lunes, 12 de abril de 2010

Eso de hacerse mayor


Por mucho que queramos y nos empeñemos, no podemos evitarlo, cada día estamos más mayores. Y no es que eso de hacerse mayor sea una cosa mala por sí misma, en absoluto, solo por el poso de sabiduría y experiencia que nos dejan los años, ya merece la pena. Además, cumplir años siempre es una buena cosa, lo malo son los efectos secundarios o por utilizar un argot más de moda últimamente, los odiosos daños colaterales y ante éstos sólo nos quedan dos opciones:

• Asumirlos con dignidad sabiendo que forman parte natural del ciclo de la vida.
• Luchar obsesivamente contra los mismos.

Y no hay más, o los asumimos o no los asumimos, no hay más posibilidades. Por supuesto que lo cortés no quita lo valiente y que por tanto, podemos asumir dignamente las consecuencias de hacernos mayores a la vez que cuidamos también nuestro aspecto, no hay necesidad de acelerar el proceso, porque una cosa es asumir y otra estar encantado. Vamos, en una palabra, que podemos y debemos cuidarnos.
Me resulta curioso el modo en que somos capaces de cuidar algunas de nuestras pertenencias, que al fin y al cabo no son más que objetos sustituibles, en contraste con lo poco que solemos cuidarnos a nosotros mismos, que creedme, no somos en modo alguno sustituibles. Es más, en ciertas ocasiones parece que nos empleásemos con saña en lo contrario, de manera que cuando nos percatamos de los disparates cometidos suele ser ya tarde para repararlos, con lo cual ya solo queda minimizar consecuencias y aplicar parches y remiendos…
Por mi parte he optado por elegir la primera opción, asumo la edad que tengo, trato de cuidarme en lo posible y mal que bien, voy negociando día a día con el ancianito que llevo dentro. Creo que es una actitud cuánto menos más sana y saludable que caer en el mundo de la adolescencia perpetua a base de operaciones, botox, liposucciones, crecepelos milagrosos, tintes imposibles y demás elixires de la eterna juventud… De verdad, es una pérdida de tiempo y de dinero, por no decir que muchos de los tratamientos son auténticas bombas de relojería para nuestra salud, al fin y al cabo un pequeño michelín o una arruga más o menos marcada, no perjudican en modo alguno la salud, al menos la física. Al final sería conveniente llegar al convencimiento de que no hay productos ni procedimientos milagrosos, y que en el caso del pelo, lo único que realmente frena su caída es el propio suelo; de no convencernos corremos el riesgo de ser uno más de esos siesos inexpresivos que cada vez abundan más y que piensan (en realidad no son pensamientos complejos, no os preocupéis) que el estilo y la elegancia consisten en estar bronceados y estirados hasta la inexpresividad, olvidando por completo que su adolescencia pasó hace más de cuarenta años y que con sesenta años, por mucho estiramiento y botox que se lleve encima, no es edad de llevar ya minifalda.
Dejando de lado las disfunciones mentales, que no es el tema del blog, querría hacer hincapié en los cambios que en mayor o menor medida, nos terminarán afectando a todos. Los más destacables son:

Efecto de duplicidad calórica
Es sabido que el paso de los años, a través de las experiencias vividas, nos permite acumular una cierta sabiduría de la vida. Nuestro organismo, al igual que nosotros, también aprende del mismo modo, de manera que con el discurrir de los años es capaz de hacer las mismas tareas de un modo mucho más eficiente. Esto es lo que se llama optimización de recursos y procesos, y tiene especial relevancia dentro de la gestión alimentaria. Así, al cumplir una determinada edad, nuestro eficiente organismo (por no definirlo con otras palabras más gruesas) es capaz de duplicar (e incluso triplicar) la extracción de energía de cada caloría consumida, de manera que con un nada que consumamos, seremos capaces de extraer una enorme cantidad de energía, que al no ser gastada se almacenará en unos contenedores especiales llamados michelines…

Efecto de duplicidad gravitacional
Otra de los síntomas experimentados es el efecto de duplicidad gravitacional, también llamado efecto Newton y que básicamente consiste en el descolgamiento carnal producido por la fuerza de atracción terrestre. De todos es sabido que esta fuerza varía a lo largo de los años, alcanzando justamente en esta etapa los mayores valores de atracción, lo que redunda en la flacidez muscular que se manifiesta, especialmente en glúteos, brazos y pechos.

Efecto de reestructuración capilar
Otra de los síntomas de hacerse mayor es la fuerte reestructuración capilar que se sufre, siendo mucho más pronunciado este efecto en hombres que en mujeres. Durante esta etapa experimentaremos una revolución capilar en la que el pelo se retira de la parte superior del cráneo, dejándolo al descubierto, y se repliega en orejas, cejas, nariz y ombligo. El proceso resulta un tanto caótico, ya que esta reubicación no se realiza de manera ordenada, más bien al contrario, da la sensación que cada pelo fuese por su lado, creciendo en todas direcciones y convirtiendo la ordenación del mismo en una tarea prácticamente imposible…

Efecto de disfunción eólica
Otra de las características propias de esta etapa es la alta capacidad de generar corrientes eólicas internas, también denominadas flatulencias y que son provocadas por la práctica totalidad de los alimentos ingeridos. Su manifestación tiene efectos demoledores sobre las relaciones sociales, lo que en muchos casos implica sufrimiento y soledad para los individuos que lo padecen.

