarse de lleno sobre él. Imaginaos que estais contemplando la escena, una bajada pronunciada, un tío con una bici bajándola a toda leche y una zanja curiosa que atraviesa el camino. Y de repente el tío de la bici da un salto con la misma y se eleva en el aire, y ¿para qué? Para precipitarse en picado en el interior de la zanja, ¡sublime! ¡Magistral! Lo que vino a continuación fue duro, muy duro. Impacté de lleno contra la pared de la zanja, de manera que la horquilla y la rueda delantera se pliegan literalmente, incrustándose contra el cuadro y los pedales. Evidentemente, yo salgo despedido del sillín hacia delante y claro, como es una bicicleta de cuadro alto, la zona testicular se precipita hacia el cuadro... A partir de aquí me resulta muy doloroso seguir recordando lo sucedido, solo os puedo decir que duele, duele mucho y de hecho, dolió hasta tal punto, que no es broma, no recuerdo nada de lo que sucedió instantes después. Solo sé que estuve mucho tiempo tirado en el suelo en posición fetal (no me podía mover en absoluto), hasta el punto de que no puedo precisar si permanecí así diez minutos, dos horas o catorce días, perdí la noción del tiempo. Lo siguiente que recuerdo es el penoso peregrinaje hasta las pistas de tenis, arrastrándome a mí mismo y algo parecido a lo que en algún momento fue una bici; fue un viaje muy largo...
Como ya os adelanté hace unos párrafos, el señor Ploff nunca tuvo mucha fortuna con el deporte (y por lo que parece ser, con algunos amigos tampoco, jajajaja). Lo cierto es que el señor Ploff y yo siempre hemos mantenido una relación muy competitiva, casi enfermiza, de manera que nos picábamos casi por cualquier cosa y en la mayoría de los casos por cosas bastante ridículas. ¿Cómo? ¡Que tú cenas todas las noches! ¡Pues yo ceno dos veces…! ¿Cómo? ¡Que tú llegas a Valencia en dos horas! ¡Pues yo en tres cuartos de hora…! En fin, lo que os digo, enfermizo, es lo que tiene la juventud…
El caso es que muchos sábados, aprovechando que la novia del señor Ploff trabajaba, nos escapábamos a la sierra a hacer algo de senderismo. Habitualmente solíamos ir invierno, lo preferíamos porque había mucho menos gente pero lo cierto es que las condiciones no eran las óptimas: frío intenso, nieblas, hielo… Uno de esos sábados, por eso de hacer una gracia, decidí cruzar un riachuelo saltando de piedra en piedra. La dificultad estribaba en que las piedras estaban heladas y resbalaban un poco bastante. Conociendo nuestra competitividad no fue de extrañar que tras atravesarlo, el señor Ploff decidió que él no iba a ser menos y se dispuso a cruzarlo también. Yo disfrutaba como un loco desde la otra orilla, con la satisfacción del deber cumplido y sabiendo que en el peor de los casos quedaríamos empatados y en el mejor, caería al agua. Así fue, de repente se oyó un ploff y el señor Ploff terminó con sus huesos en el agua. Las risotadas se debieron escuchar en todo el hemisferio norte, máxime cuando como os podéis imaginar, el agua estaba absolutamente helada y el señor Ploff no llevaba ropa alguna de repuesto, y mucho menos otro par de botas. El resto del día fue un completo desastre, pero ¡qué demonios! ¡Mereció la pena! Huelga decir que no experimenté ningún tipo de sentimiento de culpa, yo no le empujé, él solito decidió cruzar, él solito se cayó y él solito agarró un buen resfriado.
En otra ocasión en la que nos hicimos otra ruta, tocó bajar por el curso de un río (concretamente se trataba del Manzanares) y como resultaba lógico prever, este se encontraba helado. Lo cierto es que el descenso se hizo muy complicado, la piedras estaban muy resbaladizas y no había asideros en los que poder agarrarse, por lo que los resbalones eran frecuentes, había que descender con mucho tacto y este tipo de cosas no eran la especialidad del señor Ploff, se barruntaba la caída... Milagrosamente conseguí atravesar indemne el tramo, por lo que una vez salvado, me dispuse a esperar al señor Ploff en un pequeño llano en el que daba el sol. Y pasó lo que tenía que pasar, el señor Ploff resbaló fatalmente. Lo lógico hubiese sido que al resbalar hubiese caído hacia atrás, de espaldas, lo que tan solo hubiese implicado un pequeño cardenal sin más consecuencias. Pero no, os prometo que lo que vi ese día se escapa por completo a mi entendimiento y entra de lleno en lo de "casi imposible". Al resbalar, el señor Ploff giró en el aire, de verdad que no sé ni cómo, de manera que en vez de caer de espaldas, como hubiese sido lo lógico, cayó hacia adelante, impactando su cara de lleno contra la roca que tenía por delante, al tiempo que se oía un feo "crock". Esa vez no me reí lo más mínimo, me quedé petrificado, pensé que se había quedado sin un solo diente. El resultado fue que consiguió una enorme hinchazón de cara que le impedía abrir un ojo, al que siguió un precioso cardenal que le duró cosa de un mes. Eso sí, dientes no perdió ni uno…
Después de aquel episodio, otro con menos reaños se hubiese dado por vencido, pero no, el señor Ploff era valiente y decidido, por lo que pasado un tiempo volvimos a intentarlo. Como en esta ocasión había nevado bastante decidimos pasarnos por Navacerrada y deslizarnos por alguna pendiente con unos plásticos que llevábamos en el coche. Tras remolonear un rato buscando el lugar idóneo, descubrimos una pendiente bastante pronunciada en la que no había gente (tiempo después caí en la cuenta que el motivo por el que no había nadie, era justamente ese, que la pendiente era excesivamente pronunciada, pero claro, cuando lo descubrí ya era tarde). Así las cosas nos sentamos cada uno en nuestro plástico gigante y nos mentalizamos para deslizarnos por el declive. La cuestión es que la dichosa pendiente imponía, máxime cuando observamos que en pleno descenso era necesario torcer a la izquierda (a fin de evitar un precipicio) y que un árbol ocupaba casi todo el espacio libre que quedaba en la curva. El caso es que no terminábamos de decidirnos y aunque ninguno lo confesáramos (antes nos dejaríamos arrancar un brazo), estábamos bastante acojonadillos. Yo, amparándome en ese código no escrito pero respetado que consistía en que el que tiene más edad debía tirarse primero, le dije que se tirase él, ya que era unos meses mayor que yo. La anécdota del momento fue que desde hacía