lunes, 29 de marzo de 2010

Los sufridos viajes


El que esté libre de no haber padecido algún viaje en su vida que tire la primera piedra… y es que en ocasiones, los viajes, lejos de ser el merecido descanso se convierten en un calvario de consecuencias imprevisibles.
Lo mejor que se puede decir de las vacaciones es que no se trabaja, lo que ya de por sí debería ser motivo más que suficiente para que cualquier ser humano medio normal fuese completa y plenamente feliz. Y aquí surge la pregunta sola, ¿siendo así, por qué narices nos empeñamos en dilapidar ese momento único haciendo lo menos conveniente, es decir, marchándonos de vacaciones? No tengo una respuesta clara a esta pregunta, pero intuyo que la cosa tiene que ver con nuestra genética: somos masoquistas.
Por contra, lo peor que se puede decir de las vacaciones es que siempre son cortas y que por más que lo intentemos, y vayamos donde vayamos, estará hasta los topes de gente. Y lo peor no es que esté todo “a reventar”, lo trágico es que dentro de ese género tan dispar que conforma la especie humana de vacaciones, abunda de manera muy especial un subgrupo cada vez más numeroso: los berzotas. No sé muy bien el porqué, pero lo cierto es que están proliferando de manera alarmante, debe ser cosa del calor, que les hace multiplicarse (otro desastre asociado al cambio climático).
¿Cuál es el fin de las vacaciones? Muy buena pregunta aunque con complicada respuesta. En teoría las vacaciones deberían constituir una extraordinaria oportunidad para estrechar lazos con los seres que amamos, es decir, nuestras parejas, hijos, amigos, etc. Y además nos debería permitir realizar actividades que nos resulten gratificantes y que por condicionantes de la vida diaria, no podemos llevar a cabo durante el resto del año. A manera de resumen podríamos afirmar que las vacaciones deberían servir para disfrutar, descansar, compartir momentos agradables con nuestros seres queridos y realizar actividades placenteras. Bien, este es el punto al que quería llegar. Os voy a rogar una mínima colaboración, por favor, contestadme todos aquellos a los que las vacaciones os sirvan realmente para lo expuesto anteriormente… ¿Alguno? ¿No os animáis? Lo que suponía, a nadie...
¿Para qué sirven las vacaciones entonces? Esta pregunta tiene una respuesta más sencilla que la anterior; las vacaciones sirven básicamente para lo mismo que la Navidad: hacernos malgastar el dinero que tanto nos ha costado ahorrar. Y no es solo que nos gastemos considerables cantidades de dinero, es que además lo gastamos en cosas absurdas en las que en otro momento del año no osaríamos gastarnos ni un céntimo.
“Después de cómo he currado, ¿cómo no me voy a dar el capricho de pillarme una buena intoxicación comiéndome una paellita de marisco en el chiringuito mugriento de al lado del puerto por ochenta euritos de nada?”. O la de “Estoy de vacaciones, ¿cómo no me voy a pedir un cubata de garrafón en ese local insalubre atestado de gente y humo por veinte eurillos?”. Al final, la frase que queda es la de “¿para qué me he matado a trabajar el resto del año?” Pues está claro, para que nos timen en verano…
Y luego otra cosa, ¿con cuánto tiempo se planean las vacaciones? Si parece que en lugar de estar reservando unas vacaciones estuviésemos reservando iglesia para casarnos. He visto realizar reservas con casi un año de antelación… “Es que haciéndolas ahora me dan un ramo de flores de bienvenida y además si reservo catorce días me regalan una noche…” ¡Ah, claro, entonces sí…! Con esos ventajones hay que hacer la reserva de inmediato, no se nos vaya a adelantar algún listillo, por cierto, otra especie que también prolifera a pasos agigantados. Y lo peor de todo es que tras hacer la reserva ardemos en deseos de encontrarnos con alguien para comentarle que somos auténticos maestros en esto de encontrar viajes baratos, a la mínima oportunidad le soltamos eso de “¡Menudo chollo que he pillado!” Lástima que la realidad nos demuestre al final las particularidades de nuestra ganga, descubriendo que lo que se describía como una habitación de ensueño (eso sí, debe ser de “ensueño de bebé”) parece una reproducción a escala de una habitación de hotel, no hay espacio físico para abrir la maleta (salvo que se abra encima de la cama) y al baño hay que entrar de lado y conteniendo la respiración. Como ha todo hay que buscarle el lado positivo, cabe reseñar que otra de las cosas positivas que tienen las vacaciones es la continua capacidad de sorprendernos, desde que salimos hasta que regresamos las vacaciones se convierten en un continuo pase de sorpresas. Otra de las sorpresas se da cuando comprobamos que donde ponía que el hotel estaba ubicado a unos metros de la playa se debía