lunes, 24 de mayo de 2010

Aquellos juegos olvidados


Lo que hubiera dado cuando era un mico por haber tenido en mis manos una consola de última generación. ¡Menudos torneos de FIFA que podríamos haber jugado! De cualquier manera y con la perspectiva que da el tiempo trascurrido, no cambio ni uno solo de los juegos de antes por los sofisticados y tecnológicos juegos de la actualidad.
Yo, al igual que tantos otros, me crié en un barrio de una gran ciudad, un barrio de clase trabajadora situado en la periferia. Mi barrio era idéntico a otros tantos; era un barrio de pisos pequeños y de tabiques delgados, con una equipación nula, para cualquier cosa había que irse a la Conchinchina; un barrio en el que todos nos conocíamos y en el que todos éramos vecinos, para lo bueno y para lo malo. Dicho así parece muy negativo, pero no lo es, en absoluto, nuestro barrio era el mejor barrio del mundo. En primer lugar estaba en un enclave privilegiado, pegadito a la Casa de Campo, un parque enorme lleno de árboles y ardillas, que se atestaba de gente los domingos. Además, teníamos un montón de jardines y poseíamos dos cosas que convertían a nuestro barrio en un barrio único. Teníamos una casa abandonada muy antigua (fijaos si era antigua, que la denominábamos como “la casa de la Guerra Civil”, ya os hablaré algún día de ella) y lo mejor de todo, un guardia jurado con porra, gorra y mala leche que era el emblema del barrio. Nosotros, más que en casa, podríamos decir que vivíamos en el barrio; merendábamos cada día en una casa (siempre había una madre generosa que nos daba una rebanada de pan con Nocilla) y estábamos en la calle permanentemente, siempre había alguien con el que jugar, charlar o pelearse… ¡era genial!
También es cierto que aquellos tiempos ayudaban, no era fácil que sucediesen las cosas que ocurren hoy en día; eran tiempos en los que los chavalillos podíamos jugar felices y despreocupados sin más temor que el que nos mangasen el balón unos gitanillos, aunque eso sí, les teníamos bastante miedo. ¿Qué más puedo decir? No teníamos Jennis, Vanesas, dinero ni juguetes sofisticados, pero lo compensábamos con una imaginación bárbara que suplía holgadamente todo lo que no teníamos...
Jugábamos prácticamente a cualquier cosa, aunque de poder elegir, cuánto más cafre y bestia fuese el juego, mejor que mejor. Y si en el trascurso del juego alguien se lesionaba, eso era ya la repanocha. Así las cosas no es raro que muchos de los tiernos infantes (de marina) de aquella época podamos presumir de algún que otro recuerdo de guerra. Cuántas rodillas reventadas, piernas peladas y brechas en la cabeza pudimos hacernos… sí, eran tiempos salvajes.
Entre los juegos más bestias que recuerdo estaba el de “lo que hace la madre lo hacen los hijos”, que consistía en que la "madre”, elegida por sorteo, marchaba en la primera posición haciendo “cosas difíciles” tales como saltar entre bancos bastante separados, trepar árboles y descolgarse por las ramas, pasar rodando bajo los camiones aparcados, hacer cabriolas en lo alto de los muros y por supuesto saltar al vacío desde éstos. Los demás seguíamos a la "madre" en fila, tratando de hacer en orden las mismas burradas y temeridades que ésta. La cuestión es que existían dos posibilidades, que nos saliese bien el ejercicio, lo que nos permitiría conservar nuestra posición en la fila, o que nos saliese mal y que terminásemos con nuestros huesos en el suelo. Si el “pequeño accidente” nos permitía seguir, nos colocaríamos en última posición de la fila y continuábamos como si allí no hubiese pasado nada, y de no poder seguir por necesitar algún que otro punto de sutura, quedábamos eliminados de la prueba, claro está. Al final, la “madre”, tarde o temprano sufría también un accidente, lo que conllevaba la pérdida de su estatus de privilegio y pasaba al último lugar de la cola, de manera que el que le precedía recogía el papel de “madre”. Ni que decir tiene que si uno quería conservar el rango, debía ser capaz de superar grandes retos... Llegamos a hacer cosas impensables y  a saltar desde alturas considerables, y lo que resulta increíble es que jamás nos rompimos una pierna ninguno (eso sí, brazos cayeron dos). Aquel juego me hizo comprender la verdad de una de las frases que más me repetían en casa y qué básicamente se podía resumir en un: qué difícil era ser “madre”.
