lunes, 31 de mayo de 2010

Los adorables niños


Lo cierto es que por más que nos preguntemos cómo narices ciertas cosas pueden gustar a alguien, el gusto es personal e intransferible. Prueba irrebatible de ello es que hay gente a la que le gusta Bisbal…
Y es que en cuestión de gustos no hay ni puede haber disputas, que nos cantaba hace unas décadas Serrat; de cualquier manera lo que me resulta curioso es la facilidad que tenemos para catalogar todo en base a nuestro propio criterio, de manera que tildamos de “raro” todo aquello que no entendemos o nos es ajeno; y no es que me importe demasiado, por suerte o por desgracia siempre he estado al otro lado, englobado en ese submundo de los “raritos simpáticos” y en mi caso concreto, ha sido siempre más motivo de orgullo que de deshonor. Valga toda esta introducción para justificar mi desapego emocional hacia ciertos convencionalismos sociales generalmente aceptados; especialmente en lo que se refiere a niños y perros. En este caso y dado que el blog trata sobre los adorables niños, dejaré los perros al margen, aunque eso sí, me comprometo a dedicarles un blog un poco más adelante, que también tengo cosas que decir sobre ellos.
Antes de seguir por derroteros que pueden granjearme enemistades eternas (hay mucho incondicional de perros y niños -en ese orden concreto además-), querría comentar que lo que trato de comentar en este blog no es hablar sobre mi gusto particular acerca de los niños, sino desmontar el mito de que son seres poco menos que celestiales.
No osaría afirmar que en la vida de todo infante hay algunos momentos (demasiado escasos por desgracia) en que los niños se comportan y parecen angelitos caídos del cielo… pero no, no os engañéis, el 99% del tiempo restante se comportan como unos auténticos demonios con rabo concebidos en las profundas entrañas del Averno. Entiendo que esta opinión pueda parecer un tanto cruel, pero por propia experiencia estoy en disposición de afirmar que por regla general los únicos que son de este parecer son sus sufridos y amorosos padres.
Reconozcámoslo, tener hijos es la segunda mejor cosa que puede pasarnos en la vida (efectivamente, no tenerlos sería la primera), pero seamos consecuentes y concedamos que este pensamiento optimista pertenece en exclusiva a los propios padres. Sí, es así, salvo honrosas excepciones (que no dudo debe haberlas) los niños, para todos aquellos que no son sus padres, son molestos, tremendamente molestos; de hecho hay algunos que no es que sean más o menos insoportables, es que ni siquiera los aguantan sus propios padres… y si esto es así, ¿cómo pueden pretender que los aguantemos los demás…?
Vamos a hacer un ejercicio de extrapolación corpórea e imaginémonos que somos otra persona, por poner un ejemplo imaginémonos que somos una persona feliz (que ya es un suponer complicado), que vivimos en un pisito coqueto de una ciudad de tipo medio (no mencionaré nada de si el piso es en propiedad porque no quiero complicar aún más el esfuerzo de imaginación necesario), con un trabajo en el que nos valoran (esto no es que sea difícil de imaginar, es que es prácticamente ciencia-ficción) y con un salario interesante que nos permite tener un cochecito de esos que salen en los anuncios (uno normal, no os emocionéis, nada de Ferraris, ¿vale?) y hacer un par de viajecitos al año, ¿no parece mala cosa, verdad? Sigamos imaginando que la noche anterior hemos estado cenando sushi con unos amigotes de la universidad y que nos hemos acostado algo cansados y achispados. ¡Qué gozada, la cama al fin…! Y cuando estamos en lo mejor del sueño nos despierta un llanto desgarrador, nos incorporamos sobresaltados y nos lleva unos segundos intentar comprender qué es lo que está pasando (bueno, en realidad nos lleva unos segundos intentar comprender qué está pasando porque lo cierto es que comprender, lo que se dice comprender, no comprendemos absolutamente nada). El fuerte llanto nos impide concentrarnos y la cosa empeora cuando descubrimos que además hay "algo" a nuestro lado, y por el bulto parece ser una persona (¡Dios mío! ¿Pero qué bebí yo anoche…?). Saltamos como una exhalación de la cama y aterrados nos lanzamos hacia la puerta al tiempo que buscamos torpemente el interruptor de la luz. Lo pulsamos y la luz nos ciega; no vemos nada, no comprendemos nada, tan solo oímos el insistente lloro y una voz somnolienta que se alza por encima de éste y nos dice: “¿Pero qué narices estás haciendo? ¿Quieres apagar la luz y ver qué le pasa al niño? Anda, pichurri, que yo estoy que no me tengo.” Ahora sí que sí, salimos corriendo de la habitación con la mala fortuna que al hacerlo, nos estampamos contra la puerta del pasillo y caemos semiinconscientes. Parecemos estar flotando, está todo oscuro y lo único que podemos ver es una pequeña luz que parece acercarse hacia nosotros. La luz es cada vez está más cerca y debemos guiñar los ojos para poder seguir observándola, es muy potente; cuando al fin lo ocupa todo aparece una especie de Darth Vader vestido de amarillo chillón con lentejuelas que dirigiéndose a nosotros nos dice que por haber sido una buena persona ha tenido a bien concedernos un premio que espera sepamos apreciar: una familia. Tras decir esto y sin darnos tiempo a replicar, desaparece. Nos incorporamos de nuevo y tanteando las paredes del pasillo y el chichón que nos hemos hecho, nos dirigimos a la habitación sin entender nada de nada y maldiciendo nuestra fantástica suerte, nos acercamos a la cuna que se encuentra al otro lado de la cama, tanteamos el bulto y al final cogemos el angelical niño-regalo que se encuentra en ella y que no para de obsequiarnos con su celestial llanto. “Menudo premio” –pensamos. A continuación nos dirigimos hacia la cocina, le olisqueamos (huele como a azufre), intentamos infructuosamente darle agua con un vaso de chupito (sin ningún resultado, por cierto, salvo el de empaparle todo el pecho), comprobamos el pañal por si estuviese sucio (nada, impecable), no parece tener hambre ni fiebre, por lo que una vez descartadas todas las posibles causas del lloro, optamos por ponérnoslo en el hombro al tiempo que le damos palmaditas en la espalda y le cantamos "estaba el señor don gato", a ver si con un poco de suerte son gases y los va largando poco a poco. Una hora más tarde la situación no ha cambiado en absoluto, el niño sigue llorando desconsoladamente, nosotros nos queremos morir y ya ni siquiera intentamos comprender nada, sólo queremos que la cosa esa con cuernos se calle de una vez y poder descansar un segundo... Mientras el milagro ocurre y por matar el tiempo en algo, nos dedicamos a idear y descartar todas las soluciones posibles: pegarle el chupete con superglú, llamar a la puerta del vecino y dejarlo allí, abandonarlo en una gasolinera, enviarlo a las Maldivas por SEUR Express, cerrarle la boca con tiritas infantiles, atar varios preservativos y ahorcarme con ellos… ¡La de tonterías que se nos pueden pasar por la cabeza en esos momentos extremos! Hasta que finalmente no podemos más, nos arrodillamos en el suelo y con lágrimas en los ojos gimoteamos: “por favor, Darth Vader o quien quiera que seas, perdona mis pecados, me haré misionero si lo estimas necesario, haré todo lo que tú quieras, pero por favor, haz que se calle de una vez, no puedo más, necesito dormir aunque solo sean un par de minutos…”, al tiempo que seguimos dando palmaditas en la espalda a la angelical criatura. Ahora imaginemos que la cosa con cuernos sigue y sigue a lo Duracell durante casi una hora más. Agotados, vencidos y desesperanzados nos arrastramos a la cama, ya ni siquiera nos interesa quién es el bulto de al lado, sólo queremos dormir un poco, descansar, tanta felicidad nos está matando… Al fin en la cama..., cerramos los ojos y nos hundimos en los brazos de Morfeo al tiempo que lanzamos una pregunta que no llegamos a terminar: "¿Por qué a mí, por qué…?" Segundos después (aunque en realidad ha trascurrido casi una hora), el ser angelical vuelve a regalarnos su canción, parece ser que le toca su bibe, ¡qué felices nos sentimos en ese preciso instante! ¡Qué suerte la nuestra de disfrutar de este regalo del cielo, de nuestro angelito celestial…!
Vale, no quiero seguir machacándoos, volvamos a la realidad de nuevo y empecemos a plantearnos cuestiones sobre el tema. Yo lo hice y llegué a ciertas conclusiones que ahora os traslado:
  • Los niños NO son seres celestiales, más bien al contrario, son pequeños cabrxxxetes que parecen disfrutar mortificándonos y haciendo justo lo contrario que esperamos de ellos (y las cosas empeoran cuando crecen).
  • Los niños dan alguna satisfacción (a sus padres), muchas preocupaciones (a sus padres y a los demás) y causan muchísimas molestias (a los demás).
  • Los niños no difieren de los adultos, la mayoría son feos y antipáticos. No es bueno andar preguntando eso de “¿Qué…? ¿Qué te parece mi niño? ¿A que es guapo el jodío? ¡Se parece a mí pero en miniatura!” Por favor, si es que dan ganas de decir la verdad: "Sí, sí que es mono, la verdad. De hecho le pones en un árbol, le das un plátano y ni Félix Rodríguez de la Fuente se daría cuenta de la diferencia, daría el pego total…”
  • Por más que pueda parecer lo contrario, mentalizaos, las encuestas del CIS no mienten: las cacas de los niños no figuran entre las principales preocupaciones de la sociedad, por favor, no necesitamos saber cómo son las caquitas de vuestros retoños.
  • Aunque pueda parecer una proeza genética, no lo es; efectivamente, el 99% de los niños usa una talla mayor que la que marca su edad, no nos lo contéis más veces, por favor ¿podríamos cambiar ya de tema?
  • Muy importante: ver cómo el niño se mea en el sillón de nuestra casa no nos hace gracia alguna y mucho menos ver cómo nos llena de chocolate toda la silla, la alfombra, la chaqueta y la pared… En vuestra casa quizás sea divertido, en la de los demás, no ¿Podríais darle de comer en la bañera, por favor?
  • No es emocionante tampoco coger al niño todo sudadito y estar ahí sonriendo como un tonto mientras aguantamos estoicamente que la criatura nos machaque los testículos a patadas al tiempo que nos babea toda la camisa. De verdad, entiendo que a sus padres les parezca lo más emocionante del mundo, pero es que veréis, este tipo de sentimientos son exclusivos e intransferibles, no nos obliguéis a pasar por ello.
  • Es un hecho científicamente demostrado que dormir es una necesidad fisiológica para el ser humano. El sueño del bebé es algo mágico, de hecho es uno de esos escasos momentos que los hacen parecer ángeles; por favor, disfrutadlos de manera intima, son momentos inolvidables. Ahora, eso sí, sufrid también íntimamente los momentos en que no lo hagan, no es necesario compartir esos momentos con personas ajenas a la familia, no los valoran de la misma manera…
  • Los niños tienen un sexto sentido para identificar de manera inequívoca la manera en que más pueden tocar los testículos al personal; por favor, controladlos, no es bueno andar tocando zona tan sensible a personas que nada tienen que ver con vosotros, al fin y al cabo ellos no tienen culpa alguna de que se os olvidase poneros el preservativo aquella noche…
  • Todos los niños eructan, se tiran pedos, gatean, andan, sonríen, miran fijamente, lloran y hacen monadas, no es necesario contar cada una de ellas (insisto en lo de las encuestas del CIS, son temas que hoy por hoy no interesan demasiado a la opinión pública).
  • Y lo peor de todo, no olvidéis que los niños nacen, crecen y se convierten en algo mucho peor: adolescentes insoportables. Por favor, no nos llenéis el mundo de adolescentes con bigotillo…
Y una vez visto lo visto, ¿no pensáis hacer nada al respecto? Os lo ruego, usad medios anticonceptivos...