referir sin duda a estaciones de metro, eufemismo más comercial que evita indicar que el hotel se encuentra en decimotercera línea de playa. Y lo de las fabulosas vistas ya es para morirse, ¿fabulosas vistas? ¿A dónde? Si lo único que se ve desde la habitación es un trozo de la carretera general y un vertedero de escombros ilegal. Resulta también destacable lo de “piscinas con distintos ambientes”, curiosa manera de llamar a los dos pilones existentes en el hotel, uno pequeño atestado de guiris y otro diminuto, hecho a la misma escala que la habitación, atestado también, aunque no de guiris sino de niños, lo que convierte las dos piscinas en impracticables. Lo de “actuaciones diarias en el hotel” también tiene su miga, las última actuación que tuve la fortuna de disfrutar consistía en que llegaba el mismísimo Matusalén, se sentaba ante un sintetizador y “animaba” la velada con una extraordinaria selección de música “porompompera” que no gustaba ni al guiri de más abolengo de los allí presentes. Claro, que eso casi suele ser mejor que la actuación del día siguiente (por eso de seguir haciendo uso de nuestra capacidad de sorprender que ya he mencionado antes), con actuaciones tipo “el gran mago pierde-cartas”. Esta actuación es verídica, el gran mago consistía en un hombre extremadamente delgado, de esos que te tienen el alma en vilo porque parece que van a romperse en cualquier momento (yo estuve tentado de darle cinco euros para que se comprase un buen bocata de jamón), con una capa raída y unas gafas de culo de botella a lo Juan Tamariz. Las habilidades que le dotaban como el “fastuoso mago” que reflejaba el cartel, se debían por entero a su habilidad para hablar un idioma propio (nadie le entendía nada de lo que decía, fuese cual fuese su nacionalidad) y su extraordinaria capacidad para que se le cayesen las cartas de manera continua… pobre hombre, bastante tenía con lo que tenía. Otra cosa a destacar es lo de “hotel con grato ambiente familiar” que lo que en verdad viene a significar es que no esperes descansar ninguna noche, ya que entre los porompomperos, los niños gritando y aporreando cualquier cosa capaz de emitir sonido (yo he visto como golpeaban sus propias cabezas contra la pared cuando no han encontrado mejor cosa a mano), y nuestros amigos los mosquitos, capaces de convertirnos en un habón con patas, resulta complicado eso de “recargar pilas”. Otra cosa que me maravilla es lo de “habitación con todas las comodidades”, de verdad que es para tener un pequeño intercambio de palabras con el director del hotel o la persona que redactó el texto. Vamos, que el “no va más” de la comodidad debe ser un aire acondicionado que más que acondicionado debería llamarse “sonorizado”, porque frío no suele dar demasiado pero ruido… Luego está la cama, eso es lo mejor; las almohadas son o muy bajas o muy altas, de manera que se aseguran que consigamos un estupendo esguince cervical. Como preguntas asociadas a este hecho cabría formular, ¿los encargados de compras del hotel, son normales? ¿Tienen amigos…?
Y hablando de colchones, ¿qué me decís? Que los colchones los ha elegido el mismo que las almohadas es un hecho incontestable; desde el primer momento hará notar que no le caemos bien y nos lo recordará de manera continua, con sus adornos florales en relieve, con sus muelles que se clavan, con sus fundas de plástico arrugable… Y para rematar la faena, por si el colchón y las almohadas no fuesen suficiente, ahí está ese televisor de 14 pulgadas situado encima de una mesita a escaso medio metro del suelo, que para verlo es preciso colocar la cabeza en un ángulo de noventa grados respecto al cuerpo (no es broma, que lo he medido). En definitiva, que la conjunción almohada-colchón-diez minutos de tele, nos asegura una preciosa contractura cervical. Y he querido dejar para el final lo mejor: el bufé. En el hotel lo anuncian como “lujo para los sentidos”, y sí, debe serlo, al menos para uno de los sentidos, el del “asco” (a no ser que seamos guiris, lo que nos da inmunidad total al asco y a las intoxicaciones). Yo me he quedado horas mirando embobado las bandejas pensando qué demonios sería lo que había en ellas… y lo peor del caso es que en muchos casos no logré averiguarlo jamás. Ese gazpacho aguado, esa sandía pasada, ese pescado flotando en una salsa de color indeterminado, ese cerdo omnipresente en forma de filetes resecos con guisantes y zanahoria, y no nos olvidemos de esa paella de color raro con tropezones vete a saber de qué… menos mal que Dios aprieta pero no ahoga, al menos suele haber lechuga y tomate, y si estamos de suerte podemos encontrar incluso algo de pollo, lo que al menos sirve para no desfallecer de hambre hasta la próxima lujuria ¿comestible…?
