lunes, 26 de abril de 2010

Los errores


Errare humanum est, perseverare diabolicum (Séneca)
Lo que más o menos viene a decir la famosa frase de Séneca es que todos podemos equivocarnos, es admisible, está en la propia naturaleza humana, pero lo que resulta inadmisible y lamentable es no aprender del error, y  volver a “tropezar” de nuevo con la misma piedra, lo cual me parece aún más humano, si cabe. Y es que, salvo honrosas excepciones, la verdad es que no escarmentamos, parece que nos empecinamos en caer una y otra vez en los mismos errores, lo que nos convierte en auténticos “masocas” del error.
Hay alguien por ahí que muy acertadamente comentó que no quería renunciar al delicioso placer de poder equivocarse y ¿qué queréis que os diga? Comulgo totalmente con esa opinión porque dicha aseveración lleva implícita la libertad de poder elegir lo que consideremos más adecuado (es bastante peor cuando dicha posibilidad no existe, ya sabéis, eso de “son lentejas…”). Además, creo que equivocarse es la única capacidad que está al alcance de absolutamente todos los seres vivos de este planeta y lo que es aún mejor, todos la practicamos en mayor o menor medida, destacando de manera especial el género humano masculino (me pregunto por qué en general el sexo masculino tiende a equivocarse más que le femenino...). Si de verdad existiese un “dogma universal” de obligado cumplimiento, sería el de la “Santa Equivocación”, se cumple siempre, sin excepción y sin que culturas, credos, religiones o creencias influyan lo más mínimo. Decidme, ¿hay alguna otra cosa tan universal?
Bien, llegados a este punto estamos de acuerdo en que todos nos equivocamos. Vale, ya está el rarito de todos los blogs dando la nota, lo mejor es ignorarle, hacedme caso… Bueno, a lo que íbamos, estábamos en que todos nos equivocamos, algunos más que otros, pero es justamente ese continuo errar lo que nos ha llevado a aprender, evolucionar y llegar a donde hemos llegado; claro, que viendo el punto en el que nos encontramos (crisis mundial, conflictos bélicos, terrorismo, pandemias, hambrunas, calentamiento del planeta, agotamiento de recursos, etcétera) me pregunto si realmente no hubiese sido mucho mejor que hubiésemos aprendido algo menos… Es más, si a fuerza de equivocarnos es como hemos llegado a ser lo que somos, imaginaos a lo que habríamos podido llegar si no nos hubiésemos equivocado tanto, jajajajaja.
Es prodigiosa mi capacidad para divagar e ir por derroteros totalmente distintos de los pretendidos. En estos casos lo que suelo hacer es pararme, tomarme un respiro y volver a retomar el tema de la mejor manera posible.
Ahora llegamos al tema de la distintas equivocaciones, que se clasifican en dos tipos bien diferenciados:
  • Equivocación o error: Juicio falso que como todo juicio, es resultado de la reflexión.
  • Cagada: Acción que resulta de una torpeza.
La diferencia entre una y otra es que la equivocación suele ser fruto de un mal criterio o de una causalidad desafortunada, mientras que la cagada suele ser fruto de una falta de meditación total o de una mala noche. Así, si tomamos esta división y la conjugamos con los dos finales posibles que ofrece el desarrollo de los acontecimientos, bien o mal, obtenemos estas cuatro posibilidades:
  • Si meditas las cosas y aciertas, eres un as.
  • Si meditas las cosas y te equivocas, tu criterio no era el adecuado o te jugó una mala pasada el destino.
  • Si no meditas las cosas y te sale bien, tienes un suerte que te cagas.
  • Si no meditas las cosas y te sale mal, la has cagado hasta el fondo.
Perdonad la malsonancia de algunas palabras pero considero que era necesario para dejar claro el concepto. Ahora voy a exponeros otra de mis estrafalarias teorías que justamente apoya lo que acabo de exponer en el párrafo anterior, os cuento. A lo largo de mi vida he cometido errores de proporciones cósmicas y he de reconocer que en su gran mayoría han sido fruto de lo mismo: no pararme unos minutos, tomármelo con calma, valorar los pros y los contras, sopesarlos y fruto de esa reflexión, tomar una decisión al respecto. Todo lo que no he hecho de ese modo, que han sido muchas cosas, generalmente ha salido mal, muy mal. Por el contrario, cuando he aprendido (a fuerza de meter la pata hasta el fondo, claro está) a tomar mis decisiones con esta metodología, rara vez me han salido las cosas mal; es más, generalmente han tenido un final feliz (¡qué raro que queda lo de “final feliz”!) y en las escasas ocasiones en que no ha sido así, al menos no he tenido posteriormente la sensación de haberme equivocado, lo que siempre es un alivio porque los “Pepito Grillo” suelen ser bastante incómodos. No nos equivocamos cuando decidimos de manera meditada; más bien habría que asumir que las cosas a veces salen bien y a veces salen mal, que la videncia y la futurología, por más que se empeñen algunos iluminados, no existen y que cuando las decisiones han sido sopesadas, sólo queda asumir y tirar “palante”, eso sí, con la confianza que da el saber que al hemos optado por lo que nos pareció lo más adecuado y con la tranquilidad que da el no tener “Pepitos Grillos” incordiando en un oído.
Y ese es más o menos todo el quid de la cuestión, utilizar nuestro criterio y si aun así las cosas generalmente se tuercen, habrá que ir pensando cambiar de criterio, ya sabéis en cambiacriterios.com igual encontráis algún saldo :)
Ahora me pondré en plan “pollito Calimero” y soltaré eso de “es una injusticia, ¿verdad, amiguitos…?" porque no es justo que ante errores iguales, para unos tenga unas consecuencias enormes y otros se vayan de rositas… Lo único bueno que tiene el hecho de estar en la parte de los que han pagado caros los errores, es que la sensación de estar en paz con la sociedad es bastante placentera, jajajajaja.
De cualquier manera, en alguna ocasión habría sido estupendo haber tenido un poco más de cabeza y un poco menos de corazón, aunque eso sí, no habría aprendido tanto…
Y poco más puedo añadir, salvo recomendaros que por favor, os equivoquéis con cabeza y si la equivocación es grande, siempre quedarán las flores.

