lunes, 10 de mayo de 2010

Ozú, ezo mardito roedore…


He de admitir que siempre he sentido cierta debilidad por los ratones, me resulta un animal absolutamente entrañable. En realidad es de esa clase de animales que aunque uno no quiera compartir el piso con ellos, suelen caer bien a casi todo el mundo.
Obvia decir que en cuestión de gustos no hay nada escrito, es más, de hecho tengo un conocido que siente una pasión exagerada por los “bichos bola”. Valga este ejemplo para darse cuenta de lo diferentes que podemos llegar a ser; porque decidme, ¿qué puede haber de interesante en un bicho bola? Es cierto que mis conocimientos sobre el mundo de las cochinillas es bastante deficiente, sé que son partidarios de las zonas húmedas y oscuras, que tienen un exoesqueleto y que cuando se sienten amenazados se enrollan sobre sí mismos, de ahí lo de “bicho bola”, jajajaja. Con semejantes capacidades no resulta extraño que no se hayan realizado demasiados documentales sobre él, ¿qué durarían? ¿dos minutos…? Imaginaos el documental: “Hoy nuestro documental va a tratar sobre ese compañero cercano que es el bicho bola. Nos encontramos en su hábitat, un jardín húmedo y con abundante sombra, y nos dirigimos hacia las dos piedras que se encuentran al fondo, junto al árbol. Levantamos con cautela una de las piedras y allí están, dos hermosos ejemplares adultos de bicho bola. A continuación podrán observar algo nunca se ha visto antes en televisión, vamos a acercar un dedo hacia el ejemplar más corpulento… Atención, estamos cerca… y ahí está, acaba de enrollarse, acaba de convertirse en bicho bola. Y bien, con esta primicia damos por finalizado este apasionante documental.” Como veis no hay mucho margen para realizar un documental muy "extenso".
Otros animales que también ocupan los primeros puestos en el ranking de “miraquémono” es justamente el mono. Recuerdo que de pequeño, cuando mis padres me llevaban a visitar el zoo, mi único interés radicaba en llegar al sitio de los monos lo antes posible, instalarme allí y no moverme hasta que tuviésemos que regresar a casa. Aquello era genial, podía pasarme horas embobado mirándolos, era una gozada observar como cada uno iba a su rollo haciendo lo que les venía en gana: jugar, comer, despiojarse, pelearse, columpiarse, encaramarse a una rama… era un micro mundo. Tras lo que se me antojaban apenas unos instantes tocaba ir a ver al resto de los animales, la parte pesada de ir al zoo. El suplicio implicaba andar y andar ante un montón de jaulas aparentemente vacías o ver al animal de turno descansar inmóvil en un rincón escondido de la misma, ya me contareis qué interés puede tener eso para un mocoso.
Otro animal con el que me quedaba embelesado ante la tele, era el pingüino. ¿A quién no le caen bien los pingüinos? Era mi favorito, solo verles andar ya era un espectáculo en sí mismo. Tan estirados, contoneándose, con sus pequeños pasitos a lo “Charlot”. De hecho, tengo el esbozo de un cuento cuyo protagonista es, cómo no, un pingüino (sé que es poco original pero es mi esbozo, ¿qué os puedo decir? Jajajajaja!); sólo me hace falta un patrocinador que pague la hipoteca para poder dedicar tiempo al mismo, así que si algún patrocinador me lee, ya sabe...