Otro de los juegos de “riesgo” que practicábamos era el de “cinturón” y que consistía en que alguien, generalmente elegido por sorteo (como veis aquella época era muy democrática, todo se elegía por sorteo), escondía un cinturón, siendo tarea de los demás el encontrarlo. La gracia estribaba en que se daban tres o cuatro pistas muy genéricas (no era plan de ser muy claros) y a partir de entonces solo cabía esperar a que alguien diese con él. Como es lógico las pistas apuntaban siempre hacia una zona determinada y claro, eso implicaba que todos los que jugábamos terminásemos buscando el cinturón apiñados en el mismo sitio. La tensión era enorme porque en el momento que el afortunado “hallador” daba con el cinturón, empezaba a repartir cinturonazos a diestro y siniestro hasta que todos alcanzaban el punto de encuentro. Una buena táctica era encontrar el cinturón e ir corriendo hacia ese punto, de manera que todo el que quisiese entrar en “casa”, que era así como denominábamos esa zona segura, debía pasar por ese punto y llevarse el doloroso cinturonazo. No creáis, que cuando te enganchaban bien la cosa dolía… Por cierto, hubo gente que encontraba el cinturón, se lo metía bajo la camisa y se alejaba disimulando hacia la zona segura. Una vez allí, se apostaba en la entrada, sacaba el cinturón y al grito de "os vais a cagar" daba inicio a la masacre... Sí, había gente muy canalla, jajajajaja.
Otra animalada de juego era el que llamábamos “el pasillo”. A este juego jugábamos generalmente en el recreo y consistía en que se hacía un pasillo formado por dos filas de niños psicópatas (que dan más miedo que los adultos), de manera que el que la “apochaba”, que es como definíamos al que la ligaba, debía atravesar el pasillo de un extremo a otro intentando en el recorrido ver claramente a alguien golpearle. Para los que no lo habéis vivido imaginaos la siguiente situación. Entramos en un pasillo muy estrecho y todo lo que vemos son manos inmóviles rodeándonos por todas partes, miremos donde miremos solo vemos manos. No vemos nada, apenas hay espacio, solo estamos nosotros y las manos. Movemos espasmódicamente la cabeza intentando alcanzar ver alguna mano golpearnos, pero es difícil, máxime cuando no paramos de sentir unos collejones enormes en la nuca. La dinámica es siempre la misma: manos inmóviles ante nuestros ojos y golpes, pescozones y golpetazos en la cabeza (ahí no valía decir eso de que en la cabeza no, que estábamos estudiando). Creedme, era difícil pillar a alguien porque todos éramos muy buenos jugando a eso; si eras malo, por la cuenta que te traía no jugabas… En definitiva, acabábamos con el cuello bastante mal y más en una ocasión alguno terminó con un ojo hinchado (era lo que tenía girarse bruscamente cuando alguien había ya lanzado el golpe).