un par de minutos un chico de unos siete años nos estaba observando completamente maravillado ante la "pequeña proeza" que íbamos a llevar a cabo. Su padre, que estaba como a unos cien metros de donde nos hallábamos le increpó para que acudiese a su lado, pero el chico le contestó que esperase un momento, que quería ver cómo se tiraba un señor por la nieve (y es importante concretar que todo eso lo decía al tiempo que miraba al señor Ploff). Eso de “señor” debió sentarle a cuerno quemado (debía ser la primera vez que alguien se lo llamaba), porque se le cruzaron los cables y me dijo que no, que me tirase yo primero, que él pasaba. He de admitir que esta desobediencia del código de honor del amigo, me rebotó a mí también, así más mosqueado que contento me tiré por la pendiente. Las cosas sucedieron más o menos como las había imaginado. Veréis, los plásticos son muy suyos para estas cosas, lo que implica que en estos casos suele ser el plástico el que nos dirige a nosotros y no nosotros al plástico. Esto pude constatarlo al llegar a la zona en que había que girar, junto al árbol, cuando comprobé que la cosa no marchaba bien, por más que tiraba del plástico, este apenas respondía. No conseguí evitar del todo al árbol y me golpeé el hombro con el tronco, aunque por suerte fue más un roce que un golpe. El problema vino después, una vez que había girado y vi que la pendiente se acababa en un punto que no se veía desde arriba, por lo que literalmente hablando, volé durante unos metros. El aterrizaje fue malo, no os puedo decir lo contrario, porque se caía sobre una roca y aún con el manto protector de la nieve, el impacto fue bastante fuerte. Os mentiría si os dijese que no me hice daño, de hecho recuerdo que me quedé sin respiración durante unos segundos interminables y que apenas pude responder a lo que el señor Ploff me preguntaba desde arriba (desde su posición no me veía). Chicos, lo que hice después estuvo muy mal, ahora lo sé, y también sé que a un amigo no se le desea ningún mal, pero también es cierto es que yo me encontraba descoyuntado por su culpa y que era a él al que le correspondía haberse tirado primero. Así, deseoso de venganza, aguanté el dolor como pude, intenté inspirar intentando respirar hasta que al fin logré atrapar una minúscula bocanada de aire y con un hilo de voz apenas audible, le respondí: “muy bien... Ha sido genial..., te va a encantar…” Fue decirlo y hacerlo, se lanzó por la pendiente y haciendo honor a las leyes del plástico, se comió el árbol casi de lleno, el golpe le desequilibró haciéndole perder la posición, de manera que cuando llegó al punto donde se terminaba la pendiente, lo que iba por el aire más que un humano parecía un guiñapo. La leche que se metió contra la roca fue antológica. Me arrastré hasta él para intentar ayudarle, le pregunté que cómo se encontraba aunque por los gestos que hacía intentando respirar y las manos en el pecho, imaginé que estaba como estuve yo instantes antes: no podía respirar. Tardamos un montón en levantarnos, permanecimos allí lo que parecieron horas y recuerdo que aunque intenté ayudarle en varias ocasiones, me rechazó, estaba furibundo. Menos mal que me ayudó el hecho de que no pudiese apenas moverse, de no haber sido así estoy seguro que hubiera intentado agredirme. Tras la aventura decidimos irnos a casa, abandonamos los plásticos en un contenedor y nos dirigimos al coche, que para más inri estaba en el quinto pepino. Ni sé el tiempo que tardamos en llegar, fue un camino bastante penoso. Huelga decir que aquel accidente nos quitó las ganas de correr nuevas aventuras durante un tiempo, por lo que durante una temporada decidimos practicar deportes menos arriesgados…
Unos años después nos dio por el squash y aquí el nivel de competitividad alcanzó cotas inimaginables. Yo nunca he tenido mal perder, me da igual, pero con el señor Ploff me encantaba ganar, no por el hecho de ganar en sí (al fin y al cabo unas veces se gana y otras se pierde), sino por el regodeo que había tras el partido. No es que le ganase siempre, el jodío era durillo y correoso, pero sí que lo hacía en mayor medida, lo que me aseguraba buenos ratos de sorna y regodeo. Curiosamente las escasas ocasiones en las que me ganaba coincidían con las escasas ocasiones en las que nos jugábamos unas cervezas, motivo por el que de manera ladina decidí dejar de apostar cervezas y sustituirlo por la propia honra. La cuestión es que debido a la brusquedad del squash, los golpes y caídas eran cosa frecuente, y no era raro que alguno se llevase un recuerdito del partido en forma de moratón o arañazo. En una ocasión tuvimos que dejar el partido, porque el señor Ploff, al ir con entusiasmo y decisión a devolver una pelota que iba pegada a la pared, calculó mal y se dio un fuerte golpe contra la misma. El golpe debió ser tremendo porque retumbó toda la pista (yo por mi posición no pude verlo) y cuando me giré hacia él, estaba tendido en el suelo sujetándose el hombro. Intentó seguir jugando mal que bien durante unos minutos, pero tuvimos que dejarlo, el dolor se le estaba intensificando. Así las cosas, recogió rápidamente todas sus cosas y salió escopetado hacia su casa. Quiso el azar impedir que yo me fuera de rositas, así que aprovechó que regresaba a mi casa en bici para obsequiarme con un lindo atropello. No tuvo la cosa misterio alguno, el conductor del vehículo se despistó, no me vio y me arrolló. La cuestión no pasó a mayores, únicamente un par de magulladuras, alguna raspadura que otra y un pequeño esguince cervical; la peor parada fue la bici (por cierto, que casualmente era la famosa híbrida). La anécdota vino porque a la misma hora que yo ingresaba en el hospital para que me atendiesen, también ingresaba el señor Ploff en urgencias debido al golpe que se había propinado en el hombro. Fue un momento curioso, lástima que no coincidiésemos en el mismo hospital, hubiese sido la leche…


Permitidme que para contaros el último desafortunado día, deje fuera al señor Ploff, que bastante tenía el hombre con lo que tenía y con contar con amigos como yo. Vayan por delante unas palabras de agradecimiento y solidaridad: Señor Ploff, gracias por tu amistad, por ser mejor persona que yo y por todos los buenos momentos que me has hecho pasar. ¡Te quiero, tío…!