Un abrazo muy fuerte y hasta la semana que viene.

lunes, 19 de abril de 2010

Smargoff


Y como viene siendo habitual me ha pillado de nuevo el toro, una vez más llega el momento de publicar el blog y no tengo nada de nada; y lo que es peor, ni tan siquiera tengo claro el tema a tratar. Así las cosas he decidido rescatar un pequeño cuento que escribí, al igual que se escriben todos los cuentos, hace muchos, muchos años. Es una historia pequeña que aconteció a un hombre pequeño en una pequeña aldea centroeuropea hace muchos, muchos años. Espero que os guste.

SMARGOFF
Se llamaba Smargoff y nunca tuvo conciencia clara de quién le puso su nombre. Se esforzó muchas veces por tratar de recordar el rostro de sus padres pero por más que lo intentó jamás pudo conseguirlo, simplemente no tenía recuerdo alguno y no solo de sus caras, jamás consiguió evocar ni uno solo de esos momentos que se fijan y perduran en la memoria de todo hombre que alguna vez ha sido niño. En las noches frías del invierno centroeuropeo lloraba agazapado en su jergón al tomar conciencia de que él, Smargoff, nunca tuvo padres. Jamás recibió una caricia, nunca nadie le regaló una sonrisa, ni siquiera una palabra afectuosa; y no es que a él le importara que le maltratasen, llevaba toda su vida sufriendo vejaciones y su rechoncho y pequeño cuerpo ya se había acostumbrado. “Si al menos hubiese conocido a mi madre, recordaría su mirada, su voz, su sonrisa…” -pensaba-. Lo único que recordaba era el circo, siempre el circo, nunca conoció otra cosa. Trabajó en él desde siempre; nunca enfermó, nunca protestó ante los humillantes trabajos que había de realizar; limpiaba y alimentaba a las bestias, soportaba el infierno de mantener encendidas los bidones de carbón que mantenían templado el interior de la carpa y aún hoy, muchos años después, podía sentir vívidamente el intenso dolor de las quemaduras provocadas en el accidente, aquel en el que se le volcó encima uno de aquellos bidones hirvientes. Aún hoy percibía con claridad el olor a carne quemada, los desgarros que le produjeron aquellas brasas... Todo aquel dolor lo aguantó estoicamente, sin una sola queja, sin un solo lamento; porque el verdadero dolor, el dolor que le laceraba su alma, era el dolor que llevaba en su corazón, el dolor de la soledad…
Hoy se sentía extraño, no podía explicarlo con palabras pero percibía que había algo diferente y es que nunca antes, por motivo alguno, se había suspendido una función. Todo ocurrió el día anterior en el que Tahnia, la trapecista que tantas veces espió escondido desde un pliegue de la carpa, sufrió un accidente al no acertar el momento exacto en que el trapecio regresaba de su mortal vaivén. No había sido nada grave, una rotura y un par de contusiones, pero Tahnia era la estrella y por ello, en señal de respeto, la función de esta tarde había quedado suspendida. Y fue así, que Smargoff, por primera vez en su vida dispuso de una tarde entera para él. Se le hacía raro y aunque no sabía muy bien qué hacer, decidió escabullirse y aprovechar la luz que quedaba hasta la puesta de sol. Recordó que había oído a alguien comentar que existía un pequeño lago a un par de leguas hace el norte y decidió ir hasta allí, nunca antes había estado en un lago y tenía interés en ver cómo era. Resultaba extraña sensación que experimentaba, no llegaba a comprender el motivo pero lo cierto es que se encontraba pletórico, aquellos parajes casi virginales le transmitían una sensación placentera, se sentía tan lleno de vida… Se tumbó en una pequeña pradera y allí, entre espigas y olores, se quedó extasiado contemplando las caprichosas formas de las nubes; extendió sus pequeños brazos cuanto pudo y ya no pudo contener las lágrimas. Allí, tumbado, se abandonó a esa oleada de sensaciones y lloró todo lo que no había llorado a lo largo de todos estos años, lloró las vejaciones, los maltratos, la soledad… lloró por todo el dolor del mundo, pero sus lágrimas no eran lágrimas de pena, eran lágrimas de paz, y es que aquel paraje, los árboles, la hierba, la suave brisa, el tibio sol, las caprichosas nubes, todo aquello parecía que estuviese allí para él, que le hubiese estado esperando desde siempre, “es como si este lugar me sonriera” –pensó–.