Hasta la semana que viene.

lunes, 24 de mayo de 2010

Aquellos juegos olvidados


Lo que hubiera dado cuando era un mico por haber tenido en mis manos una consola de última generación. ¡Menudos torneos de FIFA que podríamos haber jugado! De cualquier manera y con la perspectiva que da el tiempo trascurrido, no cambio ni uno solo de los juegos de antes por los sofisticados y tecnológicos juegos de la actualidad.
Yo, al igual que tantos otros, me crié en un barrio de una gran ciudad, un barrio de clase trabajadora situado en la periferia. Mi barrio era idéntico a otros tantos; era un barrio de pisos pequeños y de tabiques delgados, con una equipación nula, para cualquier cosa había que irse a la Conchinchina; un barrio en el que todos nos conocíamos y en el que todos éramos vecinos, para lo bueno y para lo malo. Dicho así parece muy negativo, pero no lo es, en absoluto, nuestro barrio era el mejor barrio del mundo. En primer lugar estaba en un enclave privilegiado, pegadito a la Casa de Campo, un parque enorme lleno de árboles y ardillas, que se atestaba de gente los domingos. Además, teníamos un montón de jardines y poseíamos dos cosas que convertían a nuestro barrio en un barrio único. Teníamos una casa abandonada muy antigua (fijaos si era antigua, que la denominábamos como “la casa de la Guerra Civil”, ya os hablaré algún día de ella) y lo mejor de todo, un guardia jurado con porra, gorra y mala leche que era el emblema del barrio. Nosotros, más que en casa, podríamos decir que vivíamos en el barrio; merendábamos cada día en una casa (siempre había una madre generosa que nos daba una rebanada de pan con Nocilla) y estábamos en la calle permanentemente, siempre había alguien con el que jugar, charlar o pelearse… ¡era genial!
También es cierto que aquellos tiempos ayudaban, no era fácil que sucediesen las cosas que ocurren hoy en día; eran tiempos en los que los chavalillos podíamos jugar felices y despreocupados sin más temor que el que nos mangasen el balón unos gitanillos, aunque eso sí, les teníamos bastante miedo. ¿Qué más puedo decir? No teníamos Jennis, Vanesas, dinero ni juguetes sofisticados, pero lo compensábamos con una imaginación bárbara que suplía holgadamente todo lo que no teníamos...
Jugábamos prácticamente a cualquier cosa, aunque de poder elegir, cuánto más cafre y bestia fuese el juego, mejor que mejor. Y si en el trascurso del juego alguien se lesionaba, eso era ya la repanocha. Así las cosas no es raro que muchos de los tiernos infantes (de marina) de aquella época podamos presumir de algún que otro recuerdo de guerra. Cuántas rodillas reventadas, piernas peladas y brechas en la cabeza pudimos hacernos… sí, eran tiempos salvajes.
Entre los juegos más bestias que recuerdo estaba el de “lo que hace la madre lo hacen los hijos”, que consistía en que la "madre”, elegida por sorteo, marchaba en la primera posición haciendo “cosas difíciles” tales como saltar entre bancos bastante separados, trepar árboles y descolgarse por las ramas, pasar rodando bajo los camiones aparcados, hacer cabriolas en lo alto de los muros y por supuesto saltar al vacío desde éstos. Los demás seguíamos a la "madre" en fila, tratando de hacer en orden las mismas burradas y temeridades que ésta. La cuestión es que existían dos posibilidades, que nos saliese bien el ejercicio, lo que nos permitiría conservar nuestra posición en la fila, o que nos saliese mal y que terminásemos con nuestros huesos en el suelo. Si el “pequeño accidente” nos permitía seguir, nos colocaríamos en última posición de la fila y continuábamos como si allí no hubiese pasado nada, y de no poder seguir por necesitar algún que otro punto de sutura, quedábamos eliminados de la prueba, claro está. Al final, la “madre”, tarde o temprano sufría también un accidente, lo que conllevaba la pérdida de su estatus de privilegio y pasaba al último lugar de la cola, de manera que el que le precedía recogía el papel de “madre”. Ni que decir tiene que si uno quería conservar el rango, debía ser capaz de superar grandes retos... Llegamos a hacer cosas impensables y  a saltar desde alturas considerables, y lo que resulta increíble es que jamás nos rompimos una pierna ninguno (eso sí, brazos cayeron dos). Aquel juego me hizo comprender la verdad de una de las frases que más me repetían en casa y qué básicamente se podía resumir en un: qué difícil era ser “madre”.
Otro de los juegos de “riesgo” que practicábamos era el de “cinturón” y que consistía en que alguien, generalmente elegido por sorteo (como veis aquella época era muy democrática, todo se elegía por sorteo), escondía un cinturón, siendo tarea de los demás el encontrarlo. La gracia estribaba en que se daban tres o cuatro pistas muy genéricas (no era plan de ser muy claros) y a partir de entonces solo cabía esperar a que alguien diese con él. Como es lógico las pistas apuntaban siempre hacia una zona determinada y claro, eso implicaba que todos los que jugábamos terminásemos buscando el cinturón apiñados en el mismo sitio. La tensión era enorme porque en el momento que el afortunado “hallador” daba con el cinturón, empezaba a repartir cinturonazos a diestro y siniestro hasta que todos alcanzaban el punto de encuentro. Una buena táctica era encontrar el cinturón e ir corriendo hacia ese punto, de manera que todo el que quisiese entrar en “casa”, que era así como denominábamos esa zona segura, debía pasar por ese punto y llevarse el doloroso cinturonazo. No creáis, que cuando te enganchaban bien la cosa dolía… Por cierto, hubo gente que encontraba el cinturón, se lo metía bajo la camisa y se alejaba disimulando hacia la zona segura. Una vez allí, se apostaba en la entrada, sacaba el cinturón y al grito de "os vais a cagar" daba inicio a la masacre... Sí, había gente muy canalla, jajajajaja.
Otra animalada de juego era el que llamábamos “el pasillo”. A este juego jugábamos generalmente en el recreo y consistía en que se hacía un pasillo formado por dos filas de niños psicópatas (que dan más miedo que los adultos), de manera que el que la “apochaba”, que es como definíamos al que la ligaba, debía atravesar el pasillo de un extremo a otro intentando en el recorrido ver claramente a alguien golpearle. Para los que no lo habéis vivido imaginaos la siguiente situación. Entramos en un pasillo muy estrecho y todo lo que vemos son manos inmóviles rodeándonos por todas partes, miremos donde miremos solo vemos manos. No vemos nada, apenas hay espacio, solo estamos nosotros y las manos. Movemos espasmódicamente la cabeza intentando alcanzar ver alguna mano golpearnos, pero es difícil, máxime cuando no paramos de sentir unos collejones enormes en la nuca. La dinámica es siempre la misma: manos inmóviles ante nuestros ojos y golpes, pescozones y golpetazos en la cabeza (ahí no valía decir eso de que en la cabeza no, que estábamos estudiando). Creedme, era difícil pillar a alguien porque todos éramos muy buenos jugando a eso; si eras malo, por la cuenta que te traía no jugabas… En definitiva, acabábamos con el cuello bastante mal y más en una ocasión alguno terminó con un ojo hinchado (era lo que tenía girarse bruscamente cuando alguien había ya lanzado el golpe).