Este último percance que os voy a contar gira en torno a la escalada deportiva. Hice un curso de escalada allá en el pleistoceno y a raíz del curso, me entró un ansia por escalar que me costó mucho superar. El problema desde el principio fue con quién ir; intenté liar a todo el mundo, pero lo cierto es que por más argucias que empleé, no logré embaucar jamás a nadie. Estaba ya pensando en apuntarme a alguna asociación cuando quiso el destino colocarme a alguien en el punto de mira: mi hermano. Por eso de ser buen cristiano y proveerme de alguien con quien practicar, enseñé a mi hermano todo lo que aprendí, aunque he de reconocer que con mucho mejor provecho del que tuve yo. Era mejor alumno que yo y en nada de tiempo adquirió un nivel muy superior al mío, de manera que al poco tiempo ya no pudimos ir a escalar juntos, volví a quedarme de nuevo sin compañero de fatigas, cosas del nivel... Años después, recién estrenada una nueva soltería, conocí a una chica que cómo podría calificarla, sí, ya está, im-pre-sio-nan-te, ha sido fácil. El caso es que por tratar de impresionarla le comenté que tiempo atrás escalaba y que era algo tremendamente emocionante y adictivo, así que quedamos en que organizaría una escapadita y le enseñaría a escalar. Pensé que de esa caería, aunque infeliz de mí, nunca imaginé que el que “caería” iba a ser yo. El caso es que lié a mi hermano para que nos acompañase (para escalar se necesita cuanto menos una persona que controle, que es la encargada de asegurarnos mientras subimos por la vía) y llegó al fin el día esperado. Todo fue perfecto, escalamos un montón, la tía im-pre-sio-nan-te demostró unas dotes extraordinarias para la escalada (debía ser cosa del ballet que practicaba, porque tenía una flexibilidad increíble) y yo ya me relamía pensando en que todo estaba saliendo de maravilla y ante la buena posibilidad de conocer de una manera más amena sus dotes para la "flexibilidad". Cuando ya estábamos recogiendo el material para irnos, al ocurrente de mi hermano se le ocurrió hacer una última vía. Yo la observé y sinceramente, le comenté que me parecía una vía de bastante nivel. "¡Que no, que no, que esta vía te la haces sin problema alguno, ya verás!" - me contestó. Y claro, estando la "flexible" de por medio, no era plan de arrugarse, había que dejar el pabellón bien alto. La vía no solo parecía complicada, era complicada. El primer seguro estaba muy alto, inusualmente alto, como a unos diez o doce metros y se alcanzaba tras sortear un enorme extraplomo que dicho en plata, me preocupaba un mucho. Para los que no estén familiarizados con la escalada, aclarar que un extraplomo es un muro que supera la vertical, lo que significa que la pared está inclinada hacia fuera. Mantenerse en un extraplomo exige una gran técnica, hay que tener en cuenta que hay que hacer mucha fuerza para sujetarse, lo que significa que o se pasa bastante rápido, o hay riesgo claro de agotarse y caer. A la dificultad intrínseca del extraplomo había que sumarle que se entraba y salía de él sin seguro alguno, como os he dicho el seguro se encontraba a la salida del mismo, a unos diez metros de altura, lo que significaba que si uno se caía, iba sí o sí al suelo. Para colmo de males, justo debajo del extraplomo había una zarza de dimensiones descomunales, de hecho debido a la zarza había que atacar la vía había bastantes metros a la izquierda de la misma, e ir avanzando en diagonal hasta alcanzar el extraplomo. Y como sucede en estos casos, lo que tuvo que pasar, pasó. No pude con el extraplomo, tal como había imaginado no tenía nivel suficiente para realizar esa vía; me atranqué en el extraplomo. Lo intenté y lo intenté pero llegó un momento en el que me quedé sin un gramo de energía, sencillamente los brazos, muy en contra de mi voluntad,  dejaron de sostenerme. Resultado: me precipité desde unos ocho o nueve metros sin nada que frenase mi caída. ¿Nada? No, miento, sí que había algo que amortiguó la caída, pero creedme si os digo que hubiese preferido mil veces que no hubiese habido nada. Me hundí totalmente en la zarza y para los que no habéis tenido el placer de hacerlo nunca, se me ocurren muy pocas cosas menos deseables que esa (quizás ir a un concierto de David Bisbal, pero pocas más). La situación adquirió tintes dramáticos, estaba suspendido en mitad de la zarza, atravesado por diez cuatrillones de espinas y sin querer moverme en lo más mínimo. Lo único que podía pensar era que no estaba tan mal, había tenido una buena vida, había sido un tipo feliz e iba a morir joven y hermoso, ¿qué más podía desear...? Imposible moverme, imposible salir, no había nada a lo que aferrarse para poder salir y lo que era peor, solo respirar hacía que las espinas se clavasen aún más profundamente. Para colmo de males, mi hermano poco podía hacer, no podía llegar hasta mí y sacarme, o al menos no se me ocurría la forma. Ya no recuerdo el dolor, tan solo recuerdo que tenía ganas de cerrar los ojos y dormirme, y que no tenía ni idea de cómo demonios iba a poder salir de allí. Me gustaría poder contaros cómo conseguí escapar de aquella alambrada de espinas, pero no puedo, no lo recuerdo, todo lo que sucedió con posterioridad quedó como en una nebulosa. Solo sé que un rato después estaba fuera, que mi hermano recogió y cargó con todo el material y que yo estaba ahí de pié, con los brazos en cruz y sin poder apenas moverme, mirando cómo lo hacía. El regreso al coche fue lastimoso, apenas podía andar y hacerlo me causaba un dolor risueño que me hacía quejarme y reírme al mismo tiempo. Tenía espinas hasta en el tuétano y recuerdo que debido a ello, marchaba el último, ensimismado en mi desgracia, pensando en cuánto odiaba a mi hermano y que lo de los planes flexibles no iba a poder ser, y tan concentrado debía ir que para colmo de males resbalé y caí al suelo. las consecuencias fueron tres:
  • Conseguí clavarme más profundamente las tropecientas mil espinas que no había podido quitarme, lo que no acrecentó mi euforia precisamente.