Efecto degustativo extendido
Cabe reseñar también la capacidad de degustar durante horas los alimentos ingeridos, hecho que quizás tenga relación con la capacidad de duplicidad calórica mencionada anteriormente. Este fenómeno puede ser acompañado en algunos casos de fuertes regüeldos y ardores de estómago pronunciados. Se han dado casos de redegustaciones de alimentos ingeridos semanas antes.

Efecto de laxitud muscular
Son frecuentes también los episodios de laxitud muscular, que se manifiestan de manera especial al llevar a cabo actividades y ejercicios practicados anteriormente, aunque evidentemente con resultados finales muy distintos. La sintomatología es clara y se divide en dos partes bien diferenciadas: la física y la mental. En primer lugar interviene la parte mental, que es la encargada de prepararnos psicológicamente para la tarea a realizar (saltar sobre un charco, subir una cuesta, echar una carrerita, mover un mueble, levantar una caja, etc.), no es una concienciación compleja ya que se trata de realizar una tarea que hemos llevado a cabo en múltiples ocasiones a lo largo de nuestra vida. Una vez preparados mentalmente es cuando entra en juego la parte física y ejecutamos la tarea en sí. Ese es justamente el momento en el que el músculo se afecta y se vuelve laxo, imposibilitando la conclusión correcta de la tarea iniciada. Es entonces, por dar continuidad a los ejemplos citados anteriormente, cuando la laxitud muscular sentida hace que nos metamos de lleno en el charco, nos paremos en mitad de la cuesta, que la carrerita no pasa de las diez o doce zancadas, que el mueble se mueve tan sólo medio centímetro y que el intento de levantar la caja se queda en eso, en intento… Generalmente la primera frase que emitimos es un “pero si esto lo hacía hace nada…”

Efecto de difusión óptica
Este efecto consiste en que dejamos de ver bien de cerca, en las distancias medias y también de lejos. La parte más dolosa, además de la defectuosa visión experimentada, es que precisamos tener varios pares de gafas: las de cerca, las de lejos, las bifocales…, lo que implica un importante quebranto económico y que nos piten de manera continuada el resto de los coches.

Efecto de dispersión auditiva
Este efecto, provocado habitualmente por la redistribución capilar producida en los pabellones auditivos, donde se incrementa de manera notable la cantidad de pelo contenida en los mismos, conlleva una importante pérdida de capacidad auditiva, dificultando enormemente la comunicación con otros individuos (de manera dramática en el caso de que el otro individuo también esté afectado de dispersión auditiva) y a subir muchísimo el volumen de la tele, lo que cabreará significativamente a los vecinos.

Efecto de disgregación cognitiva
Este efecto, producido por un deterioro de las capas externas del cerebro, hace que no nos acordemos nunca de dónde hemos dejado las llaves, lo que motivará que pasemos más de la mitad del tiempo que permanecemos despiertos, buscando las mismas. Sus consecuencias son demoledoras ya que afecta también y de manera muy acusada, al olvido de las fechas de aniversarios, lo que al ser un olvido de “alto riesgo” puede llegar a poner en peligro nuestra propia integridad física...

Efecto de la disfunción onírica
Este efecto consiste en la disfuncionalidad de los períodos dedicados al sueño y que conlleva a que estemos adormilados durante el día para desvelarnos al irnos a la cama. Es una sintomatología de difícil tratamiento, que además provocará rechazo social, la gente no suele ser muy tolerante con los ronquidos, sobre todo cuando no dejan escuchar la tele.

Efecto de micción intermitente
El último de los efectos mayores se caracteriza por la necesidad constante de ir al servicio para una vez allí, descubrir con irritación que apenas salen dos o tres gotitas. Es un síntoma que suele provocar malestar y enfado en los que lo padecen, especialmente cuando han de levantarse tres y cuatro veces a lo largo de la noche...

Además de estos hay muchos más efectos colaterales inherentes a hacerse mayor, pero como el espacio y el tiempo siguen siendo limitados, solo mencionaré uno más, el SRRP, también conocido como Síndrome de Retorno del Ratoncito Pérez y cuya principal características es la pérdida de piezas dentales, que en estos tiempos de crisis ayudan a paliar en parte la escasez de las pensiones existentes.
No me gustaría que con esta exposición quedase la impresión de que hacerse mayor es algo malo, porque no lo es, es simplemente otra etapa más, con sus cosas buenas y sus cosas malas, ni mejor ni peor que otras etapas vividas, y que como tal habremos de vivir, disfrutar y extraer todo su jugo, con la serenidad que da el no tener ya urgencias. En definitiva, que lo importante es intentar ser feliz, con arrugas o sin ellas, teniendo presente aquello que cantaba Serrat de “todos llevamos un viejo dentro…”

Hasta la semana que viene.

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