Otro juego era el de "churro". Se formaban dos equipos de 4 ó 5 personas y por sorteo (cómo no), se decidía quienes la apochaban. El que perdía se colocaba de la siguiente manera: el más delgado se ponía de pie, como poste. A continuación se colocaba el segundo, doblada la cintura e introducía su cabeza entre las piernas del que servía de "poste”, y así uno tras otro, hasta formar una fila. Una vez colocados el equipo contrario tomaba carrerilla y saltaba todo lo que podía, aterrizando sobre las espaldas de los sufridos receptores. La idea era hacer caer al suelo a los que aguantaban los culazos y de ser así, se volvía a empezar. En los casos en los que los riñones y las fuerzas aguantaban, el primero que había saltado decía la famosa frase de “¿churro, media manga o manga entera?” al tiempo que enseñaba al “poste” la opción escogida. Si el equipo que la ligaba acertaba la opción elegida, el equipo saltador pasaba a sustituirle de manera que las tornas cambiaban, de no ser así, vuelta a empezar de nuevo. Era un juego bestia en el que no había lugar para la compasión, se intentaba caer sobre el eslabón más débil del equipo contrario, es decir, sobre el más flojucho, a fin de reventarle y que se cayese al suelo. He de confesar que estoy seguro que muchos de los problemas de espalda que arrastro ahora debieron empezar a fraguarse en aquella época…
Dejando un poco de lado los “cafre-juegos” cabe decir que también nos dedicábamos a juegos más tradicionales. Uno de los que más recuerdo era el "fútbol-barrio". Cualquier parecido con el fútbol real era mera coincidencia, aquello era demencial. Jugábamos en un patatal en cuesta, repleto de árboles y socavones, que prácticamente imposibilitaba dar una patada al balón sin que un árbol, un banco, un viejo o un socavón no aportaran también su pequeña contribución al juego. Goles no metíamos muchos pero eso sí, repartíamos patadas a diestro y siniestro. Hubo ocasiones en las que di más patadas a espinillas que al balón, de hecho nos pasábamos el partido tirando faltas. Y qué leches nos metíamos contra los árboles, te emocionabas, te descuidabas y ¡zas! ¡De lleno contra el árbol! Qué lejos quedaban todavía los galácticos y las ligas de las estrellas, y qué cerca aquél dentista que se forró a costa nuestra…
Cuando estábamos más sosegados jugábamos a las canicas, noble afición que nunca me gustó demasiado (era demasiado malo) y que lo único que me acarreó fue perder ingentes cantidades de las mismas. Al final, dado que solo había uno que jugaba bien (era un tío escuchimizado que nos ganaba siempre las canicas a todos), decidimos dar de leches al canijo, quitarle nuestras canicas y jugar a juegos más movidos...
En el mismo plano estaban las chapas. Pobre Emilio, el del bar, le teníamos frito pidiéndole siempre chapas. De hecho llegamos a ofrecernos para enseñarle a abrir las botellas sin doblar las chapas, aunque por la cara que puso cuando se lo dijimos, pareció no hacerle demasiada gracia aquél inocente comentario. Mis chapas favoritas eran las de Bitter Kas, eran más pequeñas y rápidas que el resto (las llamábamos alevines) y eran geniales para las carreras de chapas aunque también servían para los partidos de “fútbol-chapa”, eran delanteros natos…
Durante un tiempo también estuvimos dedicados a la peonza y al yo-yo, pero en nuestro barrio salvo alguna excepción (el canijo escuchimizado de nuevo), no tuvieron demasiado éxito y es que eso de la destreza no iba mucho con nosotros que nos decantábamos sin duda por juegos mucho más rudos, jajajajaja.
Cuando teníamos la fortuna de conseguir chicas para jugar (cosa que ocurría de pascuas a ramos, siempre estaban jugando a la goma o a dolla), solíamos jugar a juegos de equipo con ellas. Los que más nos gustaban eran el rescate (el clásico juego de coger a todos los componentes del otro equipo), el pañuelo, el escondite y el “balón prisionero”. El rescate era el mejor con diferencia. Eso de correr tras las chicas era tan fácil... apenas corrían. Y luego estaba lo de cogerlas, nos hemos ganado cada torta… a veces con razón y otras veces sin ella. La cuestión es que uno corre tratando de coger a alguien y claro, en muchas ocasiones no se coge del sitio más adecuado (o sí, según se quiera ver) y pasaba lo que tenía que pasar: ¡Zas, hostión! Ese sí que era un juego de riesgo, terminábamos con más arañazos y moratones que con todo el resto de los juegos juntos. Y a eso hay que añadir las rencillas que se producían dentro de un mismo equipo, si había alguna chica que se “dejaba” un poco más, todos a por la misma… Y ya sabéis lo que es la competencia, generalmente la cosa terminaba en auténticas peleas campales que para sí hubiera querido el National Geographic, máxime cuando esa chica que se "dejaba" era la novia o hermana de alguien. He de admitir que yo nunca cogí de lugares inapropiados a nadie, era demasiado tímido y respetuoso como para hacerlo; y si bien es cierto que no tuve nunca esa satisfacción también es cierto que nunca me fui a casa con un ojo hinchado, vaya lo uno por lo otro…
Y por último, tras los juegos de riesgo y los de equipo, entramos en los "juegos-herramienta", que se caracterizan porque para participar de los mismos era necesario que nuestro padre tuviese una buena caja de herramientas y que además ésta, no estuviese cerrada con llave. Por la complicación en su fabricación destacaba el monopatín, que estaba contruido a partir de un palo de escoba redondo, una tabla de madera lo suficientemente grande como para que pudiésemos sentarnos sobre ella, tres rodamientos y tres tacos de madera. Éramos genios haciéndolos. La parte negativa es que los rodamientos, que era lo que se utilizaba como ruedas, eran caros y duraban poco... eso sí, mientras duraban era una gozada. También cabe mencionar aquí los pimball artesanales. Una madera, un taco de madera, clavos, dos pinzas de la ropa y un montón de bolas, y nos hacíamos unos pimball que ríete tú de los de ahora. Ya en el apartado de armas de combate cabe citar los nunchakus, un palo de escoba de nuevo, una sierra, dos alcayatas y una cadena corta, y voilà, el arma de combate definitiva. También nos atrevimos con las ballestas de goma, menudas gomazos nos metíamos con ellas. Dentro de este género de armas arrojadizas destacan la guerra de cerbatanas (el consabido tubo del bolígrafo Bic con su correspondiente munición arrocera) y la guerra de pelotillas (una goma y billetes de metro para hacer las pelotillas). Menudos cardenales que llegamos a hacernos…
He querido reservarme para el final el mejor juego de todos: “el juego del guardia jurado cabreado”. Como os comenté al principio nuestro barrio estaba lleno de jardines y los jardines llenos de un césped radiante deseoso de ser pisado. Así las cosas, si tenemos un césped radiante y deseoso, un guardia jurado con porra y gorra, un montón de carteles de prohibido pisar el césped y ganas de jugar, ¿qué podíamos hacer? Exacto, pisotear el césped hasta que el guardia jurado nos veía y se lanzaba hacia nosotros con la porra en la mano. Era como la vida, o corrías más o estabas vendido. Lo que corría aquel hombre, menuda forma física que tenía, seguro que habrá vivido cien años gracias a nosotros. Puede presumir sin ningún tipo de rubor, de haber corrido muchas veces delante de un guardia, jajajajaja. ¡Qué lástima que ya no queden guardias jurados con porra y con gorra! ¡Sería genial volver a hacerlo…!