  • La poca autoestima que me quedaba se fue al garete, adiós para siempre a cualquier oportunidad que hubiese podido tener con la princesa flexible.
  • La peor de todas, al caer apoyé las manos sobre un cardo, lo que implicó que me clavase un montón de espinas diminutas en la palma de la mano y os prometo que estas sí que eran chungas (y no la tontería de las de la zarza), apenas se veían pero dolían a rabiar...
En fin, ¿qué más os puedo decir? Aquel desafortunado día supuso el final de dos cosas: el fin de una prometedora carrera como escalador amateur (no he vuelto a escalar jamás) y el fin de toda posibilidad de progresar con aquella musa del ballet. Triste y desgraciado día...

Y feliz y contesto me despido de vosotros hasta dentro de un par de semanas. Sed buenos y no olvidéis vitaminaros y mineralizaros.

lunes, 25 de octubre de 2010

Coccinella


Antes de nada quería pediros disculpas. Estoy inmerso en un período de bastante trabajo y eso no me permite publicar con la asiduidad que desearía, por lo que intentaré pasar de publicar una vez a la semana a publicar una vez cada dos semanas. Estáis de suerte, solo vais a tener que sufrirme un par de veces al mes.
Por otra parte, la desdichada falta de tiempo que vengo sufriendo hace que tampoco tenga demasiado tiempo para pensar los temas que voy a tocar, por lo que aprovechando que no tengo nada preparado, tiraré de fondo de armario y recurriré a un breve cuento que escribí hace veinte o veinticinco años. Dado que no soy muy partidario de andar modificando escritos, por la cosa de no variar el espíritu con el que éstos fueron escritos, no lo revisaré y lo dejaré tal cual fue concebido, conservando todos sus defectos, que al fin y al cabo son los que suelen otorgar la esencial real de las cosas.
Disfrutadlo y perdonad la ingenuidad del relato, todos hemos sido alguna vez jovenzuelos alocados e inexpertos...

Coccinella (por Juan Fernández)
Le pareció que aquél era un buen lugar para pasar aquella su primera noche fuera de casa. El lugar elegido estaba a resguardo de los fríos vientos que provenían del norte, de la zona de los Lagos Helados; además estaba empezando a oscurecer y le pareció mucho más prudente dar por finalizada la jornada. No sabía a ciencia cierta el lugar en el que se encontraba, pero la aventura era la aventura y no se iba a preocupar ahora por nimiedades como esas, lo único importante era que llevaba todo el día caminando y que por fuerza tenía que estar ya bastante lejos. Acomodó un par de hojas de haya y se dispuso a pasar la noche de la manera más cómoda y confortable posible. A sus oídos llegaba el triste canto de un autillo y la lejana letanía de alguna desconsolada cigarra. El cansancio y el suave susurro de las hojas mecidas por el viento, hicieron que se durmiese enseguida.
Se despertó animosa y enérgica apenas los primeros rayos de sol aparecieron por el horizonte. Estiró las patas una a una y se deleitó inspirando profundamente el aire rejuvenecido de la mañana, intentando reconocer algún olor que le resultase familiar. Echó un vistazo a su alrededor pero no le pareció que por aquella parte pudiese encontrar esos deliciosos pulgones que tanto le gustaba desayunar, por lo que calmó su sed con un poco del rocío de la mañana y decidió postergar el desayuno para más adelante.
-Hoy hará calor- se comentó a si misma mientras emprendía de nuevo la marcha.
Estuvo andando hasta que no aguantó más el vacío en el estómago, por lo que decidió darse un descanso y ponerse a buscar algo sólido que le calmase el hambre que le atormentaba desde hacía ya un rato. Tras deambular un rato por los alrededores tuvo suerte y encontró un par de brotes tiernos que le supieron a gloria. Mientras comía glotonamente, reflexionó sobre lo sencillo que le estaba resultando todo hasta ahora en contraposición con lo difícil que fue tomar la decisión de irse. Eso sí, lo que era innegable es que hasta ahora estaba mereciendo la pena. Tras desayunar emprendió de nuevo la marcha y estuvo andando durante todo el día, interrumpiendo de cuando en cuando la caminata para descansar un poco y buscar algún bocado que llevarse a la boca. Cuando empezó a oscurecer de nuevo, encontró refugio en unas raíces cercanas y se quedó dormida de inmediato, estaba exhausta.
Volvió a despertarse con el primer albor, aunque esta vez no se encontraba tan animosa como el día anterior. Le dolían un poco las patas traseras y seguía sintiendo mucha hambre, lo que daría por una ración de deliciosas crías de pulgón con miel... Intentó sobreponerse y estuvo andando hasta que el sol estuvo en lo más alto, momento que aprovechó para tumbarse en un pequeño claro a descansar. Se despertó sobresaltada al oír unos ruidos junto a ella y cuál no fue su sorpresa al descubrir que el dueño de esos carraspeos era un enorme ciempiés que la observaba con cierto desinterés.