Una vez reemprendió de nuevo el camino hacia el lago, se dedicó a observar todo cuanto le rodeaba y lo hacía con ojos nuevos; las lágrimas parecían haberle aclarado el alma y ahora era capaz de percibir las cosas de un modo diferente. Estaba embriagado por esta nueva sensación. Poco después, cuando el sol empezaba ya a declinar, alcanzó al lago. Aquel lugar era de una belleza indescriptible, era tan bello que le costaba respirar por la emoción, el sol doraba con una luz mágica la superficie del lago, que a modo de espejo la devolvía multiplicada, tiñendo todo cuanto le rodeaba. Se quedó extasiado contemplando aquello, sintió que las fuerzas le flaqueaban hasta tal punto que decidió sentarse en un pequeño promontorio cercano al agua. Le costaba pensar… se abstrajo observando la perfecta simetría de las montañas y el claroscuro de los árboles reflejados en el agua. El único sonido que le llegaba, amortiguado por la distancia, era el de unos patos que ajenos a todo lo que ocurría nadaban despreocupados en el extremo opuesto del lago... Se abandonó a aquella paz y dejó que ésta le inundase, alcanzando hasta el último recoveco de su alma, nunca antes se había sentido así, era maravilloso. Dejó vagar la mirada, libre de las ataduras de la razón hasta que reparó en el caprichoso aleteo de una mariposa que se dirigía hacia él y que tras un par de acrobacias, se posó en una de sus manos. Sintió que el corazón se le salía del pecho, nunca había visto nada tan bello y hermoso, y pensó que definitivamente esta vez la vida sí le sonreía. Se sintió tan dichoso de ser digno de que el Señor le mostrase aquello que no pudo evitar que de nuevo dos lágrimas surcaran el pequeño espacio de su enjuto rostro. La mariposa se alzó de nuevo en vuelo y tras otra par de gráciles piruetas, se posó en la otra mano, la que sufrió la peor parte de las quemaduras. Cuando ocurrió aquello, el pequeño hombre experimentó por primera vez en su vida la delicia de una caricia; el corazón le estallaba de júbilo en el interior de su pequeño pecho y podía sentir el burbujeo bullicioso de su propia sangre. Apenas se atrevía a respirar por no romper el hechizo, tenía un miedo atroz a que aquella magia se esfumase; de manera que permaneció inmóvil contemplando a la mariposa, a su mariposa, hasta que oscureció del todo. Ninguno de los dos se movía. Smargoff apenas se atrevía a respirar, solo miraba a su mariposa, aquellas sedosas alas parecían contener todos los colores del Mundo, era tal su armonía que pensó que sin duda, así habrían de ser las alas de los ángeles... Eso era, aquella mariposa era algo más que una mariposa, quizás fuese un ángel, su ángel. Con los sentidos embriagados decidió que ya nunca se separaría de ella, todo lo demás se había desdibujado y había dejado de tener importancia; todas las cosas que había sufrido, que había padecido, habían merecido la pena, le habían traído hasta aquí. Siempre, incluso en los peores momentos, había tenido la esperanza de que algún día Dios le permitiera conocer el Amor. Y ahora estaba feliz, inmensamente feliz... Allí estaba él, Smargoff, el enano desgarbado al que nadie quería, sosteniendo en su mano la esencia de la belleza, conociendo al fin lo que era el amor. Pasó toda la noche inmóvil, sin apartar los ojos de la mariposa, llorando por la dicha de poder amar. El tiempo pareció detenerse hasta que la cúpula estrellada dio paso al alba con su purpúrea majestad, y ambos, enano y mariposa, inmóviles, amantes, dieron la bienvenida a la mañana. En el pequeño corazón de Smargoff sólo había un deseo: que el tiempo se parase en aquel preciso instante, quería vivir eternamente aquel momento, lo había anhelado tanto...
De repente la mariposa aleteó un par de veces y perezosa emprendió de nuevo el vuelo. Smargoff se quedó petrificado y asustado al observar que su mariposa se alejaba. Aterrorizado se levantó, y presa de un inusitado pánico siguió a duras penas el caprichoso aleteo de aquella amada mariposa. Tropezando y arañándose con las ramas, manteniéndose a duras penas en pié, intentó a toda costa no perderla, hasta que Ella, su amada, empezó caprichosa a sobrevolar el lago. Pese a no saber nadar no dudó seguirla, decidió en una décima de segundo que no la perdería jamás, ya no podría renunciar a lo que llevaba toda su vida anhelando. Se hundió rápidamente en el agua, no braceó, simplemente se hundió… En el último instante, antes de sumergirse definitivamente, una lágrima resbalaba por su mejilla, sabía que ya nadie le podía arrebatar aquella felicidad, al fin la vida le sonreía…

