lunes, 22 de marzo de 2010

Misterios domésticos


Son ya unos años los que llevo dedicando a descubrir y desentrañar los pequeños “expedientes X” que ocurren en un sitio tan aparentemente inocente y cercano como nuestro propio hogar. Aunque he logrado dar respuesta a algunos de esos misterios, otros cuantos aún continúan siendo un misterio, ¿os animáis?

El misterio de la lavadora come-calcetines
Imagino que mi caso no será un caso único y que lo que a mí me pasa es posible que le suceda a otras personas, lo sé, pero es que me estoy obsesionando con el tema: mi lavadora come calcetines. Desde hace algún tiempo venía observando que de cuando en cuando me desaparecía algún calcetín. Al principio opté por no darle demasiada importancia, guardé el calcetín desparejado en otro cajón he imaginé que ya aparecería más adelante. El caso es que no aparecían, más bien al contrario, pasado un tiempo desaparecía otro. Con el tiempo fui acumulando tal cantidad de calcetines que no me quedó otra opción que vaciar uno de los cajones y dedicarlo en exclusiva a acumular los calcetines huérfanos.
Como estaba empeñado en desentrañar el misterio fui volviéndome extremadamente meticuloso, llegando a llevar en una libreta un inventario de todos los calcetines que poseía. Fechas de compra, fechas de lavado, detergente usado, cantidades, horarios… todo, absolutamente todo quedaba registrado. Con el objeto de que no hubiese provocación alguna por parte de los calcetines hacia la lavadora (“me lo comí porque me estaba provocando”), empecé a usar una bolsa especial que utilizaba únicamente para ellos, cuya característica principal consistía en que se podía cerrar con cremallera, lo que imposibilitaba que la lavadora tuviese fácil acceso a los calcetines. Es cierto que de este modo logré disminuir el número de “desapariciones” pero también es cierto que no he logrado erradicarlas por completo y que de cuando en cuando, vuelvo a tener un calcetín más desparejado.

El misterio de la pelusa oculta
Otra de las cuestiones que me traen loco es el de la pelusa "oculta". Desde hace tiempo vengo dedicando un día a la semana a hacer lo que llamamos zafarrancho de limpieza, que implica, entre otras muchas actividades, un aspirado completo del piso. Lo aspiro todo, es tal el afán por acabar con las dichosas pelusas que un día, de hecho, casi succiono también a mi chica. La obsesión por las pelusas ha ido creciendo en mi de tal manera, que en la actualidad es coger el aspirador y sentir como se apodera de mi un sentimiento de odio que hace que me enajene en una espiral de violencia cuya única finalidad es el exterminio de cualquier vestigio de pelusa casera que se me ponga por delante. Estaba enfrascado en uno de esos arrebatos cuando por el rabillo del ojo, a mi izquierda, observé lo que me parecía una pelusa descomunal; no tardé ni un segundo en reaccionar, me giré como un poseso y con un movimiento rápido lancé el cepillo hacia la pelusa... oí un “ploff” sordo y a continuación un destemplado “¿pero qué haces?” Al principio me costó reaccionar, no os creáis, lo primero que me vino a la mente fue un “¡ostras, una pelusa que habla!”, pero unos segundos después, una vez pasada la sorpresa inicial, observé que era mi chica. ¿Cómo me iba a imaginar que iba a estar ahí agachada buscando un no sé qué que se le había caído? ¡Qué cerca estuve ese día de comerme el aspirador! Bien, no quiero perder el hilo de la historia, estábamos en que un día a la semana me entrego en cuerpo y alma al aspirado total de toda la casa. Levanto muebles, quito sillas, muevo mesas y sillones... sin cuartel. Una vez he terminado vuelvo a inspeccionarlo todo, que ya me conozco el percal y de cuando en cuando descubro algún pelusón agazapado tras una pata o replegado bajo el sillón. El caso es que no concluyo hasta haberlo inspeccionado todo por dos veces, momento en el que procedo al ritual del guardado del aspirador: enrollo bien el cable, guardo los distintos accesorios, limpio bien el cepillo y vacío el depósito en la basura. Bien, cuando ya lo tengo todo bien guardado, voy hacia el comedor y allí está, desafiante, altanera, una pelusa de unos veinte centímetros de diámetro situada justo en el centro del comedor. No se esconde, me mira de frente, orgullosa, henchida… y yo me pregunto, ¿de dónde narices sale? ¿Cómo es posible que siempre sepa dónde se encuentra el centro exacto del comedor? ¿Es delineante...? En fin, que esto me pasa cada semana, cada vez que guardo todo, allí está, la pelusa enorme, mirándome a los ojos, me tiene aburrido...