-Buenas tardes. Creí que no te ibas a despertar nunca- le dijo mientras guiñaba un ojo con complicidad.
-Buenas tardes. No pensé que me iba a quedar dormida. ¿Llevas aquí mucho tiempo?
-No, realmente acababa de llegar. Lo que sucede es que estás en mi sitio -lo dijo recalcando lo de “mi sitio” al tiempo que denotaba impaciencia. -Verás, es que el sitio que estás ocupando es exactamente mi sitio.
-No lo entiendo muy bien- dijo al tiempo que se desperezaba. -¿No te vale cualquier otro sitio? ¿Tiene que ser precisamente este sitio?
-No, ese sitio es el único que me vale. Verás, es que ese es mi sitio de pensar. No soy capaz de pensar en ningún otro.
-¿Y qué es lo que piensas?-le preguntó al tiempo que se echaba cortésmente hacia un lado.
-Gracias- dijo al tiempo que se posesionaba del lugar con aire satisfecho. -Pienso en todo aquello que merece la pena ser pensado.
-¿Y para qué lo haces? Me refiero a lo de pensar.
-Me gusta llegar a conclusiones. Primero vengo hasta aquí, me coloco en mi sitio y me dejo llevar. Ya te he comentado que los pensamientos me vienen solos, por lo que dejo que estos vengan y una vez han llegado, medito sobre ellos. Cuando llevo un rato reflexionando llego a una conclusión y como te puedes imaginar, me es imprescindible llegar a una conclusión porque si no es como si no hubiese pensado nada, ¿lo entiendes?
-Bueno, no muy bien porque ¿qué pasa si estás pensando y no llegas a ninguna conclusión?
-Siempre llego a una conclusión. El acto de pensar en algo siempre lleva implícito llegar a una conclusión. Si no fuese así, ¿para qué nos serviría pensar?
-¿Pero nunca se ha dado el caso de que un día no hayas llegado a ninguna conclusión?
-No, nunca. De no ser así ¿qué sentido tendría darme una caminata enorme para llegar hasta aquí y perder un montón de tiempo pensando, si luego no saco una conclusión de ello? Llegar a una conclusión es simplemente una cuestión de tiempo y siempre será un tiempo bien invertido, ¿no te parece?
Al tiempo que le formuló la pregunta empezó a mover nerviosamente todas sus patas traseras, como queriendo dejar constancia de la impaciencia que le empezaba a producir aquella conversación; pero lejos de dejarse impresionar decidió ignorarlo y seguir interrogando a su interlocutor.
-Por cierto, ¿cómo te llamas?
-Me llamo Setarcos. Y tú ¿cómo te llamas, jovencita?
-Coccinella.
-Y bien, Coccinella, ¿qué haces por aquí?
-Me he ido de mi casa porque quería conocer cosas-. Le pareció observar que Setarcos se había calmado un poco porque apoyó relajadamente todas sus patas en el suelo. Se detuvo a contemplarlo con detenimiento y reparó que pese a aparentar ser bastante mayor, tenía una chispa especial en la mirada. Era como la mirada de un bebé, eso era, como la mirada de su hermana pequeña. Decidió que Setarcos le gustaba porque tenía alma de bebé.
-¿Y qué cosas son las que quieres conocer aquí, tan lejos de tu casa, que no puedes conocer allá?
-No sé qué responderte, la verdad es que no lo sé, como aún no las conozco...
-Me pregunto ¿cómo se pueden querer conocer cosas que en realidad no se saben? Porque, corrígeme si me equivoco, si no se saben, no se puede saber si en realidad existen, y si no existen, nunca se podrán llegar a saber. No podemos saber aquello que no existe. Sería como ir a buscar algo sin saber qué buscamos, jamás podríamos encontrarlo…
-¡Ya! Pero ¿y si existen, qué? Además, siempre podemos encontrar cosas sin buscarlas.
-Ahora que lo mencionas, pensaré un día sobre ello.
-¿Y por qué no ahora?
-Imposible. Ahora estoy hablando contigo y como te puedes imaginar, no puedo pensar y hablar al mismo tiempo. Además para pensar necesito estar en mi sitio y además necesito estar solo, esa es la única manera en la que puedo llegar a conclusiones.
-¡Y dale con las conclusiones...!- exclamó con aire de fastidio.
-Volvamos a tu caso, jovencita. ¿Qué problema es el que te ha hecho irte lejos de tu casa?
-No sé, en realidad no ha sido nada concreto, es simplemente que sentí la necesidad de hacerlo, de ver cosas, de irme lejos.
-¿Y cuánto hace que te marchaste?
-Dos días, pero no te creas, apenas he parado. He andado mucho.
-¿Y por qué tanta prisa si en realidad no sabes a dónde vas?
-No lo sé, no lo hago por prisa, o bueno, sí… Quiero conocer las cosas lo antes posible y las quiero conocer deprisa porque de esa manera tendré más tiempo para conocer más cosas.
-Yo un día estuve pensando sobre eso y llegué a la conclusión de que nunca merece la pena ir de prisa y menos aún con algo tan transcendente. Está demostrado que si vas de prisa te puedes pasar por alto muchas cosas que son importantes. Una vez me dijo mi profesor una cosa que nunca he olvidado...
Tras decir aquello se quedó mirando distraídamente el suelo durante un rato que a Coccinella se le antojó enorme. Intentó aguantar hasta que sintió que ya no podía más.
-¿Y...?
-¿Qué…?
-¿Que qué ibas a decir? ¿Qué es aquello que te dijo tu profesor?
-No sé, estoy intentando acordarme.
-¿Pero no me acabas de decir que nunca lo olvidaste?
-¿Cuándo?
-Hace un momento.