Y poco más, espero que también vosotros seáis felices.
Hasta la semana que viene.

lunes, 12 de abril de 2010

Eso de hacerse mayor


Por mucho que queramos y nos empeñemos, no podemos evitarlo, cada día estamos más mayores. Y no es que eso de hacerse mayor sea una cosa mala por sí misma, en absoluto, solo por el poso de sabiduría y experiencia que nos dejan los años, ya merece la pena. Además, cumplir años siempre es una buena cosa, lo malo son los efectos secundarios o por utilizar un argot más de moda últimamente, los odiosos daños colaterales y ante éstos sólo nos quedan dos opciones:

• Asumirlos con dignidad sabiendo que forman parte natural del ciclo de la vida.
• Luchar obsesivamente contra los mismos.

Y no hay más, o los asumimos o no los asumimos, no hay más posibilidades. Por supuesto que lo cortés no quita lo valiente y que por tanto, podemos asumir dignamente las consecuencias de hacernos mayores a la vez que cuidamos también nuestro aspecto, no hay necesidad de acelerar el proceso, porque una cosa es asumir y otra estar encantado. Vamos, en una palabra, que podemos y debemos cuidarnos.
Me resulta curioso el modo en que somos capaces de cuidar algunas de nuestras pertenencias, que al fin y al cabo no son más que objetos sustituibles, en contraste con lo poco que solemos cuidarnos a nosotros mismos, que creedme, no somos en modo alguno sustituibles. Es más, en ciertas ocasiones parece que nos empleásemos con saña en lo contrario, de manera que cuando nos percatamos de los disparates cometidos suele ser ya tarde para repararlos, con lo cual ya solo queda minimizar consecuencias y aplicar parches y remiendos…
Por mi parte he optado por elegir la primera opción, asumo la edad que tengo, trato de cuidarme en lo posible y mal que bien, voy negociando día a día con el ancianito que llevo dentro. Creo que es una actitud cuánto menos más sana y saludable que caer en el mundo de la adolescencia perpetua a base de operaciones, botox, liposucciones, crecepelos milagrosos, tintes imposibles y demás elixires de la eterna juventud… De verdad, es una pérdida de tiempo y de dinero, por no decir que muchos de los tratamientos son auténticas bombas de relojería para nuestra salud, al fin y al cabo un pequeño michelín o una arruga más o menos marcada, no perjudican en modo alguno la salud, al menos la física. Al final sería conveniente llegar al convencimiento de que no hay productos ni procedimientos milagrosos, y que en el caso del pelo, lo único que realmente frena su caída es el propio suelo; de no convencernos corremos el riesgo de ser uno más de esos siesos inexpresivos que cada vez abundan más y que piensan (en realidad no son pensamientos complejos, no os preocupéis) que el estilo y la elegancia consisten en estar bronceados y estirados hasta la inexpresividad, olvidando por completo que su adolescencia pasó hace más de cuarenta años y que con sesenta años, por mucho estiramiento y botox que se lleve encima, no es edad de llevar ya minifalda.
Dejando de lado las disfunciones mentales, que no es el tema del blog, querría hacer hincapié en los cambios que en mayor o menor medida, nos terminarán afectando a todos. Los más destacables son:

Efecto de duplicidad calórica
Es sabido que el paso de los años, a través de las experiencias vividas, nos permite acumular una cierta sabiduría de la vida. Nuestro organismo, al igual que nosotros, también aprende del mismo modo, de manera que con el discurrir de los años es capaz de hacer las mismas tareas de un modo mucho más eficiente. Esto es lo que se llama optimización de recursos y procesos, y tiene especial relevancia dentro de la gestión alimentaria. Así, al cumplir una determinada edad, nuestro eficiente organismo (por no definirlo con otras palabras más gruesas) es capaz de duplicar (e incluso triplicar) la extracción de energía de cada caloría consumida, de manera que con un nada que consumamos, seremos capaces de extraer una enorme cantidad de energía, que al no ser gastada se almacenará en unos contenedores especiales llamados michelines…

Efecto de duplicidad gravitacional
Otra de los síntomas experimentados es el efecto de duplicidad gravitacional, también llamado efecto Newton y que básicamente consiste en el descolgamiento carnal producido por la fuerza de atracción terrestre. De todos es sabido que esta fuerza varía a lo largo de los años, alcanzando justamente en esta etapa los mayores valores de atracción, lo que redunda en la flacidez muscular que se manifiesta, especialmente en glúteos, brazos y pechos.

Efecto de reestructuración capilar
Otra de los síntomas de hacerse mayor es la fuerte reestructuración capilar que se sufre, siendo mucho más pronunciado este efecto en hombres que en mujeres. Durante esta etapa experimentaremos una revolución capilar en la que el pelo se retira de la parte superior del cráneo, dejándolo al descubierto, y se repliega en orejas, cejas, nariz y ombligo. El proceso resulta un tanto caótico, ya que esta reubicación no se realiza de manera ordenada, más bien al contrario, da la sensación que cada pelo fuese por su lado, creciendo en todas direcciones y convirtiendo la ordenación del mismo en una tarea prácticamente imposible…

Efecto de disfunción eólica
Otra de las características propias de esta etapa es la alta capacidad de generar corrientes eólicas internas, también denominadas flatulencias y que son provocadas por la práctica totalidad de los alimentos ingeridos. Su manifestación tiene efectos demoledores sobre las relaciones sociales, lo que en muchos casos implica sufrimiento y soledad para los individuos que lo padecen.

Efecto degustativo extendido
Cabe reseñar también la capacidad de degustar durante horas los alimentos ingeridos, hecho que quizás tenga relación con la capacidad de duplicidad calórica mencionada anteriormente. Este fenómeno puede ser acompañado en algunos casos de fuertes regüeldos y ardores de estómago pronunciados. Se han dado casos de redegustaciones de alimentos ingeridos semanas antes.

Efecto de laxitud muscular
Son frecuentes también los episodios de laxitud muscular, que se manifiestan de manera especial al llevar a cabo actividades y ejercicios practicados anteriormente, aunque evidentemente con resultados finales muy distintos. La sintomatología es clara y se divide en dos partes bien diferenciadas: la física y la mental. En primer lugar interviene la parte mental, que es la encargada de prepararnos psicológicamente para la tarea a realizar (saltar sobre un charco, subir una cuesta, echar una carrerita, mover un mueble, levantar una caja, etc.), no es una concienciación compleja ya que se trata de realizar una tarea que hemos llevado a cabo en múltiples ocasiones a lo largo de nuestra vida. Una vez preparados mentalmente es cuando entra en juego la parte física y ejecutamos la tarea en sí. Ese es justamente el momento en el que el músculo se afecta y se vuelve laxo, imposibilitando la conclusión correcta de la tarea iniciada. Es entonces, por dar continuidad a los ejemplos citados anteriormente, cuando la laxitud muscular sentida hace que nos metamos de lleno en el charco, nos paremos en mitad de la cuesta, que la carrerita no pasa de las diez o doce zancadas, que el mueble se mueve tan sólo medio centímetro y que el intento de levantar la caja se queda en eso, en intento… Generalmente la primera frase que emitimos es un “pero si esto lo hacía hace nada…”

Efecto de difusión óptica
Este efecto consiste en que dejamos de ver bien de cerca, en las distancias medias y también de lejos. La parte más dolosa, además de la defectuosa visión experimentada, es que precisamos tener varios pares de gafas: las de cerca, las de lejos, las bifocales…, lo que implica un importante quebranto económico y que nos piten de manera continuada el resto de los coches.