El misterio del huevo caducado
Otra cosa curiosa que me ocurre de cuando en cuando es el caso del huevo caducado. La verdad es que el consumo de huevos en casa es bastante escaso, lo que implica que los compre muy de cuando en cuando y únicamente cuando ya no queda ninguno. En la nevera tengo un espacio dedicado en exclusiva para ellos, de manera que cuando coloco los recién adquiridos es fácil darse cuenta que no hay ningún otro. Vistas así las cosas, ¿cómo es posible que siempre aparezca un huevo caducado del mes anterior? Incomprensible...

El misterio de las bolas nocturnas
A lo largo de mi vida he tenido la suerte o desgracia de vivir en diferentes pisos situados en distintos lugares de Madrid, lo que hace muy complicado (que no imposible) que haya coincidido con los mismos vecinos en cada uno de ellos. El misterio en cuestión consiste en que muchas noches, a eso de las doce y pico, se oye el sonido de unas bolas caer y rodar posteriormente por el suelo. Por el sonido se adivina que las bolas son grandes, contundentes, y por el tiempo que están rodando da la sensación que todos los pisos que siempre han estado inmediatamente encima de mi casa, tenían cuanto menos cuarenta o cincuenta metros cuadrados más que el mío, y que estos debían tener un pasillo gigante que yo nunca tuve. Y dado que esto me ha sucedido en todos y cada uno de los pisos que he habitado, me pregunto, ¿qué juego es ese? ¿En qué consiste? ¿Dónde lo venden? ¿Por qué a las doce y pico…? Lo pregunto porque a mi también me encantaría comprarme uno y jugar con él en las noches de insomnio.

El misterio de las telarañas persistentes
Otra cosa que me maravilla son las telas de araña domésticas. No digo que sea imposible, pero es complicado que en un núcleo urbano, en una casa en la que cuando se abre una ventana siempre tiene mosquitera y en la que jamás se ha visto insecto alguno salvo alguna la eventual mosca que burla el bloqueo o los dos bichos grandes que en ella habitan, haya arañas… También resulta curioso que las telarañas aparezcan siempre en los sitios más altos de la casa, allí donde confluyen pared y techo, es decir, allí por donde por no pasar no pasa ni el aire; y teniendo en cuenta que el fin que persigue la araña cuando teje la tela no es otro que el de capturar infortunados insectos que por despiste no la ven y van a caer en ella, parece un tanto absurdo esa obcecación por ponerlas en sitios por los que no solo no pululan insectos, sino que además se aprecia claramente que no están ubicados correctamente, porque hasta la fecha nunca jamás ha tropezado nada en ellas salvo mi plumero, claro está. Hasta aquí, más que un misterio, parecería la obra de la araña tonta y anoréxica (imagino que en el mundo arácnido sucederá como en el humano, que habrá tontos y listos); tonta porque viendo que no captura nunca nada, ¡mujer, al menos intenta poner la tela en otro sitio, que ya has visto que la cosa en ese no funciona…! Y anoréxica porque evidentemente con lo que captura muy gorda no puede estar. Como decía podemos pensar que el hecho no es un misterio en sí, sino la obra de la tonto-araña tozuda, pero si ese fuese el caso, ¿cómo es posible que jamás la hayamos visto por casa? ¿Dónde se esconde, porque en las zonas donde están situadas las telarañas mucho sitio para ocultarse no hay? Vistas así las cosas y apuntando que no hay araña, por favor, ¡que alguien me diga quién teje las telas! ¡Es que estoy harto de quitarlas…!

El misterio de las pesetas en los cajones
Que el dinero tiene patas es un dicho con el que todos estaremos de acuerdo, porque ¿a quién no le ha desaparecido alguna vez de casa alguna pequeña cantidad de dinero? Hasta ahí es algo normal, en mi caso siempre he vivido esas pequeñas sisas hogareñas como una travesura casera que celebraba con cierta gracia, prefiero tener una casa revoltosilla y juguetona, que no una triste y sosa. Hace ya diez añitos (¡cómo pasa el tiempo!), por eso del cambio al euro, que hice un registro concienzudo en toda la casa con el fin de reunir todas las monedas que tenía y poder cambiarlas por euros. Puedo presumir de que el registro fue minucioso y serio, no dejé cajón alguno por abrir ni chaqueta sin registrar, miré en el fondo de los armarios, tras los muebles, bajo los cuadrantes del sillón… vamos, que no dejé un rincón sin inspeccionar. Reuní todo lo hallado y lo cambié, hasta aquí todo bien. Lo curioso es que de cuando en cuando aparecen monedas en sitios de uso habitual, sitios que por otra parte ya fueron inspeccionados y purgados en múltiples ocasiones a lo largo de estos años. Un día una moneda de veinticinco pesetas, otro una de cincuenta céntimos..., de las que más tengo son pesetas de Franco; la última una de cien. ¿De dónde salen? ¿Quién las pone ahí? Mi pareja me jurado mil veces que ella no ha sido, así que ¿qué puedo pensar? No sé, como no sea la araña…