-Sí. Era algo relacionado con la suerte. ¡Ah! ¡Ya me acuerdo! Me dijo que no merecía la pena darme prisa porque si tenía la suerte a favor ¿para qué correr? Y si por el contrario la tenía en contra, ¿para qué precipitarme? Sí, eso fue lo que me dijo...
-Nunca lo había pensado así.
Ahora fue Coccinella la que permaneció en silencio mirando al suelo. Estaba a punto de decirle algo a Setarcos pero finalmente no se decidió. Por tratar de romper un poco el incómodo silencio dejó escapar un profundo suspiro. Al final se decidió.
-¿Sabes? Creo que no he sido del todo sincera contigo.
-¿Qué quiere decir “del todo sincera”?
-Verás, no me he ido de casa tan solo porque quería conocer cosas. Lo cierto es que no me encontraba muy bien allí; pero no te creas que es porque me llevase mal con mis padres o mi hermana, no, es por mí… El caso es que llevaba un tiempo sintiéndome infeliz y aunque traté de averiguar el motivo, lo cierto es que no llegaba a saber por qué. Por el día solía estar triste, no tenía muchas ganas de hacer cosas, estaba como ausente… No lo sé explicar muy bien, pero la cuestión es que notaba que me faltaba algo. Y luego, por las noches, pese a estar muy cansada, no lograba conciliar el sueño. Mi madre me solía decir que no me preocupase, que todo eso que me pasaba era a causa de la edad y que era normal, que estaba sufriendo cambios y que ya se me pasaría. Pero no sé, lo cierto es que me encontraba muy rara, era como si de repente me hubiese convertido en una mariquita diferente y ya no me reconociese a mí misma. Las cosas que hasta ese momento me habían hecho feliz ya no me bastaban, pero no por ellas mismas, sino por mí, era como si fuese diferente. Me sentía desgraciada y por ello empecé a estar cada vez más triste…
-¿Sabes lo que es la tristeza?
-Sé cómo es aunque no podría explicártelo. Sé que tengo ganas de llorar y que me gustaría no sentirme así, pero no sé qué hacer para remediarlo. Por eso pensé que quizás si me marchaba lejos y conocía otras cosas, quizás volviese a ser como antes y volviese a encontrarme bien, pensé quizás me ayudaría a volver a ser feliz de nuevo.
-Yo hace mucho tiempo también me encontraba muy triste, como tú ahora. Tampoco sabía por qué me encontraba así y lo cierto es que lo probé todo para estar mejor, y como tampoco lo conseguía, me seguía sintiendo muy desgraciado. Fue por aquél entonces cuando descubrí este sitio y lo hice de forma casual. Vagué por todo el bosque, igual que tú, hasta que perdido y cansado vine a parar aquí. Esa tarde recuerdo que estuve mucho tiempo pensando y cuando regresé a casa me encontré un poco mejor. Empecé a venir cada día y pensaba y pensaba en todas las cosas que me venían a la mente, y así, poco a poco, fui aprendiendo a sacar conclusiones. Pensé mucho en la tristeza, tanto que al final llegué a saber qué era...
-¿Y bien...?
-¿Y bien qué…?
-¿Que qué es la tristeza?
-¡Ah, la tristeza...! ¡Ya! En realidad yo tampoco sabría definir con palabras qué es la tristeza, lo que llegué a saber es por qué es la tristeza.
-Bueno, pues ¿por qué?
-Porque pensé mucho en ello, naturalmente.
-No me refiero a eso, me refiero a lo que tú has dicho, ¿que por qué es la tristeza?
-Me estás haciendo un lío, jovencita. Te ruego que no me interrumpas cuando te estoy contando algo porque me haces perder el hilo de la conversación- dijo con un cierto tono malhumorado.
-Pero si yo no te interrumpo, eres tú que te quedas callado- contestó indignada.
-¡Ves lo que te digo! ¡Ya me has hecho perder el hilo! ¿Por dónde íbamos?
-Me estabas diciendo que de tanto pensar en la tristeza al final llegaste a saber por qué existía.
-¡Ah, sí! Ya recuerdo. Te decía que de tanto pensar en ella al final llegué a comprender su mecanismo. La tristeza es un lamento del corazón que nos dice que no estamos haciendo lo que de verdad deseamos, incluso aunque no lo sepamos.
-¡Qué bonito eso que has dicho! ¡Es precioso!
-¡Y dale con interrumpirme! ¿No ves que pierdo el hilo, jovencita? Para vivir y ser felices es preciso hacerlo en armonía con nosotros mismos y con el Universo, porque nosotros, queramos o no, formamos parte de él. Y esa armonía sólo es posible cuando lo que hacemos coincide plenamente con lo que sentimos. Pero para sentir hace falta ser muy valiente y aprender a escuchar nuestro corazón; el corazón es lo único que puede darnos la felicidad. Por desgracia, el corazón es caprichoso y suele suceder que nos pide cosas que a la razón no le agradan demasiado. Para ser feliz hay que arriesgarse y los riesgos no suelen ser razonables. La conclusión lógica de todo esto es que la razón suele estar en eterno desacuerdo con el corazón, no le gustan las cosas que éste propone y por eso se defiende con el miedo. Ese es el auténtico motivo por el que hacer cosas nos da a veces mucho miedo...
-¡Tienes razón! Debe ser así porque yo muchas veces siento un miedo atroz de todo...