Y la próxima semana más y mejor. Un abrazo a todos, juguetones míos.

lunes, 17 de mayo de 2010

Las diferencias ¿insalvables?


Cuenta una antigua leyenda hindú que existía un Dios que se sentía solo y tal era su deseo por sentirse acompañado que decidió crear unos seres que le hiciesen compañía. Todo pareció ir bien hasta que cierto día, no se sabe muy bien cómo, estos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Dios y se fundieron con él.
Dios se quedó triste, estaba nuevamente solo. Reflexionó y pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la llave de la felicidad también, encontrar el camino hacia él y volver a quedarse solo de nuevo.
Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no diese con ella. Tenía, desde luego, que esconderla en un lugar recóndito y apartado, un lugar donde el hombre no pudiese hallarla.
Primero pensó en ocultarla en el fondo del mar pero al final desistió, seguro que el hombre inventaría un aparato que le permitiese llegar hasta el fondo del mar y dar de ese modo con la llave. A continuación tanteó la posibilidad de esconderla en alguna caverna de la montaña más alta, pero también desechó la idea, seguro que el hombre escalaría todas las montañas del planeta y al final daría también con ella. Pensó también ocultar la llave bajo tierra, pero al final concluyó que el hombre horadaría la Tierra y que al fin, terminaría encontrándola. A continuación tanteó ocultarla en un planeta lejano pero también descartó la idea, seguro que el hombre inventaría un ingenio espacial que le permitiría explorar el Cosmos hasta dar finalmente con ella.
Por más que pensaba no se sentía satisfecho con ninguno de los lugares que se le ocurrían, y así pasó toda la noche en vela, preguntándose cuál sería el lugar seguro para ocultar la llave de la felicidad. ¿Dónde ocultarla…? -continuaba preguntándose al amanecer-. Y cuando el sol comenzaba a disipar la bruma matutina, al Dios se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el hombre no buscaría la llave de la felicidad: la colocaría en el interior de cada uno de ellos, justo en el centro de su corazón…