Y todo eso sin salir del hotel, porque la verdadera aventura comienza cuando te aventuras a ir a la playa. Tras veinticinco minutos de ir sorteando guiris (hay que ver lo lento que caminan), evitando que nos den un sombrillazo (hay que ver lo patosos que son llevando sombrillas), con mil ojos para no pisar ninguno de los cien mil excrementos repartidos por la ciudad y, cruzar trece calles y una vía de tren, llegamos al sitio en el que se supone que estaría la playa, y digo supone porque de hecho la playa no se ve. Vemos un paseo marítimo, a continuación gente y al final de la gente, allá al fondo, el mar. La arena suponemos que está ahí, en algún lugar y con esa ilusión nos lanzamos a algo que es imposible: encontrar un sitio. La primera sorpresa (seguimos dando continuidad al tema de las sorpresas) es que sí, hay arena; eso sí a unos dos mil grados poco más o menos. Consejo: nunca, nunca, nunca, pises la arena sin chanclas.
Encontrar sitio es como aparcar, se trata de empezar a dar vueltas y vueltas hasta encontrar uno; de no encontrarlo siempre nos queda la opción de ponernos al final de la playa, junto al paseo marítimo, o al principio de la misma, sobre el mismo agua. Dada la escasa preferencia por poner la toalla encima del agua (aunque juro que he visto gente que lo ha llegado a hacer), lo más apropiado es ponernos al final de la playa, junto al murete del paseo. Desde allí y a poco hábiles que seamos, en diez minutos podemos ponernos en el agua, con la ventaja de que desde nuestra privilegiada posición podemos observar toda la fauna allí congregada. Podemos deleitarnos con la familia gritona que va a la playa equipada con todo el equipo de playa de la Srta. Pepis: nevera, sombrillas, sillas, mesas, radiocasete con Los Chunguitos, tortilla de patata, hijos gordos y gritones, y hasta platos de loza, con vasos de cristal y tenedores (un día de estos no me sorprendería ver a alguien que arrastra hasta allí un lavaplatos o un fregadero). También observamos la familia autista con hijo, que desde que llegan hasta que se van no intercambian ni una sola palabra, ni entre ellos ni con el niño, que vive prolongado a una consola. Están también los jovencillos, con sus Calvin Klein asomando por encima del bañador que está ahora tan de moda. También abundan los grupos de guiris rojo-langostino, tomando el sol sin protección alguna durante horas y horas (carne de cañón de la Cruz Roja), los matrimonios “cadacualalosuyo”, ellas a leer y ellos a observar, especialmente a las tetonas que les pillan más cerca, aunque he llegado a ver a algunos que no se cortan un pelo y se llevan hasta prismáticos a la playa, el no va más... Luego están los del “paseoalchiringutocadacincominutos”, ¡qué capacidad para beber cervezas cada cuarto de hora! ¡Hay que alimentar la barriga! También andan por ahí los "niños toquitoqui”, cuya principal virtud es tocar a todo el mundo los cataplines excepto a sus padres, a los que parece no importar nada salvo abstraerse de ellos, yo creo que intimamente fantasean con que con un poco de suerte se pierdan diez o doce días... De vez en cuando pasará alguna china amiga del jefe de compras del hotel, ofreciéndote sus servicios no cualificados para terminar de rematarte la espalda del todo, y ahí ya sí que estás vendido... También se dejará caer por allí de cuando en cuando algún señor de color vendiendo baratijas y jirafas de madera, otro con riñonera y gorra vendiendo refrescos y bocadillos, alguna pareja de policías con sus bermuditas del cole y lo mejor de todo, el chino vendedor de sushi... ¡Sí, sushi en la playa, el no va más! En fin, que aunque lejos del agua, al menos estaremos entretenidos.
Y poco más o menos así trascurrirán nuestras plácidas y merecidas vacaciones, tal como prometía la página Web, en un hotel lujoso rodeado de comodidades, a escasos metros de la playa, en un ambiente familiar y relajado, y en unas playas idílicas. ¡Qué lo disfrutéis! Yo casi que me quedo aquí…

Un abrazo muy fuerte y feliz Semana Santa (o Santa semana, como prefiráis).
Hasta la semana que viene.

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