-Es lo que te decía, el miedo viene impuesto por la razón y es ese mismo miedo el que ata nuestro corazón, nos paraliza y no nos deja reaccionar, evita que hagamos lo que nos ha dicho nuestro corazón. El miedo es un alarido de la razón que retumba muy fuerte en nuestro interior y cuya única finalidad es la de no dejarnos escuchar un grito menor: el de nuestro corazón pidiendo auxilio. Por ello hemos de desterrar el miedo lejos de nosotros, es la única manera de sentirnos a nosotros mismos, de escuchar lo que nos decimos, de sentirnos en armonía con el Universo… Si no alejamos el miedo nos embargará la tristeza, porque la tristeza es la única forma de lucha que le queda al corazón, es su lamento, la forma en que nos dice que le estamos traicionando, que nos estamos traicionando, que no estamos haciendo lo que de verdad anhelamos. Por eso, jovencita, lo más importante de la vida es aprender a escuchar nuestro corazón. Por desgracia, en muchas ocasiones estamos tan ocupados escuchando a los demás que nos olvidamos de escucharnos a nosotros mismos. Al final, hemos de aprender a dialogar con nosotros mismos y a escucharnos, a escucharnos mucho porque sólo así seremos capaces de no sentirnos tristes, de encontrar nuestro camino, de ser lo que anhelamos ser, de estar en armonía con el Universo, de ser felices. Quizás es por eso que te cuesta reconocerte y que estás triste, porque llevabas ya mucho tiempo sin dialogar contigo. Pero empezar a hacerlo es empezar a conocerte de nuevo.
-Pero yo no sé cómo puedo hablar conmigo misma. Sólo sé que me siento muy desgraciada, que me gustaría dormir durante mucho tiempo, para que cuando despertase todo hubiese acabado y que volviese a sentirme como me sentía antes.
-Pero eso no serviría de nada. Cerrar los ojos a la vida nunca sirve de nada. No hay que hacer jamás lo que hace el avestruz.
-¿Qué es un avestruz? ¿Qué hace?
-Cuentan que cuando Dios hizo el mundo y a todos los animales, quiso rematar su obra creando un ave muy grande, su favorita. Y tan grande la hizo que ésta casi desde el principio sintió pánico a volar, decía que era demasiado grande y pesada para hacerlo, que seguro que se precipitaría al vacío. Todos los animales del Paraíso le animaron a que lo hiciese, que lo intentase. El resto de las aves le hablaron de las emociones que despertaban en ellas la sensación de volar, de la felicidad que experimentaban surcando los cielos, serpenteando entre las montañas, atravesando las nubes, y aunque en verdad el avestruz lo deseaba con todo su corazón, nunca fue capaz de enfrentarse a su propio miedo. Dios, enfadado y decepcionado le impuso un castigo: le quitó la capacidad de volar pero no el deseo de hacerlo. Su corazón no ha cambiado, al menor síntoma de peligro esconde su cabeza bajo tierra y cerrando los ojos espera que se solucione todo, que desaparezca el problema...
-¡Qué estupidez!
-No, no es estupidez, es cobardía y por ella Dios le castigó, quitándole la única cosa que podía hacer feliz a un ave, la capacidad de volar. Por eso es importante que venzas a tus propios miedos y que tengas siempre el valor de enfrentarte con tu vida, de tomar tus propias decisiones y de hacerlo valientemente, siempre en base a ti misma, nunca a los demás. Si no haces esto perderás la única posibilidad de ser feliz que tienes, que es la de poder sentir.
-Puede que tengas razón...
-La tengo, jovencita. Nunca cierres tus ojos...solo para dormir-volvieron a reír a dúo nuevamente. -Verás, tenía un primo que vivía en un pequeño bosque de Mongolia, Leoniev se llamaba. Pues bien, decía que...-. Volvió a quedarse con la mente en blanco mirando fijamente el suelo, pero esta vez Coccinella decidió no interrumpirlo, ya sabía cuánto le disgustaba que lo hiciesen. -¡Ah, sí! ¡Ya recuerdo! Decía algo así como que podíamos cerrar los ojos y viajar hasta Siberia, pero que cuando los abriésemos nos tocaría volver andando.
-Pero yo no he cerrado los ojos, al contrario, me he ido de casa para ver cosas, para encontrar cosas que me ayuden. Voy con los ojos muy abiertos.
-Pues yo te encontré con los ojos bien cerrados. Estabas durmiendo...
Rieron juntos la broma y entonces fue cuando observaron que había anochecido. La Luna les obsequiaba con sus mejores galas, acompañada por su corte de luminosas estrellas. Era una noche magnífica y los dos se embriagaron con su luz y su olor. Tras permanecer un rato en silencio Setarcos volvió a hablar.
-¿Sabes? Muchas noches me he quedado aquí durante horas, tal como estoy ahora, observando este mismo cielo. Cuando tenía problemas que me parecían irresolubles o me sentía mal por algo, venía aquí y me dejaba vagar por entre las estrellas. Entonces pensaba que al día siguiente, esas mismas estrellas volverían a obsequiarme con su titilante belleza, y pensaba que llevaban allí desde el principio de los tiempos y que estarían en el mismo sitio hasta el fin. Que yo era una minúscula mota de polvo en el espacio, una nada dentro del orden Universal... y eso, jovencita, me hacía darme cuenta que la mayor parte de esos problemas enormes que me embargaban en realidad no tenían importancia. “Todo estaba bien”, concluía... Aquello era una especie de bálsamo reparador que cerraba mis heridas.
-¿Pero yo querría saber si hay algo más o si por el contrario esto es todo? ¿Quiero saber qué es lo que tengo que hacer?
-Has de hacer lo que te dije antes
-¿El qué...?
-¿El que qué?
-¿Que qué es lo que me dijiste antes?
-¡Ah! Que has de escuchar a tu corazón, hacer lo que sientas sin hacer mucho caso a lo que te diga la razón. La reflexión no debe controlar lo que sientes.
-No lo entiendo.
-Te contaré un cuento que me contó mi abuelo cuando era pequeño. Me hubiese gustado más contarte una historia propia, pero como ahora no se me ocurre ninguna, te contaré el cuento de mi abuelo. Se llamaba Gaarder y era escritor, y como te he dicho me contó un cuento muy bello y muy triste...
-¡Genial! Puedes empezar cuando quieras.
-¿El qué…?
-El cuento…
-¿Lo iba a empezar pero como no paras de interrumpirme...! A lo que iba, erase una vez un antepasado ciempiés que bailaba estupendamente con sus cien pies. Cuando bailaba, todos los animales del bosque se reunían para verlo, y todos quedaban muy impresionados con el exquisito baile. Pero había un animal al que no le gustaba ver bailar al ciempiés. Era un sapo...