Me pareció un cuento precioso la primera vez que lo oí y me sigue pareciendo un cuento precioso hoy, muchos años después. Os he querido contar este cuento porque este fin de semana ha sido un poco triste, una pareja de conocidos, de esas que parecían estar hechas el uno para el otro y ser para toda la vida, se han separado. Sí, es cierto, nada fuera de lo habitual, estas cosas pasan todos los días, pero es que de verdad, parecían la pareja perfecta, tenían tantas cosas en común…
De verdad, no entiendo por qué pasan estas cosas, es algo ilógico. Entiendo que las relaciones de pareja no son un cuento de hadas y sé que no existen los príncipes azules, es más, de hecho existen muchas más ranas/sapos que príncipes/princesas. También entiendo que las personas, los intereses y las circunstancias cambian; y que lo que ayer nos parecía blanco mañana nos pueda parecer negro. Entiendo todas esas cosas. Pero hay algo que me supera, no entiendo por qué nos empecinamos en ver lo que nos separa en vez de hacer lo más fácil: ver lo que nos une, que es mucho más. ¿Cuándo seremos capaces de comprender y disfrutar nuestras igualdades en vez de amargarnos y regocijarnos en nuestras diferencias…?
Sí, es cierto, en muchas ocasiones los intereses de los individuos que conforman la pareja son diferentes, las circunstancias son adversas o lo más sencillo: el amor se acaba. Pero también es cierto que en otros muchos casos no y es en estos casos, donde la pena se conjuga con la frustración. ¿Pero no se dan cuenta? ¿Si se quieren y quieren lo mismo? ¿Por qué se empeñan en ver las escasas cosas que les separan y no la enorme cantidad de cosas que les unen? ¿Por qué no siguen cuidando las cosas que cuidaban hasta hacía poco…?
Una vez me dijeron que hay ocasiones en las que el amor solo no basta, no dije nada pero lo cierto es que nunca lo entendí muy bien, porque para mí es justamente lo contrario: amar es lo que da sentido a todo. Lo que sucede es que esto no es magia, el amor no florece solo; el amor hay que cuidarlo día a día, no hay más misterios.
No negaré que siempre he tenido una suerte descomunal, lo reconozco; todas mis parejas han sido seres humanos excepcionales y quizás por eso, consciente del milagro que ello suponía, he tratado de cuidar la relación todo cuanto he podido (aunque en ocasiones no haya sabido hacerlo, que esa es otra). De cualquier manera, siempre me he dado cuenta de mi fortuna y a modo de letanía me he repetido: “¡Joer, qué suertudo soy! De entre todos los millones de personas que pueblan la Tierra he tenido la inmensa suerte de que Menganita se haya fijado en mi y que me quiera. Lo único que puedo hacer es ser feliz, disfrutarlo y cuidar mi suerte para que no cambie. He de cuidar a Menganita, cuidarla mucho, cuidarla para que me siga queriendo, cuidándola para que nunca se arrepienta de haberme elegido a mi…”
Y es esas estoy. Teniendo tantas cosas por las que sentirme feliz, ¿merecería la pena ser infeliz por aquellas otras que no me hacen sentirme bien? Creo que no, no compensa en absoluto. Decía un viejo proverbio que si la suerte está a favor, ¿por qué correr? Y si está en contra ¿por qué precipitarse? En definitiva, que es saludable pararse un momento y pensar en lo que tenemos (a veces se nos olvida), siempre habrá algo por lo que sentirnos bien, disfrutémoslo. Y una vez en ese punto, intentemos mejorar aquellas cosas que nos hacen infelices, esforcémonos, siempre compensa. Los milagros no ocurren todos los días y la suerte no dura eternamente. En las ocasiones en las que ocurre es bueno disfrutarlo.
Hoy soy feliz, vivo el momento, mañana ya veremos…

Hasta la semana que viene.

lunes, 10 de mayo de 2010

Ozú, ezo mardito roedore…


He de admitir que siempre he sentido cierta debilidad por los ratones, me resulta un animal absolutamente entrañable. En realidad es de esa clase de animales que aunque uno no quiera compartir el piso con ellos, suelen caer bien a casi todo el mundo.
Obvia decir que en cuestión de gustos no hay nada escrito, es más, de hecho tengo un conocido que siente una pasión exagerada por los “bichos bola”. Valga este ejemplo para darse cuenta de lo diferentes que podemos llegar a ser; porque decidme, ¿qué puede haber de interesante en un bicho bola? Es cierto que mis conocimientos sobre el mundo de las cochinillas es bastante deficiente, sé que son partidarios de las zonas húmedas y oscuras, que tienen un exoesqueleto y que cuando se sienten amenazados se enrollan sobre sí mismos, de ahí lo de “bicho bola”, jajajaja. Con semejantes capacidades no resulta extraño que no se hayan realizado demasiados documentales sobre él, ¿qué durarían? ¿dos minutos…? Imaginaos el documental: “Hoy nuestro documental va a tratar sobre ese compañero cercano que es el bicho bola. Nos encontramos en su hábitat, un jardín húmedo y con abundante sombra, y nos dirigimos hacia las dos piedras que se encuentran al fondo, junto al árbol. Levantamos con cautela una de las piedras y allí están, dos hermosos ejemplares adultos de bicho bola. A continuación podrán observar algo nunca se ha visto antes en televisión, vamos a acercar un dedo hacia el ejemplar más corpulento… Atención, estamos cerca… y ahí está, acaba de enrollarse, acaba de convertirse en bicho bola. Y bien, con esta primicia damos por finalizado este apasionante documental.” Como veis no hay mucho margen para realizar un documental muy "extenso".
Otros animales que también ocupan los primeros puestos en el ranking de “miraquémono” es justamente el mono. Recuerdo que de pequeño, cuando mis padres me llevaban a visitar el zoo, mi único interés radicaba en llegar al sitio de los monos lo antes posible, instalarme allí y no moverme hasta que tuviésemos que regresar a casa. Aquello era genial, podía pasarme horas embobado mirándolos, era una gozada observar como cada uno iba a su rollo haciendo lo que les venía en gana: jugar, comer, despiojarse, pelearse, columpiarse, encaramarse a una rama… era un micro mundo. Tras lo que se me antojaban apenas unos instantes tocaba ir a ver al resto de los animales, la parte pesada de ir al zoo. El suplicio implicaba andar y andar ante un montón de jaulas aparentemente vacías o ver al animal de turno descansar inmóvil en un rincón escondido de la misma, ya me contareis qué interés puede tener eso para un mocoso.
Otro animal con el que me quedaba embelesado ante la tele, era el pingüino. ¿A quién no le caen bien los pingüinos? Era mi favorito, solo verles andar ya era un espectáculo en sí mismo. Tan estirados, contoneándose, con sus pequeños pasitos a lo “Charlot”. De hecho, tengo el esbozo de un cuento cuyo protagonista es, cómo no, un pingüino (sé que es poco original pero es mi esbozo, ¿qué os puedo decir? Jajajajaja!); sólo me hace falta un patrocinador que pague la hipoteca para poder dedicar tiempo al mismo, así que si algún patrocinador me lee, ya sabe...