Volviendo a los ratones, que era el tema que nos ocupaba, quisiera destacar las cualidades que convierten al ratón en uno de los animales favoritos de todo el mundo, excepto para el sociópata ese de la flauta, ese que vivía en Hamelín...
El ratón es un animal divertido, no como el bicho bola que tanto le gusta a mi conocido. Todo en él resulta divertido, cómo come, cómo anda, cómo se frota las manitas ante el hociquillo, cómo se pone en pie y  estira el cuello para observar el entorno… ¿Y sus ojos? ¿Qué me decís de esos vivarachos ojos redondos y negros? Pero es que además de divertido es un animal tremendamente sociable, es despierto y es inteligente (de hecho, os sorprendería saber que se han hecho estudios que demuestran que muchos ratones han demostrado poseer un coeficiente intelectual muy superior al de muchos políticos de nuestro entorno cercano y no digamos al de algunos empleados de las SGAE). Particularmente, de creer en la reencarnación yo me pediría sin duda reencarnarme en Stuart Little.
¿Y los cuentos? La de cuentos y pelis que giran en torno a tan particular roedor. Y no hablemos de ratoncitos ilustres, ¿quién no ha querido que el ratoncito Pérez se hubiese quedado a vivir con él para siempre? Era mi favorito justo por detrás de los Reyes Magos. De hecho, he de confesar que en alguna ocasión forcé la caída de algún diente, no quería dar ocasión a tragármelo o perderlo, cosa que ya me había pasado en un par de ocasiones, una vez me lo tragué al recibir un balonazo y otra me ocurrió comiendo pollo, en ambas me llevé un disgusto enorme, era una faena quedarse sin regalo.
Lo que nunca llegué a entender era para qué narices querría el ratoncito Pérez tal cantidad de dientes. Pensé muchas cosas, desde que podía quererlos para construirse un castillo enorme con tropecientos baños (muy al estilo Boyer) hasta que tal vez era un adicto al calcio… qué sé yo, adicciones más raras se han visto. Fuere como fuese, el caso es que guardaba mis dientes como oro en paño, los colocaba con ilusión bajo la almohada y al día siguiente siempre encontraba mi regalo. ¡Qué tío el ratoncito Pérez…!
Otro de mis ratones favoritos era Jerry, el eterno compañero de Tom, el gato al que siempre engañaba y al que le hacía mil perrerías (¿por qué no se dirá “gaterías”, al fin y al cabo se trata de un gato?). Ya en plan superhéroe estaba también Super Ratón, un poco pesado con aquello de “no oviden vitaminarse y mineralizarse”. De cualquier manera yo prefería los ratones de infantería, nada de ratones voladores con superpoderes. También recuerdo con enorme cariño a otra pareja de encantadores roedores, Pixie y Dixie, cuya única diversión era no parar de incordiar al pobre gato Jinks, que hizo célebre aquello de “ezo mardito roedore”.
Y luego entramos ya de lleno en las películas. ¿Cómo olvidar a nuestro amigo Stuart Little? Hubiese dado mi colección de cromos por habérmelo podido llevar a vivir conmigo una temporada, lo que habría molado enseñárselo a los amigos.
¿Y qué me decís del valiente Despereaux? Personaje valeroso y bravo donde los haya, aunque eso sí, con un puntito de excentricidad, ¡mira que preferir leer libros a comérselos…! También destaca Fievel, el aventurero incansable siempre dispuesto a echar una mano o presto a descubrir un Nuevo Mundo. Otro que no quiero olvidar es Remy, el ratón de Ratatouille que quería ser chef, ¡qué bien que me vendría en casa uno! ¡Con lo poco que me gusta cocinar!
Uno de los escasos ejemplos de personajes grimosos que no me llevaría a casa por nada del mundo, es la cursi y repelente Ratita Presumida. Una histérica que solo pensaba en estar todo el día limpiando y que a lo único que aspiraba era a barrer su casita, cantar canciones de Bisbal y por la noche dormir y callar. La verdad, no me extraña que le costase un montón encontrar pretendiente… ¡Vaya tía rollo!
Hablando de sosos, también me acuerdo de Los Rescatadores, que era algo así como el Equipo A pero en ratones, espero que no se ofendan los seguidores del Equipo A (espero que al conocido del bicho bola no le guste también el Equipo A, porque era ya lo que le faltaba).
Otro que me resultaba tonto de capirote era el insoportable Mickey Mouse, estoy seguro que fue un personaje creado a mala leche. La historia arranca en 1928, momento en el que Disney perdió los derechos de Oswald, el conejo afortunado, y por tanto en pleno cabreo creó un personaje que lo sustituyese: Mickey Mouse. Según su propia descripción, su cabeza era un círculo con otro círculo a modo de hocico; su cuerpo era como una pera y tenía una cola larga; sus patas eran tubos y se las metieron en zapatos grandes para darle el aspecto de un chiquillo con el calzado de su padre. Y lo peor no es que sea tonto del culo, lo peor es la voz… ¡Por Dios! ¡Esa repelente voz! Desconozco la voz original que tiene el personaje, pero desde luego la del doblaje al español es de lo más grimoso que cabe oír… ¡Cómo odio a Mickey Mouse! Imagino que no es necesario comentar que albergo sentimientos similares para su compañera, la inefable Minnie.
El que sí molaba era Speedy González, el raton más rápido de todo México. Me fascinaba que el tío siempre fuese corriendo de un lado para otro, qué estrés. ¡Quién me iba a decir a mí que años después mi pareja iba a ser algo parecido a Speedy González…! Lo digo en el buen sentido del personaje: lista, eficiente y rápida, muy rápida, jajajajaja.
Otros ratones que me vienen a la cabeza era el ratón Timoteo, el que sale en la película de Dumbo; Pond, el amigo de D’ Artacan; Tico, el inseparable amigo de Willy Fog y, tantos y tantos otros: Rhino, Hubie, Bertie, Blabber, Ignacio, Sensei, etc.

En definitiva, que se trataba de dar un homenaje a tan ilustre y simpático amigo, que ha conseguido ser compañero de aventuras e ilusiones cuando más lo necesitábamos, cuando eramos tiernos infantes y el mundo era un mundo genial en el que cualquier cosa era posible, incluso que los ratones hablasen…

Hasta la semana que viene.

1 comentario:

  1. Me ha encantado!!, yo también tengo adoración por esos pequeños, mi compañera de vida fué durante años un cobaya, ella ahora no esta conmigo pues pese a lo que se cree ellos se encariñan con uno también.
    Saludos
    Ale

    ResponderEliminar

Si te apetece exponer tu punto de vista o opinar sobre lo que has leído, por favor, no dejes de hacerlo, todos los comentarios son bienvenidos.
Si lo prefieres también puedes dejarlos en facebook: www.facebook.com/vampx1