martes, 1 de marzo de 2011

Estampas de Nueva York

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Tal como os prometí hace un par de semanas, aquí me tenéis, dispuesto a comentaros las aventuras y desventuras del viaje a Nueva York.
Conviene tener en cuenta que antes de viajar a Estados Unidos es necesario obtener el permiso de viaje mediante el Sistema Electrónico para Autorización de Viaje (ESTA), que se puede gestionar de manera sencilla a través de la web: http://us-estaweb.org/spain/. No tiene dificultad alguna, basta cumplimentar el formulario, abonar el importe correspondiente y ya está, tenemos nuestro permiso para viajar, que además será válido por un par de años.
También resulta recomendable contratar algún seguro médico antes de viajar. La sanidad en Estados Unidos es privada y por tanto, tremendamente cara, por lo que si nos ocurre cualquier tipo de percance y no tenemos contratado un seguro, podemos endeudarnos de por vida... Tras investigar en la web encontré una empresa que tenía buenos precios y que ofrecía además una buena cobertura, se trata de World Nomads y podéis echar un vistazo en: http://www.worldnomads.com/ (y por cierto, no me llevo comisión alguna, con que me invitéis a una cervecita me conformo, así de barato vengo saliendo...).

Así que, llegado el día y con todos los papeles en orden, felices y contentos emprendimos viaje a los EE.UU., que viene siendo lo mismo que los USA o que los Estados Unidos de América. Aunque pensaba que el viaje se haría pesadísimo (nunca hasta entonces había emprendido un viaje transoceánico), lo cierto es que se me hizo menos pesado de lo que me imaginaba, pese a las tres películas tostón que nos pusieron y que para más inri estaban dobladas en latino (es horrible eso de escuchar a Robert de Niro decir eso de "Qué bueno que viniste..."). Por cierto, me resulto chocante que tanto a la ida como a la vuelta, la azafata más joven no cumpliese ya los sesenta años, que era verlas y darte ganas de echarles una mano con el carrito...
Estábamos en que el viaje no se me hizo pesado, eso sí, pasé un frío... Un consejo, llevaros una jersey de lana o una buena chaqueta porque la mantita que dan no es que abrigue gran cosa y el frío que hacía era poco menos que glaciar (yo creo que lo hacen para que te vayas aclimatando y que no notes mucho el cambio cuando salgas del avión). El caso es que tras las ocho horitas de rigor (siete a la vuelta) aterrizamos de mala manera en el aeropuerto JFK, hacía muy mal tiempo y el aterrizaje fue duro-duro, de hecho pensé que perdía a mi pareja que según me dijo, vio pasar su vida ante sus ojos...
Una vez en tierra nos dispusimos inocentes a pasar el temido control de policía (no sería la primera vez que a alguien le impiden la entrada por cualquier minucia de nada); Yo iba algo nervioso, habiendo tantos Juan Fernández en el mundo, no sería raro que algún mamoncete con mi nombre hubiese hecho alguna trastada y que al final pagasen justos por pecadores (recordaros que el sacerdote español que en 1.982 se lanzó con una bayoneta contra el papa Juan Pablo II, se llamaba así), motivo por el que iba especialmente inquieto.
Una cosita, si vais con prisa a los USA, sentaos en los primeros asientos disponibles del avión porque los americanos tienen unos controles de entrada al país que podríamos calificar como bastante quisquilloso. Allí no se salva nadie, todos, absolutamente todos han de entregar el "tonti-formulario" que dan en el avión, explicar ampliamente los motivos que le llevan a visitar el país y colaborar con una sonrisa en la toma de huellas digitales (de los diez deditos) y en la foto recuerdo que te hacen. En fin, que entre unas cosas y otras, como no hayas salido de los primeros, te puedes demorar en el trámite entre una y dos horas, un petardo, la verdad...

Y al fin, si tienes suerte y no tienes un nombre rarito (tal como os he comentado antes), accedes al fin a suelo americano. Lo bueno de toda la espera en el control policial es que no tienes que esperar a que salgan las maletas, llevarán ya un buen rato dando vueltas tontamente en la cinta. Eso sí, no creáis que con esto ya se acabó todo, aún queda el registro aleatorio de equipajes que por suerte, en esta ocasión debían tener muchas ganas de trabajar porque no pararon a nadie; cosa que me vino de perlas porque no me agradaba demasiado la idea de estar dándoles explicaciones por el elevado número de latas de mejillones que transportaba (un encargo es un encargo).

Antes de continuar querría hacer un inciso para destacar la enorme simpatía y amabilidad de los policías de aduanas americanos, y de lo enormemente antipáticas y desagradables que resultan por contra, las policías latinas y las negras gordas (cosa que no le pasa a las negras delgadas, quizás tenga que ver con el colesterol...). Un consejo, si podéis, evitadlas, son terribles.