Volviendo a los ratones, que era el tema que nos ocupaba, quisiera destacar las cualidades que convierten al ratón en uno de los animales favoritos de todo el mundo, excepto para el sociópata ese de la flauta, ese que vivía en Hamelín...
El ratón es un animal divertido, no como el bicho bola que tanto le gusta a mi conocido. Todo en él resulta divertido, cómo come, cómo anda, cómo se frota las manitas ante el hociquillo, cómo se pone en pie y  estira el cuello para observar el entorno… ¿Y sus ojos? ¿Qué me decís de esos vivarachos ojos redondos y negros? Pero es que además de divertido es un animal tremendamente sociable, es despierto y es inteligente (de hecho, os sorprendería saber que se han hecho estudios que demuestran que muchos ratones han demostrado poseer un coeficiente intelectual muy superior al de muchos políticos de nuestro entorno cercano y no digamos al de algunos empleados de las SGAE). Particularmente, de creer en la reencarnación yo me pediría sin duda reencarnarme en Stuart Little.
¿Y los cuentos? La de cuentos y pelis que giran en torno a tan particular roedor. Y no hablemos de ratoncitos ilustres, ¿quién no ha querido que el ratoncito Pérez se hubiese quedado a vivir con él para siempre? Era mi favorito justo por detrás de los Reyes Magos. De hecho, he de confesar que en alguna ocasión forcé la caída de algún diente, no quería dar ocasión a tragármelo o perderlo, cosa que ya me había pasado en un par de ocasiones, una vez me lo tragué al recibir un balonazo y otra me ocurrió comiendo pollo, en ambas me llevé un disgusto enorme, era una faena quedarse sin regalo.
Lo que nunca llegué a entender era para qué narices querría el ratoncito Pérez tal cantidad de dientes. Pensé muchas cosas, desde que podía quererlos para construirse un castillo enorme con tropecientos baños (muy al estilo Boyer) hasta que tal vez era un adicto al calcio… qué sé yo, adicciones más raras se han visto. Fuere como fuese, el caso es que guardaba mis dientes como oro en paño, los colocaba con ilusión bajo la almohada y al día siguiente siempre encontraba mi regalo. ¡Qué tío el ratoncito Pérez…!
Otro de mis ratones favoritos era Jerry, el eterno compañero de Tom, el gato al que siempre engañaba y al que le hacía mil perrerías (¿por qué no se dirá “gaterías”, al fin y al cabo se trata de un gato?). Ya en plan superhéroe estaba también Super Ratón, un poco pesado con aquello de “no oviden vitaminarse y mineralizarse”. De cualquier manera yo prefería los ratones de infantería, nada de ratones voladores con superpoderes. También recuerdo con enorme cariño a otra pareja de encantadores roedores, Pixie y Dixie, cuya única diversión era no parar de incordiar al pobre gato Jinks, que hizo célebre aquello de “ezo mardito roedore”.
Y luego entramos ya de lleno en las películas. ¿Cómo olvidar a nuestro amigo Stuart Little? Hubiese dado mi colección de cromos por habérmelo podido llevar a vivir conmigo una temporada, lo que habría molado enseñárselo a los amigos.
¿Y qué me decís del valiente Despereaux? Personaje valeroso y bravo donde los haya, aunque eso sí, con un puntito de excentricidad, ¡mira que preferir leer libros a comérselos…! También destaca Fievel, el aventurero incansable siempre dispuesto a echar una mano o presto a descubrir un Nuevo Mundo. Otro que no quiero olvidar es Remy, el ratón de Ratatouille que quería ser chef, ¡qué bien que me vendría en casa uno! ¡Con lo poco que me gusta cocinar!
Uno de los escasos ejemplos de personajes grimosos que no me llevaría a casa por nada del mundo, es la cursi y repelente Ratita Presumida. Una histérica que solo pensaba en estar todo el día limpiando y que a lo único que aspiraba era a barrer su casita, cantar canciones de Bisbal y por la noche dormir y callar. La verdad, no me extraña que le costase un montón encontrar pretendiente… ¡Vaya tía rollo!
Hablando de sosos, también me acuerdo de Los Rescatadores, que era algo así como el Equipo A pero en ratones, espero que no se ofendan los seguidores del Equipo A (espero que al conocido del bicho bola no le guste también el Equipo A, porque era ya lo que le faltaba).
Otro que me resultaba tonto de capirote era el insoportable Mickey Mouse, estoy seguro que fue un personaje creado a mala leche. La historia arranca en 1928, momento en el que Disney perdió los derechos de Oswald, el conejo afortunado, y por tanto en pleno cabreo creó un personaje que lo sustituyese: Mickey Mouse. Según su propia descripción, su cabeza era un círculo con otro círculo a modo de hocico; su cuerpo era como una pera y tenía una cola larga; sus patas eran tubos y se las metieron en zapatos grandes para darle el aspecto de un chiquillo con el calzado de su padre. Y lo peor no es que sea tonto del culo, lo peor es la voz… ¡Por Dios! ¡Esa repelente voz! Desconozco la voz original que tiene el personaje, pero desde luego la del doblaje al español es de lo más grimoso que cabe oír… ¡Cómo odio a Mickey Mouse! Imagino que no es necesario comentar que albergo sentimientos similares para su compañera, la inefable Minnie.
El que sí molaba era Speedy González, el raton más rápido de todo México. Me fascinaba que el tío siempre fuese corriendo de un lado para otro, qué estrés. ¡Quién me iba a decir a mí que años después mi pareja iba a ser algo parecido a Speedy González…! Lo digo en el buen sentido del personaje: lista, eficiente y rápida, muy rápida, jajajajaja.
Otros ratones que me vienen a la cabeza era el ratón Timoteo, el que sale en la película de Dumbo; Pond, el amigo de D’ Artacan; Tico, el inseparable amigo de Willy Fog y, tantos y tantos otros: Rhino, Hubie, Bertie, Blabber, Ignacio, Sensei, etc.

En definitiva, que se trataba de dar un homenaje a tan ilustre y simpático amigo, que ha conseguido ser compañero de aventuras e ilusiones cuando más lo necesitábamos, cuando eramos tiernos infantes y el mundo era un mundo genial en el que cualquier cosa era posible, incluso que los ratones hablasen…

Hasta la semana que viene.