Efecto de dispersión auditiva
Este efecto, provocado habitualmente por la redistribución capilar producida en los pabellones auditivos, donde se incrementa de manera notable la cantidad de pelo contenida en los mismos, conlleva una importante pérdida de capacidad auditiva, dificultando enormemente la comunicación con otros individuos (de manera dramática en el caso de que el otro individuo también esté afectado de dispersión auditiva) y a subir muchísimo el volumen de la tele, lo que cabreará significativamente a los vecinos.

Efecto de disgregación cognitiva
Este efecto, producido por un deterioro de las capas externas del cerebro, hace que no nos acordemos nunca de dónde hemos dejado las llaves, lo que motivará que pasemos más de la mitad del tiempo que permanecemos despiertos, buscando las mismas. Sus consecuencias son demoledoras ya que afecta también y de manera muy acusada, al olvido de las fechas de aniversarios, lo que al ser un olvido de “alto riesgo” puede llegar a poner en peligro nuestra propia integridad física...

Efecto de la disfunción onírica
Este efecto consiste en la disfuncionalidad de los períodos dedicados al sueño y que conlleva a que estemos adormilados durante el día para desvelarnos al irnos a la cama. Es una sintomatología de difícil tratamiento, que además provocará rechazo social, la gente no suele ser muy tolerante con los ronquidos, sobre todo cuando no dejan escuchar la tele.

Efecto de micción intermitente
El último de los efectos mayores se caracteriza por la necesidad constante de ir al servicio para una vez allí, descubrir con irritación que apenas salen dos o tres gotitas. Es un síntoma que suele provocar malestar y enfado en los que lo padecen, especialmente cuando han de levantarse tres y cuatro veces a lo largo de la noche...

Además de estos hay muchos más efectos colaterales inherentes a hacerse mayor, pero como el espacio y el tiempo siguen siendo limitados, solo mencionaré uno más, el SRRP, también conocido como Síndrome de Retorno del Ratoncito Pérez y cuya principal características es la pérdida de piezas dentales, que en estos tiempos de crisis ayudan a paliar en parte la escasez de las pensiones existentes.
No me gustaría que con esta exposición quedase la impresión de que hacerse mayor es algo malo, porque no lo es, es simplemente otra etapa más, con sus cosas buenas y sus cosas malas, ni mejor ni peor que otras etapas vividas, y que como tal habremos de vivir, disfrutar y extraer todo su jugo, con la serenidad que da el no tener ya urgencias. En definitiva, que lo importante es intentar ser feliz, con arrugas o sin ellas, teniendo presente aquello que cantaba Serrat de “todos llevamos un viejo dentro…”

Hasta la semana que viene.

lunes, 5 de abril de 2010

Mal rematado


La verdad es que a poco que observemos a nuestro alrededor con cierto detenimiento salta a la vista que este, nuestro planeta, está muy mal “rematado”. Esas son el tipo de cosas que ocurren cuando se crea un mundo con prisas y en tan solo seis días… Voy a extenderme un poco en el tema porque tiene su miga, ¿El que creó todo esto trabajó durante únicamente seis días y luego descansó? ¿Y ya está? ¿Qué era, funcionario? Pues sinceramente, parece que hubiese “creado” todo a mala leche, la verdad. Ya me estoy imaginando la escena:

- A ver, un poco de silencio, por favor, prestad atención. Vamos a ver, tenemos ahí fuera una NADA muerta de risa desde hace un montón de tiempo y sería bueno hacer algo con ella, ¿quién quiere encargarse de crear un Big Bang?
- Yo, yo me encargo, porfa, que nunca he creado un Big Bang y me apetece un montón.
- Bueno, vale, encárgate tú pero no hagas como la última vez que empezaste a crear la Tierra y no la terminaste, ¿qué eso de dejar el Faro de Alejandría y el Gigante de Rodas a medias? ¿Y eso de los dinosaurios? ¡Qué manía te ha dado con lo de hacer animales tan grandes! ¡Y lo del agua salada, que despropósito! La verdad es que no estoy muy contento contigo, no te esmeraste lo más mínimo, espero que te esfuerces mucho más en esta ocasión, ¿lo harás?
- ¡Que sí, que sí! Que esta vez lo voy a hacer bien, de verdad. Además, lo de la Tierra era un rollo, no me gustaba. Lo del Big Bang es mucho más divertido, explosiones gigantes, galaxias, infinitos… ¡es guay!
- Pues mira, no. Lo estoy pensando mejor y no me fío, lo del Big Bang es un trabajo delicado y visto lo que hiciste con la Tierra… Mejor se lo voy a encomendar a Zeus que se lo merece mucho más, el otro día hizo una Eternidad y le quedó francamente bien. Tú, como castigo, vas a encargarte de crear la Tierra de nuevo, espero que de esta manera aprendas a ser más responsable y a no dejar las cosas a medias, ¿entendido?
- ¡Joooooo! ¡Qué asco! ¡Siempre me toca lo más rollo…!