Una vez hemos superado la última frontera llegamos al tema del transporte. Hay tres opciones: coger un taxi (50 dólares poco más o menos), coger un autobús (ni idea de lo que cuesta, pero con el tráfico tan demencial que hay por allí me parecía una auténtica temeridad) y el JFK Air Train, que es un tren que por 5 dólares te lleva hasta la estación de metro Jamaica. Por cierto, si finalmente optáis por esta última alternativa, no os volváis locos, se paga al salir, jajajaja.

El metro nos será totalmente familiar porque es tal como aparece en las películas; es cómodo y relativamente rápido, el método ideal para desplazarse por Nueva York. Resulta interesante adquirir un Metrocard, que por 29 dólares nos permitirá viajar en metro durante una semana sin límite alguno.
Una cosa, no hagáis como yo, es mejor que durante el viaje en metro no penséis en el chorreo de dinero que lleváis gastado (ESTA, seguro médico, billetes de avión, JFK Air Train y metrocards variados...), porque entre los pensamientos negativos y el traqueteo del propio tren, se os terminará revolviendo el estómago (lo digo por experiencia propia, jajajaja).

Y como todo llega en esta vida, al final llegó la hora de la verdad y apareceréis en algún lugar de Nueva York y ahora sí, ahora es cuando empezamos a alucinar de verdad con las dimensiones que tiene todo allí, los edificios, las calles, las limusinas, los policías...


Os vais a reír pero uno de las primeras sorpresas que me llevé en Nueva York fue que allí los secamanos funcionan; es verdad, aquí se pueden contar con los dedos de una mano los secamanos que hacen algo más que hacer ruido, la inmensa mayoría no funcionan y los pocos que lo hacen obedecen a un extraño mecanismo que nos hace que ignoremos dónde narices se encuentra el sensor que hace funcionar el dichoso chisme, pongamos donde pongamos las manos no hay manera de hacerlo funcionar y cuando lo hace (por una extraña conjunción espacio-temporal), lo hace por unas centésimas de segundo... y es inútil insistir, podemos mover las manos todo lo que queramos que lo único que vamos a conseguir son centésimas más de segundo. Y eso en algunos porque hay otros en los que el caudal de aire expulsado es inferior al producido por el aleteo de una mosca común, es digno de ver, máxime cuando el ruido que hacen es equivalente al de un avión a reacción. Cosas curiosas de España...

También me sorprendió el hecho de que en Nueva York apenas hay gordas; es más, casi todas son anoréxicas. Las únicas gordas que hay son las latinas "mamachicho" y las negras con mala leche del aeropuerto, todas las demás: perfectas...

Otra de las sorpresas que me deparó Nueva York es la cantidad de policías que hay en todas partes, es prácticamente imposible dar diez pasos sin toparte con alguno. Os sorprenderá también lo corteses y amables que son, habrá excepciones como en todas partes, pero por regla general siempre nos brindarán su ayuda y nos obsequiarán con la mejor de sus sonrisas. Nosotros no pudimos sustraernos a la tentación de hacernos alguna que otra foto con ellos.


Una de las cosas que me entusiasmaban y de la que no me cansaba de hacer fotos, eran los coches de bomberos. Brutales. Recomendable visitar el Museo que los bomberos tienen junto al Rockefeller Center, si tenéis tiempo suficiente no dejéis de hacerlo y me contáis. Nosotros lo intentamos pero por desgracia cuando fuimos había visitas de colegios y no pudimos visitarlo...


Otra de las cosas que resultan curiosas es el tema de los Museos Públicos El precio de casi todos es de 20 dólares, importe que viene claramente especificado en todas las guías y en las taquillas de los propios museos. La cuestión es que según me comentaron, existe una ley por la que el precio real de las entradas en los museos públicos es "la voluntad". Nosotros, aunque no lo terminábamos de ver muy claro decidimos probar suerte en el Metropolitan. Ahí estaba, en todos los carteles: entrada 20 dólares y allí todo el mundo pagaba la cantidad indicada. Ni cortos ni perezosos nos dirigimos a la taquilla, pusimos dos dólares sobre el mostrador y les soltamos eso de "two tickets, please". La mujer cogió nuestros dos dólares, tecleó en el ordenador 40 dólares, especificó que la cantidad entregada fue de dos dólares y nos dio el ticket con las dos chapitas de entrada (muy chulas por cierto). Así que no sé en otros, pero en el Metropolitan doy fe que funcionó.