lunes, 3 de mayo de 2010

Las rupturas


Habida cuenta que estamos en el mes de las flores he decidido hablar de las rupturas. Como imagino que alguno os habréis quedado un tanto confusos con la lógica que une el mes de las flores con las rupturas, os lo explicaré brevemente. Estaréis de acuerdo en que las flores tienen un cierto componente estético tendente a humanizar y alegrar nuestro entorno, y que en muchas ocasiones son utilizadas con fines sociales (cumpleaños, bodas, ascensos, competiciones...). ¿Quién no ha regalado flores alguna vez? De hecho, es una de las armas de seducción más utilizadas. Y vistas así las cosas, si utilizamos flores para seducir ¿por qué no utilizarlas para lo contrario? ¿No sería mucho mejor una ruptura con flores? En el caso de que tuviese que pasar por una ruptura preferiría mil veces que me regalasen unas flores a que me tirasen el contenedor de las mismas: el jarrón. Es más, en el caso en que me tuviesen que lanzar algo forzosamente, seguiría prefiriendo que me tirasen las flores antes que el jarrón, cuanto menos son más blandas y huelen mejor…
Una vez aclarada la dinámica que me ha llevado a relacionar las flores con las rupturas, pasaré a ahondar en el tema. Por regla general las rupturas pueden discurrir de dos maneras:
  • De mutuo acuerdo: son muy poco habituales por lo que no hablaré de ellas.
  • Por imposición de una de las partes: las que ocurren en el 99% de los casos.
Vamos a partir de una premisa, tomar la decisión de finalizar una relación es complejo, pero llevarla a la práctica es complicadísimo. Los motivos que nos han llevado a tomar la decisión parecen diluirse en ese momento y al final, lo que queda, es que nos convertimos en una especie de canalla sin escrúpulos… Yo sin duda, en estos casos prefiero el papel de “víctima” que el de “verdugo” y por suerte, tan solo he sido el “rompiente” en una ocasión y creedme, no me gustaría repetir por nada del mundo.
Imaginaos, uno llega a casa y le está esperando su pareja con una maleta. Así, de primeras, pasamos por unos segundos de conmoción en los que ingenuamente preguntamos: “¿Nos vamos de viaje?” “No, es que me marcho, lo nuestro se acabó. No aguantó a tu madre y no te aguanto a ti. Adiós”. Y plofff, se cierra la puerta. Tras el portazo podemos hacer dos cosas:
  • Pegar saltos, agitar los brazos de júbilo y descorchar una botella de cava que guardábamos en la nevera para ocasiones especiales… al fin se ha ido la pedorra esa. 
  • Ponernos a llorar como magdalenas y descorchar una botella de vino para olvidar nuestra enorme pena… ¿cómo ha podido hacerme algo así la pedorra esa?
Como veis, en ambos casos hay dos constantes: que era una pedorra (siempre es así) y que engullimos alcohol como bestias. Pero en ambos casos la cuestión ha sido fácil, llegábamos a casa después de trabajar y nos hemos encontrado con una situación que no estaba bajo nuestro control. ¿Qué nos queda? Nos queda asumir y acabar la botella con la esperanza de que aún nos quede otra más. Luego a la cama y mañana será otro día. Es genial, no hemos tenido que esforzarnos en lo más mínimo, no tenemos ninguna sensación de que somos lo peor de lo peor; todo lo contrario, el victimismo es descansado, lloramos, asumimos y a superar… ¡ya está! ¡Es fácil!
Ahora pensemos el caso contrario, llevamos mucho tiempo madurando que algo no va bien, que la cosa no funciona pero… Siempre hay un “pero” para postergar el momento y ¿por qué? Pues porque es difícil y porque siempre hay un buen motivo para retrasarlo que no nos resulta grato. Y así lo vamos rumiando un día y otro, y otro, y otro, y al final ¿a qué nos lleva esto? Fácil, a estarlo pasando mal durante un montón de tiempo. Y esto tampoco es sencillo porque mientras, nuestra pareja, parece seguir disfrutando de la relación como siempre. Y al final llega el momento de la verdad, hacemos la maleta y nos plantamos a esperar en la puerta. ¡Cuántas cosas se te pasan por la cabeza en esos momentos! Te replanteas todo de nuevo, te arrepientes, no te arrepientes… indecisión y angustia, y ¿por qué? Pues por lo que he apuntado al principio, romper es chungo, muy chungo. Y cuando al fin tenemos a nuestra pareja a punto de convertirse en "ex"  delante,se nos olvida todo lo que hemos preparado y nos toca improvisar. Estamos nerviosos, sudamos, se nos va la cabeza a mil cosas, el tiempo se detiene, los segundos se hacen eternos… y ya sabéis lo que sucede cuando improvisamos, que tristemente recurrimos a los mismos tópicos y a las mismas frases que ha venido utilizando la humanidad hasta la fecha, y eso es penoso, muy penoso. Y al final oímos un “plofff” al cerrar la puerta tras nosotros y ese "plofff" no significa únicamente que se ha cerrado una puerta, ese "plofff" implica que hemos "cerrado" todas las cosas que hasta ese momento habíamos compartido y eso nos hace sentirnos fatal... No es agradable hacer daño a quien queremos, o al menos a quien hemos querido mucho, a alguien que no se merecía pasar por esto… nos sentimos como gusanos abyectos. Y la cosa no se acaba con ese "plofff", la cosa dura mucho tiempo y lo único que deseamos es no volver a pasar por ello nunca más, que en la próxima representación nos toque el otro papel, el papel fácil, el de “dejado”…
Yo he tenido la enorme fortuna de que sólo he tenido que pasar una vez por eso y sinceramente, han pasado muchos años y aún me siento un poco canalla por ello…
Eso sí, como todas las cosas malas de la vida, al final la parte negativa se olvida y lo que nos queda es la parte buena, en este caso la divertida. ¿Y qué es lo divertido de esto? Las frases; las frases siempre es lo mejor. Es que no hay por dónde cogerlas de tópicas que son, de hecho algunas son de juzgado de guardia. Observad que perlas:

- No es por ti es por mí. Vamos, que cuando nos dejan nos están haciendo un favor de la leche. ¡Hay que tener cara…!
- Te mereces algo mejor. ¡Qué majos que son! Fíjate si es buena persona que nos está dejando para darnos la oportunidad de que seamos unos tipos felices… ¡Qué detalle!
- Lo mejor es dejarlo para no hacerte daño. ¡Joer! ¡¿Y qué te crees que me estás haciendo?! Es justamente que me dejes lo que me hace daño, monín…
- Yo te quiero, pero de otra manera. Pues ya me dirás, porque por la “siesta” del otro día no veo yo cuál es…
- Todo tiene un principio y un final. De las peores, resulta que además de un cretino sin sentimientos, encima es filósofo… Pues no, lo que es un tarado.
- Seguramente me equivoco pero es algo que debo hacer. ¡Vaya, me he debido perder algo! ¿Dónde pone eso de que debes hacerlo…?
- Creo que te conozco lo suficiente como para saber que no soy lo que buscas. Pues gracias por conocerme mejor que yo, mira qué tonto que soy que ni siquiera sé lo que quiero. Tantos años equivocado, mira tú…
- Seguro que te irá mucho mejor sin mí. Mira, esta sí que es verdad, a esta no le voy a poner pegas.
- Mejor que lo dejemos ahora que aún estamos a tiempo. Dentro de un año sería peor. Seguro que sí, porque el transporte y el alquiler seguro que han subido y ya sabéis que el tema de la inflación siempre va a peor. ¡Economistas…!
- Respira tranquilo, esto me duele más a mí que a ti. Esta consuela un montón porque claro, pobrecito, si lo debe estar pasando fatal. Típica de egocéntricos…
- Tú necesitas a alguien que te quiera de verdad. Eso sí, porque como de con otro que me quiera como tú, apañado voy…
- Tengo la sensación de que nos estamos alejando. ¡Ah! ¿Y para acercarnos cortas conmigo, verdad? Es que mira que es tonta esta frase, de verdad.
- Creo que no estoy preparado para llevar una relación. Pues ya lo podías haber pensado un poquito antes, que llevamos cinco años, tarado…
- Es que no tenemos la misma escala de valores. Debe ser así porque a mí, particularmente, a los mierdillas como tú no suelo valorarlos mucho…
- No quiero cerrar ninguna puerta, quizás en el futuro... ¡Joeerrrrrr! ¡Más morro no se puede tener! Quizás, cuando se harte de darse buena vida por ahí…
- Realmente me gustas mucho, pero estoy confundido. Mira, otro Dinio, otro a la que la noche le confunde…
- Hemos entrado en un círculo vicioso y necesito escapar. No, si escapar sí que lo estás haciendo, y en línea recta además…
- Será mejor que nos demos unos meses para respirar. ¡Pobre! Mira que estar sin respirar tanto tiempo. La réplica lógica a esto sería un ¿y por qué no nos vamos un fin de semana a la Sierra, que ya verás lo bien que se “respira” allí…?
- Nos hemos conocido en un periodo muy complicado de mi vida... Pues gracias a Dios, pensé que eras rarito porque sí…
- Ganaremos los dos. No me veo en el futuro contigo. Esta es genial porque nos hace sentirnos estupendamente… Sin más comentarios.
- La culpa no es de nadie, las cosas duran lo que duran. No, si eso es verdad. Pero este tío ¿de qué planeta se ha caído? Solo le falta decir que mañana volverá a salir de nuevo el sol… Pues cómprate unas Duracell.
- Una cosa está clara, no es culpa tuya, el problema soy yo. Pues pégate un tiro colega, a mí qué me cuentas…
- Ahora es diferente, ya no hay chispa entre nosotros. Y este tío, ¿qué es? ¿pirómano…?
- Necesito a alguien más maduro a mi lado. Corta con nosotros y encima nos insulta… ¡Menuda joya!
- Necesito vivir nuevas experiencias y conocer a otras personas. Vamos que lo que necesita es desfogarse y echar unos cuantos polvos por ahí, que nosotros somos unos mantas en la cama…
- Necesito un tiempo para reflexionar. Pues vaya, tómatelo antes de cortar y cuando cortes conmigo que al menos tenga la sensación de que lo has meditado un poco, tarado…
- Ya te avisé de que soy un espíritu libre. Lo mismo que la anterior, que nos quería de polvete y poco más… eso sí, el que avisa no es traidor, es avisador.
- Creo que nuestra relación ha caído en la monotonía, ya no es como al principio. ¿Y la gente así qué hace en la vida? ¿Ver películas de Walt Disney? Es increíble que aún haya gente que crea que las relaciones son como el cuento de La Cenicienta…
- Eres maravilloso, sensible, simpático, gracioso, tienes conversación... pero necesito algo más en mi vida. Lo que digo siempre: de taraditos está el mundo lleno…
- No he estado con ningún chico mejor que tú, pero no eres lo que yo quiero. Pues nada, suerte, que seguro que lo tienes fácil, porque con la cantidad de capullos que hay por doquier no creo que tengas dificultad alguna en encontrar algo peor…
- El sexo no es lo más importante. Bueno, al menos nos queda el pundonor de que éramos bastante mejor que él en la cama…
- Seguro que dentro de unos meses me estaré tirando de los pelos, pero creo que lo mejor es dejarlo. Pero, ¿de qué pelos? Si ya estás casi calvo…
- Lo siento mucho, pero somos muy diferentes. Sí, monín, ahí está la gracia, ¿todavía no te habías dado cuenta? Yo soy una mujer, tú eres un hombre…
- Siempre podremos seguir compartiendo las mismas cosas. Después de esta frasecita lo suyo es pedir que nos explique qué cosas son esas… ¿el coche? ¿el piso? ¿el ordenador? ¿los yogures…?
- Ahora creo que es hora de que empiece a pensar un poco en mí. Perdona, me he perdido. ¿Y no es eso lo que has estado haciendo durante toda tu vida…?
- No estoy preparado para algo serio. Pues lo podías haber pensado un poco antes y me lo podías haber dicho cuando te regalé el iPod, tío morro…
- Eres demasiado perfecto, no te encuentro ningún fallo, y eso me asusta. Jajajajajajajaja, es buenísima, sospecha que somos un cyborg, jajajajajajaja.
- Las personas cambiamos... ¡Ahhhhhhhhhhhhhh! ¡De qué? ¿de pareja…?
- Necesito un cambio en mi vida. Pues cómprate una cabra, mira George Clooney que se compró un gorrino...
- Las cosas están yendo demasiado deprisa... Pu - es - lo - si -en – to. ¿Lo he dicho lo suficientemente despacio…? Pobre, teníamos que habérselo explicado con dibujitos que siempre se entiende mejor.
- Es que eres demasiado bueno conmigo. Pues nada, suéltale un par de leches y tírale del pelo, a ver si siendo malos cambia de opinión…
- No podemos seguir engañándonos de esta manera. ¡Ah! ¿Pero nos engañábamos? No lo sabía...y encima nos llaman mentiroso.
- Sé que ahora te duele, pero en el futuro me lo agradecerás. Falta por añadir, mándame unas flores si eso…
- Lo nuestro está en punto muerto. Y claro, la culpa debe ser nuestra… Además, ¿qué es? ¿profesor de autoescuela?
- Yo no sé querer por dos personas. ¿Einhhh…?
- Sabes que lo nuestro es imposible. Claro, yo me llamo Romeo, tú te llamas Julieta…
- Somos dos polos opuestos, lo nuestro no nos lleva a ninguna parte. ¿Pero no habíamos quedado que polos opuestos se atraen…?
- Creo que es hora de que nuestros caminos se separen. Sí, ya veo, es justamente lo que estás haciendo…
- No te preocupes, siempre podremos seguir siendo amigos. Esta la he empleado yo, lo juro. Pero era verdad, la intención era lo que contaba…
- La verdad, siempre te vi como una amiga. Dan ganas de decir, perdona bonito pero ¿tú te cepillas a todas tus amigas…?
- Lo estás dando todo en esta relación, y no es justo contigo. Sí, es lo que se suele hacer en las relaciones, darlo todo. ¡Menudo tarado…!
- Mejor dejemos las cosas así. ¿Cómo? ¿rotas…?
- No te pude llegar a amar como yo quería. ¡Pobrecito! ¡Cuánto lo siento! ¡Perdóname, seguro que es culpa mía, como soy tan tonta…!
- Me vienes muy grande. Y encima nos llama gorda, increíble…
- Tengo miedo. ¡Pues cómprate una linterna, como todo el mundo…!
- Somos muy jóvenes para comprometernos. Vamos, que es un inmaduro total, casi que abrimos ya el cava…
- Me he dado cuenta que siento atracción por las personas de mi mismo sexo. ¡Joeerrr! Esta sí que es fuerte! Casi que ni la comento.
- ¿Hacemos un brake este verano? Así se pone ciego en la playita, ¿no...?
- Me gustan depiladas. Aquí sí, aquí la culpa es nuestra, la verdad…
Y así podría seguir hasta el infinito y más allá, y es que en esto, como en otras tantas cosas, está ya casi todo inventado; de hecho acabo de acordarme de una muy buena: “es que yo ya no silbo…”
En fin, no penséis que estoy rompiendo con vosotros, solo me despido hasta la semana que viene.