¡Pues ya veis el resultado! No me gustaría parecer desagradecido pero sinceramente, podía haberle echado unos días más y haber hecho las cosas un poco mejor, o cuanto menos haber hecho un mínimo control de calidad, que algún fallo habría aparecido. Además, no lo hizo con agrado, la prueba evidente de que fue así es que ha vuelto a colárnosla de nuevo con el tema del agua salada, ¿qué más le hubiera dado que todo el agua hubiese sido dulce? Solo con el tiempo que se hubiese ahorrado en hacer tanta diversidad de aguas inútil, podría haber mejorado un montón de cosas (o haber empleado menos días, así podría haber descansado aún antes). Pensad un poco e imaginaos que sois vosotros los encargados de “crear” el agua, lo más sencillo hubiese sido crear solo una, sin más complicaciones, sin pérdidas de tiempo. Pues no, como hizo las cosas con mala leche, venga a hacer tipos de agua, que si dulce, que si salada, que si mineral, que si dura, que si blanda, que si Solán de Cabras… vamos, un caos. En fin, dejemos el tema del agua que al fin y al cabo no se puede solucionar, lo hecho, hecho está; de todas maneras, de poder intercambiar unas palabras con él, me encantaría explicarle eso de “hazlo simple, hazlo fácil”.
Otra cosa que molesta es el agravio comparativo que se da respecto a su trabajo y nuestro trabajo. De manera que el Creador de todo esto trabajo únicamente seis días en su vida y al séptimo, cansado de hacer distintos tipos de agua, descansó. ¿Y para qué las prisas? ¿Por qué no doce días, o catorce...? Y eso fue todo lo que trabajó, no se hace mención alguna que volviese hacerlo, ni tan siquiera para repasar lo hecho, que siempre se mete la pata en algo por muy Dios que se sea. Nada de nada, jubilación completa. Nosotros, en cambio, hemos de trabajar tropecientos años para poder jubilarnos (salvo que seamos políticos o banqueros) y luego ya veremos si podemos descansar, porque tal como se está poniendo el patio es muy posible que para entonces no existan pensiones y no podamos dejar de hacerlo (salvo que seamos políticos o banqueros, insisto). Y la pregunta surge sola, ¿si nos hizo a su imagen y semejanza, cómo es posible esto? En fin, misterios de “La Creación”.
Volviendo al tema que nos ocupa, me gustaría repasar algunas de las ideas que se me ocurren para una próxima Creación, o por decirlo de otra manera, para una Tierra 2.0.

El agua
No me extenderé en este punto, pero con un solo tipo de agua hubiésemos tenido más que de sobra. Sí, ya sé que al Sr. Solares y la Sra. Font Vella no les entusiasmará la idea, pero en estos casos se trata se trata del bien común y no del bien particular.

Las cuestas
Otra cosa que no entiendo es el tema de la superficie terrestre tan irregular que hay. Alguien me podría explicar ¿para qué demonios existen las cuestas? A modo de ejemplo tomemos Lisboa, a poco que quieras ir a cualquier sitio venga a subir y ¿para qué? ¿Para volver a bajar? Y digo yo, ¿no habría sido mucho más sencillo hacer un mundo plano, sin cuestas? ¡Qué manía con llenarlo todo de subidas y bajadas! ¿No es redonda la Tierra? ¡Pues ya está, se hace redonda y no se complica uno tanto! Imaginaos si el que invento el billar, en vez de hacer la bola redonda se empieza a complicar y la hace en plan Tierra, por ejemplo, ¿qué pasaría? Pues que no habría quien jugase, imaginaos la trayectoria de la bola, venga a dar saltitos. Lo más parecido que he encontrado a esa ineptitud inventando es el rugby, ¿por qué no hacer una pelota redonda como las hace todo el mundo…?