Otro consejo: por favor, no se os ocurra ir a Nueva York en febrero. El frío que he pasado no lo puedo describir con palabras, la sensación térmica real rondaba los diecisiete grados bajo cero (y antes de que llegásemos nosotros estuvieron a -22ºC, así que encima no puedo quejarme, jajajajaja). Como comentario sobre la temperatura deciros que nunca jamás había pasado tanto frío, en una ocasión me quité el guante para hacer tres fotos (es decir, unos treinta segundos) y casi pierdo la mano; el dolor que experimenté tras esos treinta segundos era similar al que experimentaba cuando de niño jugaba sin guantes tropecientas horas en la nieve, y que cuando nos queríamos dar cuenta apenas podíamos mover las manos...
Pero para eso se inventaron los Starbucks. Son geniales, te sirven el café (bueno, el sucedáneo de café quiero decir) o el té en un vaso gigantesco de cartón (no os pidáis el tamaño grande, es inacabable) que te permite ampliar enormemente la capacidad de supervivencia en el exterior, hasta el punto de resultar imprescindibles y para muestra un botón...


Para que os hagáis una idea de lo que os digo, observad el amanecer del primer día que estuvimos allí.


Y a continuación el del día siguiente.


¿Parecen estaciones diferentes, verdad? Eso sí, lo bueno que tiene la nieve es que aunque te deja los pies helados y la nariz dejas de sentirla, te da una perspectiva de la ciudad totalmente distinta, especialmente de Central Park...








Una de las cosas geniales que tiene Nueva York es que no es una ciudad, son muchas ciudades y todas son totalmente diferentes entre sí. A mi particularmente la zona que más me gustó es la zona del Village, tanto el East Village como el West Village, con sus casitas bajas de ladrillo y sus cientos de restaurantes y pequeñas tiendas. Es una auténtica gozada pasear por allí, especialmente al anochecer, incluso con el frío que hacía el ambientazo era increíble.
De hecho, la noche que anduvimos por el Village, hacía tanto frío que no nos quedó otra que coger un taxi. Lo que menos podía imaginarme, el tío nos preguntó que de dónde éramos y cuando le dijimos que éramos de España se le iluminaron los ojos y nos mostró las dos pegatinas del Real Madrid, comentándonos además que había empatado a uno con el Lyon. Creo que le alegramos la noche... Hablando de taxistas, los conductores de Nueva York rozan la psicopatía (la palma hasta la fecha la tenían los taxistas de Dublín), son auténticos zumbados que se desplazan a velocidades inimaginables en una ciudad; no es exageración, la aceleración nos pegaba a los asientos cuando el tío arrancaba...

Los restaurantes, salvo que sean Fast Food, son generalmente caros, especialmente si pedimos un vino, aunque eso sí, cenar en una pizzeria en Little Italy o West Village y no pedir un buen vino, es algo para lo que hay que tener mucha voluntad. Por cierto, tuve el placer de comer allí una de las mejores pizzas que he probado, siendo la rúgula uno de sus principales ingredientes. En serio, magistral, si tenéis ocasión no dejéis de probarla.
Y no os olvidéis de las auténticas especialidades: pizza americana, perrito caliente en cualquiera de los puestos de Central Park, una buena hamburguesa en una hamburguesería típica (lo siento, no vale McDonald's) y la famosa tarta de manzana americana, inigualable. Olvidaos de otras comidas que para comer bien, ya lo haréis cuando regreséis a España...

En cuanto a cosas para ver las hay a cientos pero la famosa estatua de la libertad no es una de ellas. Aunque hay excursiones para ir, a no ser que andéis sobrados de tiempo y de dinero, no merece demasiado la pena; a cambio podéis coger el ferry a Staten Island (que es gratuito) y pasareis muy cerca de ella. Yo me conformé con verla desde el barco y hacerle fotos desde el propio Manhattan, que es desde donde mejor se hacen...


No me cansaba de admirar la belleza arquitectónica del Empire State Building.


Aunque permitidme que mis preferencias me hagan decantarme por el Edificio Chrysler, menos famoso pero mucho más espectacular, especialmente por la noche.



Y puestos a subir a un sitio, mejor subir al Top of the Rock del Rockefeller Center que al citado Empire State, más que nada porque nadie nos "tapará" la visión de Central Park. Él único "pero" es que desde el Top of the Rock no se ve el edificio Chrysler al completo, ¿qué se le va a hacer...? Otro consejo: si podéis subid al atardecer, la vista es espectacular a esa hora.





Y ya de paso, según bajáis podéis pasaros por Times Square que a esas horas "luce" fantástico y nunca mejor dicho...



¿Y cómo no? Sí o sí, hay que visitar el Edificio Flatiron.



Y por último el Puente de Brooklyn que nos permite ver Manhattan desde "el otro lado".




Y un sinfín más de rincones que os invito a descubrir, ya sabéis, si os animáis Nueva York os espera. Por cierto, si os apetece subiré más fotos a Flickr, en un par de días las tendré subidas: http://www.flickr.com/photos/jfernandeztemprano/

Y nada más, nos vemos en un par de lunes.

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