El misterio de la nevera zumbona y caprichosa
Me compré una nevera pa jartarme de sufrí... Soy el afortunado poseedor de la primera nevera jodona de la historia. En los diez años que llevamos juntos jamás se ha quejado y de hecho sigue enfriando casi como el primer día: por donde le apetece. Tiene una tecnología tan avanzada que es capaz de seleccionar qué cosa enfría y qué cosa no, a su bola, aplicando lo de “etasí, etanó”. A modo de ejemplo supongamos que ponemos dos latas de cerveza a enfriar, las colocamos juntas en el estante y nos olvidamos de ellas. Sigamos suponiendo que al día siguiente nos apetece tomarnos una y ¡milagro! Las dos siguen juntas, lo que demuestra que las latas no tienen patas. Bajo este supuesto y dada la proximidad existente entre una y otra, cabría suponer que ambas latas deberían estar a la misma temperatura, pues no, una de ellas está helada (de hecho en una ocasión se me quedó la mano pegada al metal y las pasé moradas para lograr sepárala sin perder ninguna falange) y la otra está como una sopa. Increíble pero verídico, cosas de ella…
Pero el enigma que me quita el sueño (y nunca mejor dicho) no es ese; el que realmente me preocupa es el que conocemos como los “zumbidos de la medianoche”. No importa cuando te acuestes, no importa que sean las dos de la madrugada o a las diez de la noche, en cuanto nota que cierras los ojos para dormirte, la nevera empieza a zumbar como una histérica. ¿Qué tiene? ¿Un sensor? Es que lo que sucede, por difícil que resulte creerlo, solo puede hacerlo con premeditación y alevosía; no sé el modo en el que lo hace pero es capaz de detectar cuándo la casa se queda en silencio y se apaga la última luz, y entonces ¡zas! ¡Allí empieza ella...! Con la desesperación que provoca la falta de sueño, la he golpeado, la he hablado tiernamente, la he dado la vuelta buscando sensores ocultos… nada, aparentemente es una nevera normal pero lo cierto es que está acabando con nosotros, ¡la odio...!

El misterio de los objetos suicidas
No sé en las vuestras pero en mi casa tengo una epidemia de objetos suicidas. Sí, estás sentado plácidamente en el ordenador o viendo la tele y ¡ploff! Lo oyes, en algún lugar de la casa algún objeto ha vuelto a suicidarse precipitándose al vacío. Es difícil explicar qué es lo que se siente en un momento así, te lanzas como un loco a inspeccionar las habitaciones, el corazón te late con fuerza y en la boca sientes el sabor amargo del miedo, "¿qué se habrá suicidado esta vez?" Abres la puerta y allí está, esparcido por el suelo, inmóvil, desbaratado, informe… lo recoges todo compungido y cabreado, mientras te preguntas "¿por qué…?"
Sí, vosotros reíros, pero el caso es que la pandemia me está suponiendo una auténtica sangría económica, ya no me atrevo a dar más partes al seguro, no se iban a creer tanta prodigalidad rompiendo y además me arriesgo a que me echen del mismo.

El misterio del “yonohesido” o de los desconchones en el suelo
El último misterio que recuerdo en este momento es el de los picotazos en el suelo. Os cuento. Mi casa tiene suelo de gres e imagino que de una calidad similar al resto de calidades de los pisos de protección oficial: nefasta (es lo que tienen los constructores españoles, que nunca escatiman lo bastante). Pero eso no debería ser razón suficiente para que los descascarillados aparezcan como setas. Lo curioso es que no hay ninguna baldosa que tenga dos picotazos, se los reparten equitativamente: cada una el suyo. Me consta que algunos de ellos han sido producidos por los propios objetos suicidas, pero como resulta lógico aventurar, esos picotazos se encuentran en una zona cercana al lugar que ocupó el objeto. Lo que no me explico muy bien es de dónde salieron todos los demás, los que están alejados y en el centro de las distintas habitaciones.
En alguna ocasión he preguntado a mi pareja sobre si a ella se le ha caído algo, ¿a quién no se le ha caído un “hace-picotazos” alguna vez? Pero siempre me he encontrado con la misma rápida y contundente respuesta: “yo no he sido”. Y la creo, de verdad, y por ello me pregunto, "¿de dónde narices saldrán tantos y tan bien repartidos picotazos?" En fin, otro misterio más para mi anecdotario particular…
Si a alguno os apetece, por favor, no lo dudéis, contadme también vuestros propios misterios.

Hasta la semana que viene.

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