• La biodiversidad
Sí, ya sé que estamos en una época en la que queda sospechoso decir cualquier cosa negativa sobre estos temas, pero voy a hacerlo igualmente. Hay un montón de especies que están hechas a mala baba. No voy a volver a hablar de las moscas, ya hablé de ellas en un blog anterior, tan solo dejar a modo de apunte una pregunta: ¿qué aporta una mosca para el bienestar mundial? ¡Nada! Y la última, ¿a cuántas moscas tocamos por persona? Porque estoy seguro que yo debo tener las de alguien... Pero no son solo las moscas, hay un montón de especies animales (y vegetales) que no aportan absolutamente nada y que son cuanto menos, prescindibles. A modo de ejemplos citaré algunas como el bicho bola, por ejemplo, un bicho que lo único interesante que hace es convertirse en bola, pues ya me diréis donde está la gracia. Otra especie prescindible es el mosquito, que de hecho es mucho peor que la mosca porque la mosca es un animal tonto, sin malicia, que lo único que hace es eso, molestar, sin embargo el mosquito es otra cosa. Bueno no, que en realidad no es el mosquito, es la mosquita, que en cuanto te descuidas un momento te deja hecho un Cristo. No quiero olvidar a la bestia parda de muchos conductores (no, no se trata de la Guardia Civil): la avispa, animal que salvo para picar y fornicar la gorrina, no tengo ni idea del interés de la especie. Las medusas también tienen su sitio en el Olimpo de los animales prescindibles, al igual que las arañas, que de hecho y por motivos personales, es el primer animal que me hubiese cargado de la lista, un bicho lleno de patas y de ojos no es de fiar, hacedme caso (bueno, tampoco os fieis mucho eso, los políticos y banqueros tampoco son de fiar y no tienen ocho patas). Huelga decir que garrapatas, ladillas, piojos, sanguijuelas, tenias y demás especímenes parasitarios (qué curioso, se me ocurren un montón de seres humanos que encajarían perfectamente en este grupo) tampoco deberían haber tenido un sitio en el dichoso “Arca de Noé”. Otro animal con el que mucha gente estará de acuerdo conmigo en que es innecesario, es la cucaracha. ¿Para qué sirve un animal cuya única razón de ser es dar asco y sobrevivir a un holocausto nuclear? ¿Y para qué lo de sobrevivir a un holocausto, si ya no quedaría nadie a quien dar asco? Lo siento por el Sr. Cucal, pero las cosas son como son.
Ya entrando en especies más grandes mencionaré el gato. Sí, ya sé que hay mucha gente que adora a los gatos, pero ¿qué os puedo decir? Juzgad vosotros mismos, yo tengo oído que cuanto menos son raros, o al menos tienen fama de ello (y conste que esto no lo digo yo, simplemente recojo la vox populi). Al margen de que los dueños de gatos sean raros o no, ¿qué aporta un animal cuyas principales virtudes son restregarse con todo y ser independiente? Lo dejaré ahí que no quiero polémicas. Y ya que he hablado de gatos mencionaré al tradicional enemigo de éste: la rata. Este sí que es un animal dañino diga lo que diga Walt Disney; además de ser bombas víricas andantes (cuánta gente ha muerto por enfermedades que ellas han propagado), son feas; claro que para feas están las hienas que con el aspecto que tienen, cómo huelen y lo que comen, no sé de qué narices se ríen tanto…
Ahora entramos en el apartado de animales imprescindibles pero mejorables, es decir, animales que sí pintan algo pero que podrían ser mejorados. Hablemos del perro, ¿habría costado mucho que no tuviesen la capacidad de ladrar? ¡Es que tengo algunos como vecinos…! Otro animal mejorable sería la vaca, ¿no hubiese sido genial que hubiese sido más grande y hubiese tenido muchas más ubres? Si seguimos indagando nos daremos cuenta que un ciempiés, ¿para qué narices quiere cien patas? Ahí le habéis dado: para nada. En cambio, ¿no sería genial que los cerdos tuviesen cien patas? ¿O que los pollos pesasen trescientos o cuatrocientos kilos? En fin, aunque la lista de animales mejorables es muy amplia, no es plan de mencionarlos todos.

Las estaciones
¿Qué es eso de crear cuatro estaciones? ¿Para qué sirve tener un invierno y un verano además de para que se haga de oro El Corte Inglés? Una única estación, la estación cálida. Veintidós grados todo el año y nos olvidamos de abrigos, abanicos, aires acondicionados… el paraíso.

Los continentes
Otra cosa absurda, la tectónica de placas. Vamos a ver, si se hacen las cosas bien creando un único continente, Pangea, ¿para qué estropearlo y que se separe por culpa de las placas? No se hacen las placas y en paz… Adiós viajes transoceánicos.

Y como el número de mejoras es considerable y la conjunción espacio-tiempo para plasmarlas es finita, voy a dar por finalizado el blog de hoy, no sin antes ponerme un poco más serio y mencionar la especie más prescindible de todas: el ser humano. La verdad es que el mundo sería un lugar mucho, mucho, mucho mejor si no hubiésemos dado “ese pasito” y nos hubiésemos quedado en lo que en realidad somos, monos irracionales.

Hasta la semana que viene.