Otro juego era el de "churro". Se formaban dos equipos de 4 ó 5 personas y por sorteo (cómo no), se decidía quienes la apochaban. El que perdía se colocaba de la siguiente manera: el más delgado se ponía de pie, como poste. A continuación se colocaba el segundo, doblada la cintura e introducía su cabeza entre las piernas del que servía de "poste”, y así uno tras otro, hasta formar una fila. Una vez colocados el equipo contrario tomaba carrerilla y saltaba todo lo que podía, aterrizando sobre las espaldas de los sufridos receptores. La idea era hacer caer al suelo a los que aguantaban los culazos y de ser así, se volvía a empezar. En los casos en los que los riñones y las fuerzas aguantaban, el primero que había saltado decía la famosa frase de “¿churro, media manga o manga entera?” al tiempo que enseñaba al “poste” la opción escogida. Si el equipo que la ligaba acertaba la opción elegida, el equipo saltador pasaba a sustituirle de manera que las tornas cambiaban, de no ser así, vuelta a empezar de nuevo. Era un juego bestia en el que no había lugar para la compasión, se intentaba caer sobre el eslabón más débil del equipo contrario, es decir, sobre el más flojucho, a fin de reventarle y que se cayese al suelo. He de confesar que estoy seguro que muchos de los problemas de espalda que arrastro ahora debieron empezar a fraguarse en aquella época…
Dejando un poco de lado los “cafre-juegos” cabe decir que también nos dedicábamos a juegos más tradicionales. Uno de los que más recuerdo era el "fútbol-barrio". Cualquier parecido con el fútbol real era mera coincidencia, aquello era demencial. Jugábamos en un patatal en cuesta, repleto de árboles y socavones, que prácticamente imposibilitaba dar una patada al balón sin que un árbol, un banco, un viejo o un socavón no aportaran también su pequeña contribución al juego. Goles no metíamos muchos pero eso sí, repartíamos patadas a diestro y siniestro. Hubo ocasiones en las que di más patadas a espinillas que al balón, de hecho nos pasábamos el partido tirando faltas. Y qué leches nos metíamos contra los árboles, te emocionabas, te descuidabas y ¡zas! ¡De lleno contra el árbol! Qué lejos quedaban todavía los galácticos y las ligas de las estrellas, y qué cerca aquél dentista que se forró a costa nuestra…
Cuando estábamos más sosegados jugábamos a las canicas, noble afición que nunca me gustó demasiado (era demasiado malo) y que lo único que me acarreó fue perder ingentes cantidades de las mismas. Al final, dado que solo había uno que jugaba bien (era un tío escuchimizado que nos ganaba siempre las canicas a todos), decidimos dar de leches al canijo, quitarle nuestras canicas y jugar a juegos más movidos...
En el mismo plano estaban las chapas. Pobre Emilio, el del bar, le teníamos frito pidiéndole siempre chapas. De hecho llegamos a ofrecernos para enseñarle a abrir las botellas sin doblar las chapas, aunque por la cara que puso cuando se lo dijimos, pareció no hacerle demasiada gracia aquél inocente comentario. Mis chapas favoritas eran las de Bitter Kas, eran más pequeñas y rápidas que el resto (las llamábamos alevines) y eran geniales para las carreras de chapas aunque también servían para los partidos de “fútbol-chapa”, eran delanteros natos…
Durante un tiempo también estuvimos dedicados a la peonza y al yo-yo, pero en nuestro barrio salvo alguna excepción (el canijo escuchimizado de nuevo), no tuvieron demasiado éxito y es que eso de la destreza no iba mucho con nosotros que nos decantábamos sin duda por juegos mucho más rudos, jajajajaja.