-Sería un envidioso...
-¿Qué puedo hacer para que el ciempiés deje de bailar?, pensó el sapo. No podía decir simplemente que no le gustaba el baile. Tampoco podía decir que él mismo bailaba mejor; decir algo así no tendría ni pies ni cabeza. Entonces concibió un plan diabólico.
-¡Cuéntame!
-Se sentó a escribir una carta al ciempiés que decía: “Ah, inigualable ciempiés. Soy un devoto admirador de tu maravillosa forma de bailar. Me encantaría aprender tu método. ¿Levantas primero el pie izquierdo nº 78 y luego el pie derecho nº 47? ¿O empiezas el baile levantando el pie izquierdo nº 23 antes de levantar el pie derecho nº 18? Espero tu contestación con mucha ilusión. Atentamente, el sapo.”
-¡Caray!
-Cuando el ciempiés recibió la carta se puso inmediatamente a pensar en qué era lo que realmente hacía cuando bailaba. ¿Cuál era el primer pie que movía? ¿Y cuál era el siguiente? ¿Qué crees que pasó…?
-Creo que el ciempiés se empezaría a hacer un lío con tanta pata y que al final ya no consiguió bailar igual.
-Exacto, de hecho nunca más pudo volver a bailar ¿Y sabes por qué fue? Porque empezó a pensar en qué era lo que debía hacer en vez de hacer simplemente lo que sentía. Hay mecanismo de nuestro corazón que no podemos ni debemos tratar de explicarlos. Simplemente debemos dejarnos llevar haciendo lo que sentimos. Por eso te insisto tanto en que debes escuchar a tu corazón porque él es el único que tiene la llave de la felicidad.
-¿Estás seguro de ello?
-¡Por supuesto que sí! Hay una vieja leyenda de los hombres que lo cuenta.
-¿Si…?
-Cuenta que Dios cuando hizo el mundo creó también la felicidad, pero como no deseaba que el hombre la alcanzase sin ningún esfuerzo, decidió esconderla. “¿Dónde podría ponerla?”, se preguntaba. “En el mar más profundo... No, porque tarde o temprano el hombre lo conquistaría. En la montaña más alta... Tampoco, también conseguiría escalarla.” Estuvo cavilando durante bastante tiempo sin que se le ocurriese el lugar adecuado, hasta que al final encontró la solución...
-¿Y bien...?
-¿Y bien qué…?
-¿Dónde la ocultó?
-¿Dónde ocultó el qué…?
- ¡Qué cansino eres, se te olvida todo! ¿Qué dónde oculto la felicidad…?
-¿No te lo imaginas, jovencita impertinente? La ocultó en un lugar muy cercano pero a la vez prácticamente inaccesible para ellos. La escondió en el interior del corazón de cada hombre. Y es por eso que tan pocos hombres consiguen encontrarla...
-¡Qué bonito!
-Pues tú nunca lo olvides. Habla y escucha a tu corazón, Coccinella, porque sólo así podrás encontrar algún día esa felicidad.
-¿Y tú has encontrado tu felicidad?
-Sí, yo he encontrado la mía, pero esa felicidad no vale para ti. Es distinta para cada uno.
-¿Y cuál es la tuya?
-La mía consiste en venir aquí a pensar y a veces a charlar con una jovencita como tú. Éste es Mi sitio, Mi lugar. Me costó encontrarlo pero al final lo conseguí. Aquí pienso en las cosas que me gusta pensar, aquí me escucho y hablo conmigo mismo. Intento quererme y vivir cada día como si fuese el último día que me quedase por vivir. ¿Sabes? La vida puede ser un cielo o un infierno y que sea una cosa u otra tan solo depende de nosotros, hacer que las horas sean años o que los años se conviertan en horas depende solo de nosotros mismos. Por eso es tan importante que te escuches, que vivas con plenitud cada día como si ya no te quedasen más y que no te traiciones nunca, ni siquiera cuando tengas miedo.
-Pero el miedo no se puede evitar, ya te dije antes que tengo miedo de muchas cosas...
-El miedo no existe, lo llevamos dentro de nosotros, pero no existe. Si piensas que el destino está escrito, que no podemos hacer nada por cambiarlo, tan sólo plegarnos a él, entonces vivirás siempre con miedo, porque nunca podremos conocer el futuro. Has de llegar a convencerte de que la vida es un libro en blanco que escribimos nosotros mismos día a día. Y que ese libro tenga un buen o un mal final depende también de nosotros; por ello, para evitar los finales tristes sólo has de hacer una cosa, pero es muy importante...
-¿Qué...?
-No has de traicionarte jamás, pase lo que pase, nunca te traiciones. Siempre has de ser tú misma he intentar ser feliz, pero ante todo y sobre todo, ser tú. Escucha a tú corazón y no renuncies jamás a nada. Eso es en realidad todo mi tesoro, esas son todas las “conclusiones” a las que he ido llegando a lo largo de toda mi vida. Te las regalo, son todas para ti, pero lo hago con una condición.
-¿Cuál?
-Está casi amaneciendo. Quiero que veamos juntos el grandioso espectáculo del nacimiento de un nuevo día, quiero que disfrutemos de la insuperable belleza del despertar del mundo a la vida, algo que aunque ocurre a diario muchos parecemos olvidarlo. Después, quiero que vuelvas a tu casa con tu familia, que estará preocupada por ti, y que allí, en tu hogar, pienses en todo lo que hemos hablado esta noche. Si luego deseas irte de nuevo a buscar tu verdad, hazlo, aunque sospecho que ya no será necesario porque sabrás dónde buscarla.
-Está bien, te lo prometo.- Y al tiempo que se lo decía, depositó un beso en su mejilla.

Pues nada, espero que os haya resultado edificante. Hasta dentro de dos lunes, sed buenos...