Cuando teníamos la fortuna de conseguir chicas para jugar (cosa que ocurría de pascuas a ramos, siempre estaban jugando a la goma o a dolla), solíamos jugar a juegos de equipo con ellas. Los que más nos gustaban eran el rescate (el clásico juego de coger a todos los componentes del otro equipo), el pañuelo, el escondite y el “balón prisionero”. El rescate era el mejor con diferencia. Eso de correr tras las chicas era tan fácil... apenas corrían. Y luego estaba lo de cogerlas, nos hemos ganado cada torta… a veces con razón y otras veces sin ella. La cuestión es que uno corre tratando de coger a alguien y claro, en muchas ocasiones no se coge del sitio más adecuado (o sí, según se quiera ver) y pasaba lo que tenía que pasar: ¡Zas, hostión! Ese sí que era un juego de riesgo, terminábamos con más arañazos y moratones que con todo el resto de los juegos juntos. Y a eso hay que añadir las rencillas que se producían dentro de un mismo equipo, si había alguna chica que se “dejaba” un poco más, todos a por la misma… Y ya sabéis lo que es la competencia, generalmente la cosa terminaba en auténticas peleas campales que para sí hubiera querido el National Geographic, máxime cuando esa chica que se "dejaba" era la novia o hermana de alguien. He de admitir que yo nunca cogí de lugares inapropiados a nadie, era demasiado tímido y respetuoso como para hacerlo; y si bien es cierto que no tuve nunca esa satisfacción también es cierto que nunca me fui a casa con un ojo hinchado, vaya lo uno por lo otro…
Y por último, tras los juegos de riesgo y los de equipo, entramos en los "juegos-herramienta", que se caracterizan porque para participar de los mismos era necesario que nuestro padre tuviese una buena caja de herramientas y que además ésta, no estuviese cerrada con llave. Por la complicación en su fabricación destacaba el monopatín, que estaba contruido a partir de un palo de escoba redondo, una tabla de madera lo suficientemente grande como para que pudiésemos sentarnos sobre ella, tres rodamientos y tres tacos de madera. Éramos genios haciéndolos. La parte negativa es que los rodamientos, que era lo que se utilizaba como ruedas, eran caros y duraban poco... eso sí, mientras duraban era una gozada. También cabe mencionar aquí los pimball artesanales. Una madera, un taco de madera, clavos, dos pinzas de la ropa y un montón de bolas, y nos hacíamos unos pimball que ríete tú de los de ahora. Ya en el apartado de armas de combate cabe citar los nunchakus, un palo de escoba de nuevo, una sierra, dos alcayatas y una cadena corta, y voilà, el arma de combate definitiva. También nos atrevimos con las ballestas de goma, menudas gomazos nos metíamos con ellas. Dentro de este género de armas arrojadizas destacan la guerra de cerbatanas (el consabido tubo del bolígrafo Bic con su correspondiente munición arrocera) y la guerra de pelotillas (una goma y billetes de metro para hacer las pelotillas). Menudos cardenales que llegamos a hacernos…
He querido reservarme para el final el mejor juego de todos: “el juego del guardia jurado cabreado”. Como os comenté al principio nuestro barrio estaba lleno de jardines y los jardines llenos de un césped radiante deseoso de ser pisado. Así las cosas, si tenemos un césped radiante y deseoso, un guardia jurado con porra y gorra, un montón de carteles de prohibido pisar el césped y ganas de jugar, ¿qué podíamos hacer? Exacto, pisotear el césped hasta que el guardia jurado nos veía y se lanzaba hacia nosotros con la porra en la mano. Era como la vida, o corrías más o estabas vendido. Lo que corría aquel hombre, menuda forma física que tenía, seguro que habrá vivido cien años gracias a nosotros. Puede presumir sin ningún tipo de rubor, de haber corrido muchas veces delante de un guardia, jajajajaja. ¡Qué lástima que ya no queden guardias jurados con porra y con gorra! ¡Sería genial volver a hacerlo…!

Y la próxima semana más y mejor. Un abrazo a todos, juguetones míos.

1 comentario:

  1. Estaba aburrida cuando busque "imagenes de juegos antigüos" y derepente me tope con una imagen de un juego que aqui en México le llamabamos "Tamaladas" a lo que ustedes llamaba "churro" y era un juego que me daba miedo por lo rudo que era pero a la vez me encantaba VERLO jugar.
    Decidi entrar a leer el articulo y me he muerto de la risa.
    Mientras lo leia iba imaginando cada juego, captó mi atención de inmediato y han venido tantos recuerdos hermosos de mi juventud.
    Gracias por este relato tan padre y ameno.
    Soy originaria de Puebla, México.

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